martes, 28 de febrero de 2012

Capitulo 12. Final.


Debía haberse quedado dormido, porque estaba oscuro cuando Vanessa sintió que la despertaban.
-Vas a hacer una llamada de teléfono -le dijo Rodrigo y luego encendió la luz general. Vanessa se protegió los ojos con el brazo.
-¿A quién? - comenzó.
-Ya debe de haber sudado bastante -murmuró mientras conectaba el aparato al cajetín del dormitorio-, Es más de la una. Escucha -le bajó el brazo para que pudiera mirarlo-. Le vas a decir que estás bien, eso es todo. No intentes nada -empezó a marcar-. Cuando conteste, dile que no estás herida y que eso seguirá así siempre y cuando él pague. ¿Entendido?
Vanessa asintió y aceptó el auricular. Zac contestó al oír la primera señal. Media taza de café frío se volcó sobre la mesa y goteó encima de la alfombra. -Efron.
Al oír la voz de él cerró los ojos. «Llueve», pensó de forma vaga. Llovía y ella tenía frío y mucho miedo.
-Zac.
-¡Vane! ¿Estás bien. ¿Te ha hecho daño? Respiró hondo y miró a Rodrigo directamente a los ojos.
-Estoy bien, Zac. Sin cicatrices.
-¿Donde estás? -comenzó él, pero Rodrigo tapó la boca de Vanessa y le quitó el auricular.
-Si la quieres de vuelta, reúne el dinero. Dos millones, billetes pequeños, sin marcar. Ya te comunicaré dónde dejarlo. Irás solo, Efron, si la quieres recuperar ilesa.
Colgó, luego soltó a Vanessa. El sonido de la voz de Zac consiguió lo que las horas de miedo no habían podido. Con un sollozo trémulo, ella enterró la cara en la almohada y lloró.
-Se encuentra bien –Zac colgó con meticuloso cuidado-. Se encuentra bien.
-Gracias a Dios -Gina le tomó las manos- ¿Y a continuación?
-Reúno el dinero y lo llevo donde él me diga.
-Sacaremos fotos de los billetes -declaró el teniente Renicki mientras se levantaba de la silla-. Uno de mis hombres lo seguirá cuando haga la entrega.
-No.
-Escuche, señor Efron -comenzó con paciencia-, no hay garantías de que deje ir a la señorita Hudgens una vez que le haya pagado. Lo más probable es que...
-No -repitió Zac-. Lo haremos a mi manera, teniente. No me seguirá nadie.
El teniente respiró hondo.
-De acuerdo, podemos colocar un localizador en el maletín. De ese modo, cuando recoja el dinero, quizá nos lleve a ella.
-¿Y si lo descubre? -repuso Zac-. No -repitió-. No pienso correr ningún riesgo.
-Corre un gran riesgo entregándole dos millones de dólares de esa manera -replicó el teniente Renicki-. Señora Hudgens -se volvió hacia Gina con la idea de que una mujer, una madre, sería más razonable-. Queremos recuperar a su hija sana, lo mismo que ustedes. Déjenos ayudar.
Ella le lanzó una mirada larga y firme mientras la mano apoyada en la de Zac temblaba levemente.
-Agradezco su preocupación, teniente, pero me temo que pienso lo mismo que Zac.
-Fotografíe el dinero -intervino Caine-. Y vaya tras él cuando Vane esté a salvo. Por Dios, yo mismo tengo ganas de procesarlo -añadió en un susurro salvaje.
-Entonces espero que sea procesado solo por secuestro y extorsión... y no por asesinato -añadió con crueldad el teniente-. La mantendrá viva hasta que haya conseguido el dinero. Después, cualquiera sabe. Escuche Efron -continuó al perder la paciencia-, No le gusta tratar con policías, quizá porque años atrás tuvo algunos problemas, pero es mucho más inteligente tratar con nosotros que con él -estiró la mano hacia el teléfono.
En un gesto inconsciente, Zac se pasó la mano por las costillas. «No», pensó «no confío en la policía». El recuerdo de los interrogatorios interminables mientras su herida cicatrizaba estaba grabado en su memoria. Quizá cometía un error. Quizá debería... Paralizó los dedos con brusquedad. Cicatrices. ¡Sin cicatrices!
-Oh Dios -murmuró mientras bajaba la vista a su mano-. ¡Oh, Dios mío!
-¿Qué sucede?- Gina se plantó de pie a su lado, con los dedos clavados en su brazo. Despacio, él la miró a los ojos. -Un fantasma -susurró. Luego desterró el terror al observar al teniente Renicki-. Vanessa intentaba decirme algo por teléfono. Comentó «Sin cicatrices». El hombre al que maté en Nevada me clavó un cuchillo. Ella conoce la historia.
-¿Recuerda su nombre? -el teniente ya se dirigía al teléfono.
Zac rió sin alegría. «¿Se olvida alguna vez el nombre de un hombre por cuyo asesinato has sido juzgado?
-Charles Terrance Ford -replicó-. Tenía mujer e hijo. Ella llevaba al niño todos los días al juzgado -Zac recordó que tenía ojos azules, pálidos, confusos. Lo invadió una oleada de náusea que amenazó con tragárselo.
-Esta vez, bébetelo -le ordenó Caine al depositar una copa de brandy en sus manos. Zac bajó la cabeza y observó la copa. -Café -balbuceó y fue a la cocina. Pero no podía pensar. Apoyó las manos en la encimera e intentó aclarar la cabeza. Comprendió que se hallaba indefenso. Sintió la misma impotencia furiosa que había experimentado tanto tiempo atrás en aquella celda pequeña. «Diecisiete años», pensó. «Santo Dios, ha tenido diecisiete años para odiarme. ¿Qué le hará a Vane por mi causa?»
-Si es lo único que bebes, entonces bébelo -dijo Caine con aspereza mientras empujaba una taza de café por la encimera. Recordaba a Vane allí de pie justo aquella misma mañana, sus ojos burlones mientras él se enfrentaba al hecho de que ella había crecido mientras él no miraba.
-Lo sabía -musitó Zac con la vista clavada en el café-. Sabía que alguien estaba detrás de mí. Sabía que ella no estaba a salvo, pero no la obligué a irse.
Caine se sentó sobre un taburete. -He conocido a Vane toda su vida, la he querido toda su vida. Nadie, absolutamente nadie, le obliga a hacer algo que no desee.
-Yo podría haberlo conseguido -alzó la taza y bebió sin saborearlo-. Lo único que tenía que hacer era ir con ella.»
-Y él te habría seguido.
-Si -depositó la taza con fuerza. La ira le aclaró la cabeza y desterró la náusea que se demoraba en su garganta-. La voy a recuperar, Caine- afirmó con calma mortal-. Nada en el infierno me va a impedir recuperarla.
-Su nombre es Rodrigo Ford -declaró el teniente Renicki al entrar en la cocina e ir hacia la cafetera-. Compró un vuelo de Las Vegas hace cinco días con destino a Atlantic City. Pronto tendremos una descripción. Estamos registrando todos los hoteles, moteles, apartamentos de alquiler y de playa, aunque no sabemos si la mantuvo en la ciudad. Tampoco confiaría en que haya alquilado una habitación con su propio nombre -añadió mientras se servía azúcar-. Su madre se volvió a casar hace unos tres años. La estamos buscando.
Se sentía bien el tener algo sólido con qué trabajar... nombres, caras. Con un gruñido de satisfacción, el teniente Renicki se sentó frente a Caine.
-Lo encontraremos -prometió-. Ambos deberían tratar de descansar un poco -aconsejó-. Lo más probable es que no vuelva a llamar hasta la mañana -cuando ninguno de los dos le contestó, suspiró. «Esta familia sabe cómo mantenerse unida», pensó-. Muy bien, señor Efron, ¿por qué no me cuenta qué pasos ha dado para reunir el rescate?
-El dinero estará en mi oficina a las ocho.
-¿No tiene ningún problema en conseguir esa cantidad de dinero? -Renicki enarcó las cejas tupidas.
-No.
-Muy bien, dígale a las nueve. Así tendremos tiempo de fotografiar los billetes en su oficina. De ese modo, si se nos escabulle, podremos dar con él una vez que empiece a gastarlo. Me gustaría pedirle que reconsiderara la idea de autorizarnos a colocar un rastreador en uno de los maletines. Le puedo mostrar lo bien que se ocultan. Recuerde -añadió antes de que Zac pudiera hablar-, nuestra preocupación principal es la misma que la de ustedes. Recuperar sana y salva a la señorita Hudgens.
Por primera vez Zac notó el cansancio en los ojos del teniente. Se le ocurrió que el policía no había comido o dormido más que él. En otras circunstancias, habría confiado en esos ojos. -Lo pensaré -repuso al final. El teniente asintió y se bebió el resto del café. A las seis de la mañana, el teléfono sonó otra vez. Gina y Greg despertaron de un sueño ligero en el sofá. Alan se irguió en la silla en la que había pasado la noche, despierto e inquieto. Caine se detuvo en la puerta de la cocina, de donde regresaba con otra taza de café. La mano de Zac se disparó hacia el auricular. Llevaba más de una hora con la vista clavada en el teléfono.
-Efron.
-¿Tienes el dinero?
-Estará aquí a las nueve.
-Hay una gasolinera a dos manzanas del hotel, a mano derecha. A las nueve y cuarto espera en la cabina telefónica que hay allí. Te llamaré.
Rodrigo colgó tan nervioso que estuvo a punto de derribar la mesa pequeña. No había sido capaz de dormir, ni siquiera después de que los sollozos de Vanessa se calmaran. «No tendría que haber conseguido que sintiera pena por ella», pensó mientras se frotaba los ojos. Al fin y al cabo, ¿qué clase de mujer era que vivía con un asesino?
Su madre habría dicho que era una fulana, pero él había percibido algo en ella. «Tiene clase», reflexionó mientras estiraba unos músculos rígidos y doloridos. Había tenido clase incluso con ese jersey y esos vaqueros con los que le había abierto la puerta. Y la noche anterior... suspiró y observó la puerta del dormitorio. La noche anterior había parecido tan pequeña e indefensa cuando se acurrucó en la cama y se puso a llorar.
Lamentaba tener que asustarla de esa manera, pero era su mejor arma contra Efron. «En primer lugar, jamás tendría que haberse mezclado con escoria como él», se recordó. «Lo mataría si pudiera», se dijo, pero sabía que no era capaz. Colocar una bomba en un edificio y sacarle un cuchillo o una pistola a un hombre eran dos cosas diferentes. Una bomba era algo remoto, y aun así se vio obligado a reconocer que probablemente jamás habría hecho acopio de valor para detonarla. Pero la amenaza era ideal. Qué satisfacción le brindaba poder mantener al hombre que mató a su padre temblando de la cabeza a los pies. Luego tendría el dinero, y cada dólar que gastara sería una venganza contra Zac Efron.
Oyó que Vanessa se movía y fue a comprobar su estado.
Ella estaba enfadada consigo misma. ¿De qué le había servido llorar salvo para darle un poderoso dolor de cabeza y dejarle los ojos hinchados? Necesitaba planear una fuga, no revolcarse en la compasión por sí misma. El brazo atado a la cama le dolía y le hormigueaba por falta de circulación. Se dio la vuelta y trató de masajearlo para que la sangre volviera a circular. «¡Piensa!» se exigió a si misma. Siempre hay una salida.
Cuando la puerta del dormitorio se abrió, giró la cabeza y captó el remordimiento en los ojos de Rodrigo. «Dios, debo dar una imagen penosa», pensó cansada. «Entonces úsalo a tu favor, Vane», le ordenó con impaciencia una voz baja. «Empieza a usar la cabeza».
No dejó que el miedo volviera a emerger mientras con desesperación se aferraba a su fuerza interior.
-Por favor, me duele el brazo. Creo que me lo torcí durante la noche.
-Lo siento -se quedó vacilando en medio de la habitación-. Te prepararé algo para desayunar.
-Por favor -dijo con rapidez antes de que él volviera a salir-. Si... si pudiera sentarme en una silla. Me duele todo el cuerpo de estar acostada. ¿Adonde podría ir? -preguntó con un sollozo contenido al verlo dudar-. Eres más fuerte que yo.
-Te llevaré a la cocina. Si intentas algo, te traeré de vuelta aquí y te amordazaré.
-De acuerdo, lo único que te pido es que dejes que me levante un rato.
Rodrigo sacó las llaves del bolsillo y abrió las esposas. Vanessa contuvo el deseo imperioso de correr, sabiendo que no llegaría más allá de la puerta. Él le clavó los dedos en el brazo y con celeridad la condujo por la casa.
Las cortinas estaban cerradas. «Por lo que sé, podría estar en Alaska», pensó frustrada. «Si pudiera huir, ¿en qué dirección iría? ¿Tiene coche? Debe tener uno... si no ¿cómo me trajo aquí? Si pudiera conseguir las llaves...»
-Siéntate -le ordenó y la empujó sobre una silla desvencijada junto a la mesa. Rápidamente se arrodilló y colocó las esposas alrededor de su tobillo y una pata de la mesa. Se levantó apartándose el pelo de los ojos-. Te traeré un poco de café.
-Gracias -sus ojos inspeccionaron la habitación con celeridad en busca de un arma que estuviera a su alcance.
-Esta noche ya no estarás aquí -le informó mientras servía el café, sin apartar los ojos de ella-. El ya ha empezado a reunir el dinero. Probablemente podría haberle pedido el doble.
-No serás feliz con él.
-El será infeliz -replicó Rodrigo-. Eso es lo que cuenta.
-Rodrigo, de esta manera estás desperdiciando tu vida -«se lo ve tan joven», pensó. «Demasiado para llevar tanto odio en su interior-. Hizo falta cerebro para planear todo esto. Cerebro y talento. Podrías dedicar tu mente a algo mucho mejor. Si me sueltas ahora, podría intentar ayudarte. Mi hermano...
-No quiero tu ayuda -dijo con los dientes apretados-. Quiero a Efron. Quiero que se arrastre.
-Zac no se arrastrará -dijo con voz cansada.
-Lo oí por teléfono. Por ti se arrastrará hasta el infierno ida y vuelta.
-Rodrigo...
-¡Cállate! -gritó cuando sus nervios amenazaron con estallar-. He dedicado toda mi vida a planear cómo iba a hacer que Efron pagara. Tuve que ver cómo mi madre trabajaba en un bar mugriento, mientras él se hacía cada día más rico en vez de pudrirse en una celda. Tengo derecho al dinero y lo voy a conseguir -resignada, Vanessa bajó la vista a la mesa-. Voy a preparar algo para comer. ¿Tienes hambre?
Iba a decirle que no, pero comprendió que en ese caso la encerraría otra vez en el dormitorio. Asintió con el rostro vuelto, mientras trataba de pensar.
Al oírlo hurgar en el armario, probó el estado de su pierna. Iba a tener que correr el riesgo. Cuando en esa ocasión le quitara las esposas, lucharía. Con suerte, podría sorprenderlo lo suficiente como para salir al exterior y conseguir llamar la atención de alguien. Si hubiera alguna persona lo bastante cerca como para oirla gritar...
Al levantar la mirada, vio que Rodrigo tenía una sartén grande de hierro en la mano. Sin darse tiempo para pensar, Vanessa gimió y comenzó a deslizarse lentamente hacia el suelo.
-¡Eh! -alarmado, corrió a su lado, dejando la sartén junto a ella mientras intentaba levantarla por los hombros-. ¿Qué pasa, estás enferma?
-Me siento mareada -dijo débilmente, mientras sus dedos se cerraban en torno al mango de la sartén. Se quedó laxa hasta que la cara de él se inclinó sobre la suya. Con todas sus fuerzas, aplastó la sartén contra el lateral de la cabeza. El joven cayó como una piedra.
Al principio, Vanessa se quedó inmóvil, tratando de recuperar el aliento que él le había quitado al caer encima de su cuerpo. Luego experimentó un momento de terror al pensar que lo había matado. Con esfuerzo, se escabulló de debajo y le tomó el pulso.
-Gracias a Dios -murmuró al sentir los latidos. Giró hasta que pudo quitarle la llave del bolsillo. «Tu madre es la que se merece este golpe», pensó mientras se liberaba. El pobre chico nunca había tenido una oportunidad.
Se levantó y analizó sus opciones. Podía correr como una posesa, pero todo indicaba que él recuperaría el sentido y huiría. No, primero tenía que asegurarse de que no se movería.
Se guardó las esposas en el bolsillo de atrás de los vaqueros, luego comenzó a arrastrarlo hacia el dormitorio. No era un hombre grande, pero al cruzar el salón, inclinada mientras tiraba de los hombros de él, se dio cuenta de que sus fuerzas no estaban al máximo. Cuando logró atravesar la puerta, sudaba y jadeaba.
Se apoyó en el umbral y llegó a la conclusión de que jamás sería capaz de subirlo a la cama. Lo dejó tendido en el suelo, inmovilizado al pie de la cama con las esposas.
Trastabilló en dirección al teléfono con una debilidad que no era fingida. Se dio cuenta de que en dos días apenas había comido. «Eso tendrá que esperar», se dijo mientras movía la cabeza para despejarla. No estaba dispuesta a desvanecerse en ese momento. Con rapidez, levantó el auricular y marcó.
Después de darse una ducha rápida y cambiarse de ropa, Zac regresó al salón. Ginna instaba a Greg a comer, aunque ella no tocaba nada de su plato. Alzó la vista cuando entró Zac.
-Esta noche tendremos una cena familiar -le dijo con una sonrisa valiente-. A Vane le encantan.
El vio que las lágrimas se asomaban en sus ojos antes de que las contuviera con rapidez.
Por primera vez desde que la conocía, Zac se acercó para rodearla con los brazos.
-¿Por qué no bajas a hablar con el chef? Preparará lo que le pidas -la sintió temblar mientras le clavaba los dedos en la espalda.
-Si, lo haré. Ten cuidado -susurró-, ten mucho cuidado, Zac -al sonar el teléfono, ella se sobresaltó, luego se separó. Su rostro era una máscara de control-. Se suponía que no iba a volver a llamar.
-Probablemente quiere cerciorarse de que nada salga mal -con la cabeza retumbándole, levantó el auricular-. Efron.
-Zac.
-¡Vane! -oyó el jadeo sofocado de Gina a su espalda-. ¿Te encuentras bien?
-Sí, sí, estoy bien. Zac...
-¿Seguro? ¿No te ha herido? No pensé que te dejaría llamar otra vez.
Vane controló su impaciencia y habló con tono ligero.
-No tuvo más remedio -le dijo-. Está inconsciente y esposado al pie de la cama
-¿Qué? -Caine le aferró el brazo, pero Zac se soltó- ¿Qué has dicho?
-Dije que lo dejé sin sentido y lo esposé al pie de la cama.
Lo recorrió algo que no pudo reconocer. Era alivio. Se manifestó con una carcajada.
-Solo Dios sabe por qué estaba preocupado por ti -comentó al dejarse caer en el sofá. Alzó la vista y vio cuatro pares de ojos ansiosos-. Lo dejó inconsciente y esposado al pie de la cama.
-Ahí tienes a una Hudgens -explotó Greg y tomó a Gina en brazos-. ¿Con qué lo golpeó?
-¿Ese es mi padre? -quiso saber Vane.
-Sí. Ha preguntado con qué lo golpeaste
-Con una sartén de hierro -notó que las piernas le temblaban y se sentó en el suelo.
-Una sartén -comunicó Zac.
-¡Esa es mi niña! -exclamó Greg, besando a Gina con intensidad, luego apoyó la cabeza sobre el hombro de ella y lloró.
-Zac, ¿podrías venir a recogerme? -pidió Vanessa-. Ya he tenido una noche horrible.
-¿Dónde estás?
-No lo sé -enterró la cara entre las rodillas. «No te derrumbes», se ordenó. «No te vengas abajo». Pudo oír a Zac pronunciar su nombre por el auricular y se tragó las lágrimas-. Aguarda un momento, deja que levante las persianas para ver si consigo orientarme. Háblame -pidió al levantarse-. Sigue hablando.
-Toda tu familia está aquí -dijo al percibir un atisbo de histeria en la voz de ella-. Tu madre quiere organizar una cena esta noche. ¿Qué te gustaría comer?
-Una hamburguesa con queso -respondió mientras levantaba la primera persiana-. Dios, me encantaría una hamburguesa con queso y litros de champán. Creo que estoy al este de la ciudad, cerca de la playa. Hay unas pocas casas prefabricadas al final de esta misma calle. Nunca he estado por aquí -se mordió con fuerza el labio para evitar que la voz se le quebrara-. No sé donde estoy.
-Dame el número del teléfono, Vane. Lo rastrearemos -escribió con rapidez, mientras ella se lo leía-. Iré para allí, tú aguanta.
-Lo haré. Estoy bien, de verdad -de algún modo, dejar entrar un poco de luz en la habitación ayudó-. Solo date prisa. Diles a todos que estoy bien, que no se preocupen.
-Vane, te amo.
-Ven a demostrármelo -dijo antes de colgar y volver a sentir las lágrimas.
-Averigüe dónde se encuentra -le dijo Zac a Renicki al entregarle el trozo de papel. El teniente asintió y comenzó marcar. -Así que lo dejó sin sentido con una sartén, ¿eh? -soltó una risa rápida-. ¡Debe de ser toda una mujer!
-Es una Hudgens -informó Greg, luego se sonó la nariz.
-Es una pequeña casa frente el mar, al este de la ciudad -dijo el teniente unos minutos más tarde, al tiempo que se dirigía hacia la puerta-. ¿Viene? -le preguntó a Zac.
-Vamos todos -contestó Zac con expresión suave.
Vane se hallaba en el umbral abierto, aunque temblaba bajo el fresco aire de la mañana. Se dio cuenta de que aún no habían pasado ni veinticuatro horas. Sin embargo, le daba la impresión de que habían transcurrido días desde la última vez que vio la luz del sol. El césped aún seguía húmedo por la lluvia de la noche. ¿Cómo es que nunca había visto cuántos colores había en una gota de agua sobre una brizna de hierba?
Entonces vio los coches. «Como un desfile», pensó, y sintió fuertes deseos de volver a llorar. No, no iba a saludar a Zac con lágrimas. Enderezó los hombros y salió a esperar a la galería.
El frenó delante de dos coches de policía. De inmediato bajó y corrió hacia ella.
-Vane -la rodeó con los brazos y la alzó del suelo para estrujarla contra él. Con la cara enterrada en el cuello de Zac, ella lo oyó repetir su nombre una y otra vez-. ¿Estás bien? -quiso saber él, pero antes de que pudiera contestar, la besó en los labios.
Vane notó que Zac temblaba y lo abrazó con más fuerza. Para tranquilizarlo, proyectó todo su amor y calidez en el beso.
-Estás helada -murmuró al sentir la piel fría bajo las manos-. Toma mi chaqueta.
Cuando fue a quitársela, ella le enmarcó el rostro entre las manos.
-Oh, Zac -murmuró al acariciar los surcos de tensión en su cara-. Ha sido muy duro para ti.
-Vamos, déjame verla -Greg la tomó por los hombros y pasó las anchas manos por la cara de su hija-. Así que lo quitaste de la circulación con una sartén, ¿verdad, pequeña?
Vanessa vio sus ojos enrojecidos y lo besó con intensidad.
-La tenía a mano. No me digas que estabas preocupado por mí -comentó, haciéndose la ofendida.
-Por supuesto que no -bufó él-. Cualquier hija mía sabe cómo cuidarse. Era tu madre la que estaba preocupada.
El teniente Renicki observó mientras Vanessa era pasada de un miembro a otro de la familia. Quería vigilar a Zac cuando sacaran a Rodrigo Ford.
-Necesitaremos una declaración suya, señorita Hudgens -dijo, y se acercó para situarse junto a Zac. -Ahora no.
Aceptó las palabras de Zac con un gesto de cabeza.
-Si puede, venga más tarde a la comisaría, después de haber descansado -sintió que Zac se ponía tenso, y, preparándose, giró la cabeza cuando Rodrigo salía escoltado por dos agentes uniformados.
-Tranquilo, señor Efron -murmuró-. Su dama ya ha sufrido bastante por un día.
Rodrigo levantó la cabeza. Zac recordó esos ojos. Los pálidos y ansiosos ojos que había visto a diario en un tribunal. «No podía tener más de tres años», pensó. Un bebé. Sintió la mano de Vane en la suya a la vez que su ira se desvanecía. Mientras lo conducían hacia el coche, Rodrigo no dejó de mirar a Zac por encima del hombro.
-Lo siento tanto por él -murmuró Vane-, tanto...
-Yo también -Zac la tomó en brazos.
-Algunos de mis hombres registrarán la casa -dijo el teniente Renicki-. Cuando pueda, señorita Hudgens, pase por la comisaría.
-Vamos, llevémonos a la pequeña -dijo Greg, mientras daba un paso hacia ella. -Zac la llevará -Gina lo tomó por el brazo y lo condujo hacia el segundo coche de policía-. Los demás iremos a planear esa cena.
-Ni siquiera tiene zapatos -profirió Greg al ser empujado al interior del vehículo.
-Estará bien -comentó Alan mientras ocupaba el asiento delantero. Se dio cuenta de que estaba hambriento.
-Claro que estará bien -corroboró Caine, luego le habló a su padre al oído-: Te compraré un cigarro si te marchas sin hacer ruido. Greg miró a su mujer y se reclinó en el asiento.
-Estará bien -decidió.
-Vamos -Zac le abotonó la chaqueta hasta el cuello a Vane-, Te llevaré de vuelta.
-Demos un paseo por la playa -le rodeó la cintura con el brazo-. Lo necesito.
-Estás descalza -señaló
-Es la mejor forma de pasear por la playa. No has dormido -comentó al cruzar hacia la arena.
-No. Pero al parecer podría haberlo hecho sin preocupación -quería aplastarla contra él, asegurarse de que era real. Con el brazo sobre el hombro de ella, le dio un beso en la coronilla.
-Odié hacerle daño -musitó-. Pero no sabía cómo iba a reaccionar él cuando te tuviera cara a cara. Hay tanto odio dentro de ese muchacho, Zac. Es tan triste.
-Arrebaté algo vital de su vida. El se llevó algo vital de la mía -se detuvo y la mantuvo pegada a su lado mientras oteaba el mar-. Me sorprende que pidiera tan poco dinero.
-¿Poco? -lo observó con una ceja enarcada-. En la mayoría de los círculos, dos millones es una cantidad considerable.
-¿Por algo que no tiene precio? -le tomó la cara entre las manos y bajó la boca hacia la suya. Luego, con un temblor, la pegó a él y se apoderó de sus labios-. Vane -le recorrió la cara a besos y volvió a posar los labios sobre los de ella-. No sabía si alguna vez volvería a abrazarte. En lo único que pensaba era en lo que él te habría podido hacer... y en lo que yo le haría cuando lo encontrara.
-No me habría lastimado -la violencia volvía a hervir en él, de modo que lo aplacó con manos y labios-. El motivo por el que me resultó tan fácil escapar fue porque no quería hacerme daño.
-No, fui yo quien...
-Zac. ¡Ya basta! -lo apartó y lo miró con enfado-. Tú no causaste esto; no pienso tolerar que trates de asumir la culpa. Lo que sucedió hoy se inició hace mucho con el alcohol y la intolerancia. Ya se acabó. Dejémoslo descansar en paz.
-Me pregunto por que eché de menos que me gritaras - murmuró, luego volvió a abrazarla.
-Masoquista. ¿Sabes...? -se arrebujó un momento contra él-... he tenido tiempo de pensar en nuestra relación.
-¿Oh?
-Sí, creo que necesitamos redefinir las reglas de juego.
-No sabía que las tuviéramos -perplejo, la apartó.
-He estado pensando -caminó hacia las olas, pero al descubrir que el agua estaba helada, retrocedió otra vez.
-¿Y? -cauteloso, la tomó por los hombros y la giró para verle la cara.
-Y no creo que la situación actual sea muy práctica.
-¿En qué sentido?
-Creo que deberíamos casarnos - dijo con mucha calma.
-¿Casarnos? -pensativo, Zac la miró fijamente. Se hallaba de pie y descalza en la arena fría, con una chaqueta demasiado grande para ella, con el pelo enredado y revuelto, diciéndole con calma que deberían casarse. Una hora antes había dejado sin sentido a un aprendiz de secuestrador con una sartén de hierro. Se dio cuenta de que no era como lo había imaginado. Había imaginado que sería él quien se lo pediría en una habitación tenuemente iluminada, cálidos y satisfechos después de haber hecho el amor-. ¿Casarnos?- repitió.
-Sí, tengo entendido que la gente aún lo hace. Ahora bien, estoy dispuesta a ser razonable.
-Lo eres -asintió, preguntándose qué tramaría.
-Como es sugerencia mía, lo resolveremos a tu manera -buscó en el bolsillo y sacó una moneda.
-Vane, vamos... -río y alargó la mano para quitársela
-Oh, no, es mi moneda, yo la echo. Cara nos casamos, cruz no -antes de que él pudiera decir otra palabra, tiró la moneda al aire, luego la atrapó. La plantó sobre el dorso de la mano y la extendió para que él la viera-. Cara.
La observó. Se metió las manos en los bolsillos y alzó la vista a los ojos de ella.
-Al parecer pierdo.
-Eso parece -Vane volvió a guardarse en el bolsillo la moneda con dos caras.
-¿Y si jugamos al mejor de tres?
-Olvídalo -un atisbo de enfado iluminó sus ojos. Se puso a caminar por la arena. Soltó un chillido cuando Zac la alzó en vilo-. Si crees que no vas a pagar la apuesta perdida -comenzó a decir, pero luego emitió un suspiro de placer cuando él la silenció.
-Nunca dejo una apuesta sin pagar -prometió, mordisqueándole el labio mientras la llevaba de vuelta al coche-. Deja que le eche un vistazo a esa moneda.
Mientras le rodeaba el cuello con los brazos, lo miró con expresión risueña en los ojos.
-Por encima de mi cadáver.
Fin.




Bueno, espero que les haya gustado esta novela a mis lectoras. Y quiero deciros que ya estoy buscando otra novela para adaptarla a Zanessa. Me encantaria que comentarais y perdonar si yo no comento en las vuestras, pero debo decir que las llevo todas para delante. Muchos besos.


PD: la nueva novela es esta: http://despertandoalatentacion-zanessa.blogspot.com/

Cpitulo 11.


Vane se pasó el jersey negro de angora por la cabeza. Decidió que por un día sería estupendo entregarse a la pereza, estar en la suite con ropa cómoda sin hacer absolutamente nada. Zac y ella no habían pasado juntos un día completo desde St. Thomas.
Eso hizo que pensara en los pendientes que él le había regalado. Mientras abría el cajón más alto de la cómoda para sacar el estuche, llegó a la conclusión de que se los pondría esa noche. «Son exquisitos», pensó al mirarlos otra vez. Más exquisitos porque se los había comprado entonces, antes de ser amantes.
«Qué hombre tan extraño», reflexionó. «Tan distante en algunos aspectos, tan introvertido; sin embargo, es capaz de gestos increíblemente dulces». Las violetas en su habitación el primer día... champán para el desayuno. Y debajo de todo estaba esa latente y controlada veta de violencia. Todos esos aspectos de él la estimulaban.
«¿Cómo eres de inteligente?». Rió al recordar la pregunta de Zac. «Lo bastante inteligente como para saber que soy una mujer afortunada», respondió en silencio. Metió otra vez la mano en el cajón y sacó una moneda de cuarto de dólar de dos caras que había comprado mientras Zac estaba en Las Vegas. La examinó con una sonrisa, luego se la guardó en el bolsillo de los vaqueros. «Lo bastante inteligente como para reservarme un as en la manga», añadió con un brillo de picardía en los ojos.
Al observarse en el espejo, su sonrisa se transformó en una expresión de asombro. El pelo se le había secado en una mata rebelde alrededor de la cara. «Qué desastre», pensó al recoger el cepillo. Se lo arreglaría antes de llamar al servicio de habitaciones; a Zac le vendría bien esperar por el almuerzo. Con dolor, comenzó a desenredar los nudos. Se agachó para dejar que el pelo le cayera hacia delante, luego apretó los dientes y se puso a cepillar la parte interior.
-¡Ay! Un momento -dijo al oír la llamada a la puerta. «O bien Caine o bien Alan han quedado con Lena Maxweil», pensó con satisfacción al acercarse a la puerta, sin dejar de cepillarse-. No esperes que te arregle una... oh.
-Limpieza -un muchacho delgado, de unos veinte años, esbozó una sonrisa tímida
«Probablemente Zac ha decidido que limpien antes del almuerzo», dedujo. «Típico. Podría haber llamado para decírmelo».
-Puedo volver luego si...
-Oh, no, lo siento. Pensaba en otra cosa -le sonrió al abrir la puerta lo suficiente para que entrara con el carrito de la limpieza-. Eres nuevo, ¿verdad?
-Si, señora, es mi primer día. «Eso explica su nerviosismo», decidió, y le sonrió con más calor.
-Relájate y tómate tu tiempo -le aconsejó-. Procuraré no molestar -gesticuló con el cepillo y se dio la vuelta-. ¿Por qué no empiezas por la cocina mientras yo...?
Algo le tapó la boca y la nariz. Demasiado, aturdida para estar asustada, tomó la mano y trató de respirar para gritar. Inhaló algo fuerte y de sabor dulce que hizo que la cabeza comenzara a darle vueltas. Al reconocer el aroma, comenzó a debatirse con más fuerza y a luchar contra la bruma que remolineaba delante de sus ojos.
«Oh, Dios, no». Los brazos le cayeron con pesadez a los costados y el cepillo se deslizó de entre sus dedos laxos. «Zac...»
-El recepcionista lo encontró sobre el mostrador -le dijo Zac al teniente Renicki-. Al parecer nadie vio quién lo puso allí. Fue durante la salida de muchos clientes y el personal de recepción se hallaba muy ocupado.
-Si. Ese hombre no es tonto -el teniente tomó la hoja de papel por el borde y la introdujo en una bolsa de plástico-. Supongo que tendré que enviarla al departamento, aunque por el momento dejaré a unos cuantos hombres de paisano en el hotel.
-Tengo a mis propios hombres de seguridad apostados en todas las salas públicas.
El teniente Renicki asintió con las cejas grises y pobladas enarcadas. «No le gusta tratar conmigo», decidió. «Es de esos tipos fríos». Lo observó encender un cigarro con manos firmes como rocas. «Pocas cosas lo ponen nervioso».
-¿Tiene algún enemigo, señor Efron?
-Eso parece -lo miró con expresión inocua.
-¿Alguien en particular del cual querría hablarme?
-No.
-¿Es la primera amenaza que ha recibido desde que volvió de Nevada?
-Sí.
El teniente Renicki contuvo un suspiro. Los personajes como Efron lo hacían sentir como un dentista que tiraba de una muela resistente.
-¿Ha contratado o despedido a alguien recientemente?
Como respuesta, Zac pulsó el intercomunicador.
-Kate, comprueba con personal si hemos contratado o despedido a alguien en los últimos dos meses. Luego consígueme una lista del resto de los hoteles.
-Aparatos estupendos los ordenadores -comentó el teniente cuando Zac colgó-. Tengo a un adolescente prácticamente casado con uno -al no recibir respuesta, encogió los hombros-. Voy a comprobar su sistema de seguridad en persona. Si va a colocar una bomba, primero tendrá que entrar.
-Puede entrar -le recordó Zac- registrándose con cualquier nombre en la recepción.
-Es verdad -el teniente Renicki observaba cómo se elevaba el humo del cigarro-. Puede cerrar el hotel.
El único cambio en la expresión de Zac fue entrecerrar levemente los ojos.
-No.
-Lo imaginaba -el teniente se levantó del sillón-. Mis hombres serán discretos, señor Efron, pero realizaremos una búsqueda de rutina. Me volveré a poner en contacto con usted después de entrevistar a los empleados de recepción.
-Gracias, teniente -Zac esperó hasta que la puerta se cerró detrás del otro, luego aplastó el cigarro con tal fuerza que lo partió en dos.
Sí antes había sentido que lo acosaban, en ese momento sentía que le respiraban en el cuello. El hombre estaba allí... si no en el hotel, entonces en algún lugar cerca. A la espera. Vane iba a volver a Hyannis Port aunque tuviera que atarla y meterla en un avión.
Permaneció un momento muy quieto hasta que volvió a serenarse. No la convencería con gritos o amenazas. La única forma sería hacerle ver que su presencia allí le impedía ser del todo racional. Si se iba, podría pensar con claridad, y quizá deducir quién era el desconocido y por qué lo hacía. Volvió a levantar el auricular de la línea interior. -Kate, estaré arriba. Pásame las llamadas allí. Se levantó y se dirigió al ascensor. Quizá en el camino se le ocurriera la mejor forma de decirle a Vane que la echaba a ella, y a sus hermanos, de su hotel.
Al entrar en el salón, miró hacia la ventana con la esperanza de verla sentada allí, comiendo ya. Lo sorprendió poco ver la mesa vacía... había tardado un poco más de la hora que había establecido. Pensando que tal vez se había vuelto a dormir, fue al dormitorio. La cama revuelta no invocó deseo en esa ocasión, sino una sensación de intranquilidad. Mientras pronunciaba su nombre en voz alta, se dirigió al cuarto de baño.
En el aire flotaba un leve rastro de su perfume. El cuarto vacío potenció su sensación de inquietud. «No seas beep», se dijo. «No está atada a esta suite. Puede haberse ido por cien motivos. Pero me esperaba. Habría telefoneado». Sin embargo, no lo sabía. Al volver al salón, se recordó que no habían estado juntos el tiempo suficiente para conocer los hábitos del otro. Podría haber bajado a buscar un vestido a la boutique.
Se inclinó y recogió de la alfombra el pequeño cepillo de mango esmaltado. Por un momento, la mente le quedó en blanco y no pudo hacer otra cosa que mirarlo fijamente. Movió la cabeza para despejarse. Estaba siendo alarmista... volvería en cualquier momento. Era típico de Vane dejar sus cosas por la suite. «Ser desordenada», musitó sin piedad. «Descuidada». Descolgó el teléfono y marcó un número.
-Marca el número del busca de Vanessa Hudgens.
Sin soltar el cepillo, esperó. La chaqueta de lentejuelas de ella colgaba en el respaldo del sofá. Recordó cuando se la puso a la espalda la noche anterior. En algún momento de la mañana. Vane la había recogido y depositado allí. Entonces, ¿por qué dejaría el cepillo en el suelo?
-La señorita Hudgens no contesta al busca, señor.
Zac sintió que el nudo en el estómago se tensaba. Apretó el mango del cepillo hasta que amenazó con romperse.
-Marca el número del busca de Alan o Caine Hudgens -miró el reloj y vio que habían pasado treinta minutos de la hora en que le había dicho a Vane que lo esperara.
-Caine Hudgens.
-Soy Zac. ¿Está Vane contigo?
-No, Alan y yo íbamos...
-¿La has visto?
-No desde esta mañana -Caine se dio cuenta de que era la primera vez en diez años que conocía a Zac que escuchaba un ligero tono de pánico en esa voz controlada. Algo helado le recorrió la espalda-. ¿Por qué?
Zac sintió un nudo en la garganta y contempló el cepillo que sostenía en la mano. -No está.
Caine sintió que el auricular se humedecía en sus manos.
-¿Dónde estás?
-Arriba.
-Subiremos en seguida.
A los pocos minutos, Zac abrió la puerta para recibir a los hermanos de Vane.
-Tal vez salió por algo -dijo Caine de inmediato-, ¿Has comprobado si se llevó su coche?
-No –Zac se maldijo y volvió a alzar el auricular-. Aquí Efron, ¿se ha llevado su coche la señorita Hudgens? -esperó, enfadado, impaciente, mientras Caine iba de un lado a otro de la habitación y Alan lo observaba. Zac escuchó la respuesta del garaje y colgó sin hablar-. Su coche sigue allí.
-Pudo haber salido a dar un paseo por la playa-sugirió Alan.
-Hace media hora me esperaba aquí -expuso Zac-. Se suponía que iba a pedir la comida, pero lo he comprobado, y no ha llamado. Encontré esto cerca de la puerta de entrada.
Alan aceptó el cepillo de manos de Zac. Recordó haberle regalado el juego de belleza antiguo al cumplir los dieciséis años. Era una de las pocas cosas de su propiedad que cuidaba de manera meticulosa. -¿Discutisteis?
Zac giró hacia Caine y su control se resquebrajó un poco más.
-Zac –se apresuró a decir Caine-, Vane tiene mal genio. Si estuviera enfadada, habría podido salir furiosa sin comentarle nada a nadie. Vagaría por la playa hasta calmarse.
-No, no estábamos discutiendo -repuso con sequedad-. Hacíamos el amor -metió las manos en los bolsillos porque tenía ganas de transformarlas en puños-. Recibí una llamada de abajo comunicándome que habían dejado otro sobre para mí en la recepción. Era otra amenaza.
Alan dejó con cuidado el cepillo de Vane sobre la mesa.
-Zac -esperó hasta que los furiosos ojos verdes se encontraron con los suyos-. Llama a la policía.
Como si quisiera recalcar sus palabras, el teléfono comenzó a sonar. Zac contestó.
-Vane -comenzó.
-¿Ya la andas buscando? -dijo una voz apagada y asexuada-. Tengo a tu chica, Efron -la comunicación se cortó con un suave clic.
Zac se quedó quieto como una piedra durante diez segundos. La boca le sabía a cobre y lo reconoció como miedo. -La tiene él -oyó decir a alguien, luego se dio cuenta de que era su propia voz. Ciego de furia arrancó el teléfono de la pared y lo arrojó al otro extremo de la habitación-. El hijo de puta la tiene.
El teniente Renicki echó una mirada alrededor del salón de la suite de Zac y llegó a la conclusión de que era más cálida de lo que habría esperado. El hombre que había conocido abajo parecía más sintonizado con colores fríos y líneas rectas. Sus ojos se detuvieron en el teléfono apoyado contra la pared este. «Al parecer las aguas quietas son profundas», pensó.
El hombre alto y moreno que miraba por la ventana era Caine Hudgens, el joven y famoso abogado que en ese momento detentaba el cargo de fiscal en Massachusetts. El hombre de pelo oscuro sentado en un sillón y que contemplaba el cepillo que sostenía en las manos era Alan Hudgens, senador de los Estados Unidos, algo de izquierdas y con mucha locuacidad. El teniente volvió a observar a Zac.
-¿Qué le parece si lo repasa una vez más? Los ojos de Zac, llenos furia y frío control, se clavaron en los del teniente.
-Bajé a inspeccionar el sobre que me habían dejado en la recepción. Dejé a Vanessa aquí justo después del mediodía. Quedamos en comer aquí mismo una hora más tarde. Me retrasé y, cuando llegué, ella ya no estaba. Me preocupé, luego, al encontrar su cepillo tirado cerca de la puerta de entrada, hice que la llamaran por el busca. Cuando no contestó, llamé a sus hermanos. Hace quince minutos recibí una llamada.
-Si, al parecer de un secuestrador -indicó Renicki, sin saber si sentirse complacido o irritado con la fría descripción de Zac-. No me ha contado qué fue lo que le dijo exactamente. Zac le lanzó una mirada larga e intensa.
-Me dijo que tenía a mi chica. A punto de estallar, Caine se alejó de la ventana.
-¡Maldita sea, esto no nos lleva a ninguna parte! ¿Por qué no ha empezado a buscarla?
El teniente Renicki lo observó con ojos cansados y pacientes.
-Eso mismo hacemos, señor Hudgens.
-Ese hombre llamará otra vez -dijo Alan con calma. Levantó los ojos del cepillo para encontrarse con la mirada del teniente-. Debe saber que entre Zac y nuestra familia podemos reunir cualquier cantidad de dinero para recuperar a Vane -dejó que sus ojos se posaran en Zac-. Siempre que su objetivo sea el dinero.
-Tendremos que trabajar con esa premisa por el momento, senador -afirmó el teniente Renicki con voz pragmática-. Con su permiso, intervendremos su teléfono, señor Efron. -Haga lo que sea necesario
En ese momento Caine miró a Zac, por primera vez desde la llamada.
-¿Dónde está el brandy?
-¿Qué?
-Necesitas un trago -cuando Zac simplemente movió la cabeza, Caine soltó un juramento en voz baja-. Bueno, pues yo me tomaré uno... antes de llamar a mamá y a papá.
Zac sintió una punzada en el estómago y señaló. -En ese armario.
De ambos extremos de la suite se oyó sonar el teléfono. Sin esperar el consentimiento del teniente Renicki, Zac fue hacia la cocina para contestar. No se atrevió a ir al dormitorio.
-Efron -cerró los ojos y luchó contra la frustración; alargó el auricular-. Es para usted -le comunicó al teniente.
Al regresar al salón, encontró a Caine y a Alan de pie en el centro de la habitación hablando en voz baja.
-Alan va a llamar a nuestros padres -explicó Caine-. Lo asimilarán mejor de él. Querrán estar aquí.
Zac luchó para que no se le notara el pánico, o el dolor. -Desde luego.
Al entrar en la habitación, el teniente Renicki esperó a que los tres lo miraran.
-Mis hombres encontraron un carrito de la limpieza abandonado en el garaje. El laboratorio lo inspeccionará minuciosamente, pero en su interior ya han dado con un trapo empapado en éter. Al parecer, fue así como la sacó sin que nadie la viera -el teniente vio los nudillos de Caine palidecer sobre la copa que sostenía, vio la oleada de furia aterrada en los ojos de Alan. Pero no percibió ningún cambio en la expresión de Zac-. Tenemos la descripción que nos dio de la señorita Hudgens, señor Efron, aunque una fotografía ayudaría mucho.
Zac sintió cómo el dolor subía desde su estómago hasta su garganta.
-No tengo ninguna.
-Yo sí -aturdido, Alan sacó la cartera.
-Intervendremos el teléfono de inmediato, señor Efron -continuó el teniente Renicki, mientras contemplaba la foto que le pasaba Alan-. Grabaremos todo lo que se diga. Cuanto más tiempo lo mantenga en la línea, mejor. Sin importar lo que exija, insista en hablar con la señorita Hudgens antes de aceptar nada. Tenemos que establecer que se encuentra con él -«y viva», añadió en silencio.
-¿Y si se niega? -quiso saber Zac.
-Entonces usted se niega a negociar. Zac se obligó a sentarse. Si se quedaba de pie, daría vueltas por la habitación, en cuyo caso perdería el control.
-No -dijo con ecuanimidad.
-Zac -Alan interrumpió antes de que Renicki pudiera volver a hablar-. El teniente tiene razón. Debemos cerciorarnos de que Vane está con él e ilesa -«Es Vane», pensó furioso al tiempo que intentaba mantener la voz serena, «nuestra Vane»-. Si dejas claro que no habrá rescate a menos que oigas su voz, hará que se ponga al teléfono.
«Hay que pagar un precio». Las palabras pasaron como un relámpago por la mente de Zac. «No Vane», pensó con desesperación. «Dios, ella no».
-Y después de que hable con ella -comentó Zac- aceptaré lo que pida. No regatearé ni ganaré tiempo.
-Es su dinero, señor Efron -el teniente le dedicó una sonrisa escueta-. Cuando vuelva a llamar me gustaría que escuchara su voz con suma atención. Lo más probable es que la disfrace, pero a lo mejor reconoce una frase o una inflexión.
En ese instante sonó un golpe seco en la puerta, que el teniente contestó en persona. Mientras hablaba en voz baja con uno de sus hombres, Caine se acercó de nuevo a Zac para ofrecerle brandy. Por segunda vez Zac negó con la cabeza.
-Lo van a atrapar -dijo Caine, que necesitaba oír las palabras en voz alta. Zac levantó los ojos despacio. -Cuando lo hagan -dijo impasible-, lo voy a matar.
Sintiéndose mareada y dolorida. Vane despertó con un gemido. «¿Me habré quedado dormida?», se preguntó. Habría perdido la clase...no, no, era su turno en el casino y Dale... Zac... No, Zac iba a subir para comer y aún no había llamado al servicio de habitaciones.
Debía levantarse, pero sus ojos se negaban a abrirse y tenía una ligera sensación de náusea en el estómago. «Me siento descompuesta», pensó confusa. Pero jamás se ponía mala. «¿Cómo...? La puerta», recordó. Alguien en la puerta. Volvió a experimentar náuseas, y con ellas miedo. Hizo acopio de todas sus fuerzas y abrió los ojos.
La habitación era pequeña y sombría. En la única ventana había corrida una cortina. Contra una pared en la que se veía un espejo lleno de polvo y una mecedora de respaldo recto, había un pequeño y barato escritorio de arce. No había ninguna lámpara, solo una bombilla en el techo. Como estaba apagada y a través de la cortina se filtraba un poco de luz, supo que aún era de día. Pero su sentido del tiempo se hallaba tan distorsionado, que desconocía qué día era.
Alguna vez las paredes habían tenido un tono amarillo, pero se había descolorido y en ese momento parecía más las páginas de un libro muy antiguo. Vane se encontraba tumbada en el centro de una cama grande encima de una colcha gastada. Cuando intentó mover el brazo derecho, descubrió que lo tenía esposado al cabecero. Fue entonces cuando el miedo pudo con el aturdimiento.
«El chico de la limpieza», recordó. «Eter», ¡Oh, Dios, cómo había podido ser tan estúpida! Zac se lo había advertido. «Zac... », pensó otra vez mientras se mordía el labio inferior. A esas alturas estaría frenético. ¿La andaría buscando? ¿Habría llamado a la policía? A lo mejor creía que había salido a hacer algo.
«Tengo que salir de aquí», se dijo desesperada y se acercó al cabecero de la cama para tirar de las esposas. El muchacho tendría algo que ver con la bomba de Las Vegas. Era increíble, apenas daba la impresión de tener edad para afeitarse. Pero mientras tiraba de las esposas en vano se recordó que era lo bastante mayor como para secuestrar. Al oír los pasos, se sentó muy quieta y esperó.
«Lo he planeado a la perfección», pensó Terry al colgar el teléfono. Llevarse a la mujer bajo las mismas narices de Efron había sido arriesgado, pero no cabía duda de que había merecido la pena. «Mejor que la bomba», decidió mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa. Había tenido que darles demasiado tiempo para que encontraran la bomba, porque en realidad su intención no había sido herir a nadie. Solo a Efron. Pero eso... eso era perfecto.
Pensó que ella era hermosa. Efron pagaría para recuperarla. Pero antes de pagar, sufriría. Terry iba a encargarse de ello. Para aliviar su propia tensión, se recordó lo inteligente que había sido. Mientras Zac estaba en Las vegas, él iba de camino a Atlantic City. En su momento se había enfadado consigo mismo por no escoger el hotel de la costa este en primer lugar. Sin embargo, todo había salido bien.
Se había fijado en Vanessa la primera noche que fue al casino... entonces descubrió que era la socia de Zac. Solo necesitó unas pocas preguntas casuales en los lugares apropiados para saber que era algo más que eso para él. Fue el momento en que trazó su plan.
Al principio se había sentido asustado. Sacar a una mujer de un hotel era más complicado que introducir una bomba pequeña. Pero había vigilado. Nadie miraba dos veces a la gente con el sencillo uniforme blanco del departamento de limpieza. Después de un par de días de observar los movimientos de Vanessa, llegó a la conclusión de que había una entrada privada desde la oficina a los alojamientos. «Probablemente un ascensor», había razonado. Era el modo en que los ricos hacían las cosas. Fue paciente y dedicó casi todo su tiempo a jugar en las máquinas tragaperras, a la espera.
Al ver el regreso de Zac, supo que había llegado la hora de entrar en acción. Robar el uniforme había sido fácil, tanto como dejar la carta. Nadie prestó atención a un joven de aspecto inofensivo con ropa normal. En cuanto vio que el recepcionista entregaba el sobre en las oficinas, Terry había comenzado a moverse. Se había obligado a ir despacio y se había dicho que debía concederle diez minutos a Zac para llegar abajo. En la tercera planta se había cambiado en uno de los cuartos del personal de limpieza, luego simplemente se había marchado con uno de los carros que había en el pasillo.
Recordó cómo le latía el corazón al entrar en el ascensor de servicio. Existía la posibilidad de que ella no estuviera, de que hubiera bajado con Zac y que tuviera que comenzar todo desde el principio. Cuando ella abrió la puerta con una sonrisa, a punto estuvo de perder la determinación. Entonces recordó a Efron. El resto fue fácil.
Le había llevado menos de cinco minutos cubrir su cuerpo inconsciente con una sábana y transportar el carro hasta el garaje, donde esperaba su coche. Se marchó con Vanessa en el asiento de atrás, tapada con una manta. Sin embargo, llevaba sin sentido mucho tiempo, quizá había empleado demasiado éter o... Entonces la oyó gemir. Rodrigo se levantó para prepararle una taza de té.
Cuando se abrió la puerta, Vanessa se hallaba sentada contra el cabecero de la cama y lo miraba. No parecía tan asustada como él había imaginado. Se preguntó si estaría conmocionada. Esperaba que comenzara a gritar en cualquier momento.
-Si gritas -le dijo con tranquilidad-, tendré que amordazarte. No quisiera hacerlo.
Vanessa vio que sostenía una taza, y que la mano le temblaba. «Un secuestrador nervioso», pensó rápidamente, «será más peligroso que uno tranquilo». Se tragó cualquier deseo de gritar.
-No gritaré.
-Te he traído un poco de té -se acercó un poco-. Quizá te sientas un poco mareada.
Ella vio que se le acercaba como lo haría ante un animal acorralado. Comprendió que esperaba que estuviera aterrorizada. Bueno, no estaba tan descaminado. Sería más ventajoso dejar que por fuera su control se resquebrajara. Por dentro se obligaría a permanecer calmada. Lo primero que debía saber era dónde guardaba las llaves de las esposas.
-Sí. Por favor -fingió que la voz le temblaba-, ¿podría ir al cuarto de baño?
-De acuerdo, no te haré daño -habló con tono tranquilizador al dejar la taza y aproximarse. Extrajo una llave del bolsillo de los vaqueros y la introdujo en la cerradura de las esposas-. Si tratas de gritar o de escapar, tendré que detenerte -hizo una pausa mientras le volvía a poner las esposas-. ¿Lo entiendes?
Vanessa asintió. Descubrió que era más fuerte de lo que parecía.
En silencio, la condujo a un cuarto de baño pequeño.
-Estaré aquí afuera -advirtió-. Sé inteligente y no te pasará nada.
Ella asintió y entró. De inmediato buscó una vía de escape y se sintió frustrada. Ni siquiera había una ventana. Un arma. Una inspección rápida solo aportó la barra de las toallas, pero ni siquiera fue capaz de moverla. Se mordió el labio a medida que el miedo y la impotencia empezaban a apoderarse de ella. Tendría que encontrar otro modo. Lo haría.
Dejó correr el agua fría y se mojó la cara. Tenía que mantenerse calmada y alerta. Y no podía subestimar al hombre que había del otro lado de la puerta. Era peligroso porque estaba tan asustado como ella. Decidió que ella estaría más asustada. Se mostraría intimidada y se pondría a llorar, para que no se percatara de que vigilaba, a la espera de la oportunidad para escapar. Primero debía averiguar exactamente cuáles eran los planes que tenía. Abrió la puerta y dejó que la esposara otra vez.
-Por favor, ¿qué es lo que vas a hacer?
-No te haré daño -repitió Rodrigo mientras la conducía a la cama-. El pagará por recuperarte.
-¿Quién? -vio la furia en sus ojos
-Efron.
-Mi padre tiene más dinero -comenzó con rapidez-. Él...
-¡No quiero el dinero de tu padre! -ante esa explosión de violencia, Vanessa no tuvo que simular un escalofrío-. Es Efron. El va a pagar. Pienso estrujarlo hasta dejarlo seco.
-¿Fuiste tú... fuiste tú quien puso la bomba en Las Vegas?
Rodrigo le entregó la taza de té. Ella consideró arrojársela a la cara, pero decidió contenerse. Si estuviera lo bastante caliente para quemarlo, lo más probable era que retrocediera, dejando la llave fuera de su alcance. -Sí.
Vanessa lo miró. El rostro adquirió una expresión furiosa y la mirada que vio en los ojos le revolvió el estómago.
-¿Por qué?
-Mató a mi padre- repuso, luego salió de la habitación.
«¡Por qué no llama!», pensó Zac mientras bebía otra taza de té. «Si le ha hecho daño...» Bajó la vista para ver que había arrancado el asa de la taza. Dejó ambas cosas y extrajo un cigarro. Detrás de él, en el pequeño comedor, dos detectives jugaban a las cartas. Caine iba de un lado a otro mientras Alan había partido al aeropuerto para recoger a Greg y Gina. El teléfono del salón había sido reparado y en ese momento se hallaba conectado a una grabadora. La espera continuó.
Oscurecía a medida que las nubes se cerraban. Llovería antes de que terminara la noche. «¡Por el amor de Dios! ¿Dónde está Vane? ¿Por qué la dejé sola?» Zac quiso cubrirse el rostro con las manos, golpear algo, cualquier cosa. Se sentó muy quieto y contempló la pared. «¿Por qué pensé que aquí estaría a salvo?», se preguntó. «La habría obligado a marcharse si no la anhelara tanto a mi lado. Podría haberla obligado a irse. Si algo le pasa...»
Hizo a un lado esos pensamientos. Si quería mantener el control, ni siquiera podía permitirse el lujo de la culpa. Los únicos sonidos en la habitación eran la conversación de los detectives y el chasquido del mechero de Caine al encender otro cigarrillo. Si el teléfono no sonaba, Zac estaba seguro de que iba a volverse loco. Cuando sonó, se abalanzó sobre él. -Manténgalo en la línea todo lo que pueda -ordenó con sequedad uno de los detectives-. Y dígale que debe hablar con ella antes de negociar.
Zac soslayó las instrucciones al recoger el auricular. La grabadora funcionaba en silencio.
-Efron.
-¿Quieres recuperar a tu chica, Efron? Zac se dio cuenta de que era una voz joven y asustada, la misma voz que había escuchado en las grabaciones de la policía en Las Vegas.
-¿Cuánto?
-Dos millones, en efectivo. En billetes pequeños. Te haré saber dónde y cuándo.
-Vanessa. Déjame hablar con ella.
-Olvídalo.
-¿Cómo sé que la tienes? -exigió- ¿Cómo sé que está... -tuvo que forzar las palabras- ...todavía con vida?
-Pensaré en ello y la línea quedó muerta.
Vanessa se acurrucó bajo la manta. Tenía frío. «Estoy asustada», corrigió con brusquedad. El frío que sentía no tenía nada que ver con el fino jersey o los pies descalzos. Mató a mi padre. La afirmación giró una y otra vez en su cabeza. ¿Podría ser el hijo del hombre que había atacado a Zac tantos años atrás? Por aquel entonces no habría sido más que un bebé. Si había acumulado tanto odio durante esos años... Vanessa volvió a temblar y se pasó la manta por los hombros.
No debería haber dudado de los instintos de Zac. De alguna manera él había sabido que alguien iba detrás de él como algo personal. Se preguntó hasta dónde llegaría el chico para vengarse. «Sé objetiva», se dijo, «Esto es real».
Había visto la cara de él. ¿Podría arriesgarse a dejarla ir cuando ella podía identificarlo? En cualquier caso, no parecía un asesino consumado. Se recordó que había colocado una bomba en un hotel a rebosar de gente. ¡Oh, Dios, tenía que escapar!
Cerró los ojos y concentró toda su atención en escuchar. Reinaba el silencio, no había ruido de tráfico. No estuvo segura, pero le pareció escuchar el océano. Quizá hubiera sido el viento. Le habría gustado saber a qué distancia se hallaban de la ciudad. Si arrojaba la taza por la ventana y gritaba, ¿la escucharía alguien? Mientras sopesaba las posibilidades, Rodrigo regresó.
-Te he traído un bocadillo.
Vanessa observó que en ese momento parecía más agitado o tal vez estimulado. «Hazle hablar», se dijo.
-Por favor, no me dejes sola - le tomó el brazo con la mano libre y lo miró con ojos suplicantes.
-Te sentirás mejor después de comer- murmuró él y le puso el bocadillo bajo la nariz-. No tienes que estar asustada. Te dije que si no intentabas nada no te haría daño.
-Te he visto -indicó, corriendo el riesgo-, ¿Cómo podrías dejar que me marchara?
-Tengo planes -inquieto, comenzó a ir de un lado a otro de la pequeña habitación. Vanessa pensó que no era grande, que si pudiera liberar la mano, tendría una oportunidad-. Cuando les diga dónde estás, ya me habré ido -con un placer sombrío pensó en Suiza-. No me encontrarán, tendré dos millones de dólares que me ayudarán a ocultarme con comodidad.
-Dos millones- susurró ella-, ¿Cómo sabes que Zac pagará?
Rodrigo rió y la observó. La cara de Vanessa estaba pálida y sus ojos muy abiertos. El pelo le caía suelto alrededor de los hombros.
-Pagará. Antes de que termine rogará que le deje pagar.
-Has dicho que mató a tu padre.
-Lo asesinó.
-Pero fue absuelto. Zac me contó... -se contuvo cuando él giró en redondo.
-¡Mató a mi padre y lo soltaron! -gritó-. Lo dejaron ir porque les dio pena. Fue todo política, me lo contó mi madre. Lo soltaron porque era un pobre muchacho indio. Mi madre me contó que su abogado pagó a los testigos.
«Su madre...», pensó Vanessa, «lleva años distorsionándole la mente». Necesitaría más que unas palabras para hacerle cambiar en ese momento. ¿Le habría contado su madre la cicatriz que tenía Zac en el costado? ¿Le había contado que su padre estaba borracho, o que había muerto con su propio cuchillo? Estudió el semblante asustado de Rodrigo, los ojos llenos de odio.
-Lo siento -susurró-. Lo siento mucho.
-El lo está pagando ahora -repuso Rodrigo y se apartó un mechón de pelo de los ojos- Me gustaría poder correr el riesgo de retenerte algo más de un par de días -rió con suavidad-. ¿Quién habría imaginado que conseguiría que Efron se arrastrara por una mujer?
-Por favor, ¿cómo te llamas?
-Rodrigo -contestó.
Vanessa se esforzó por sentarse un poco más erguida.
-Rodrigo, debes saber que Zac habrá llamado a la policía. Me estarán buscando.
-No te encontrarán -respondió con sencillez-. No empecé a planearlo ayer. Entregué una señal por este sitio hace seis meses, cuando Efron inauguró el hotel. Pensaba estrujarlo por segunda vez después de que pagara en Las Vegas -se encogió de hombros, como si el asunto de Las Vegas significara poca cosa-. La pareja anciana a la que le alquilé este lugar ahora se encuentra en Florida. Nunca me vieron, solo el cheque que les envié.
-Rodrigo...
-Mira, a ti no te va a pasar nada. Come y descansa un poco. Diez horas después de que Efron pague, llamaré para hacerles saber dónde te encuentras -salió bruscamente de la habitación y cerró de un portazo antes de que ella pudiera decir nada más.
-¿Qué hacen ellos para recuperarla? -preguntó Greg mientras daba vueltas por el salón de la suite de Zac-. Mira a esos dos... -con una mano señaló a los dos detectives-... jugando a las cartas mientras un maníaco tiene a mi pequeña.
-Hacen todo lo que pueden -le dijo Alan con calma-. El teléfono está intervenido. La última vez que llamó, no permaneció el tiempo suficiente en la línea para localizarlo. Están sacando las huellas del carrito de la limpieza.
-¡Ja! -dejando que el pánico se transformara en enfado, giró hacia su hijo- ¿Y qué clase de lugar es este en el que un hombre puede meter a mi hija en un carrito y largarse con ella?
- Greg -sentada en el sofá al lado de Zac, Gina habló con suavidad. Solo dijo su nombre, pero la pena que había en sus ojos lo hizo maldecir otra vez y dirigirse a la ventana. Gina se volvió hacia Zac y apoyó la mano sobre la suya- Zac...
Pero él movió la cabeza y se puso de pie. Por primera vez en las seis horas de miedo, supo que iba a desmoronarse. Sin decir palabra, entró en el dormitorio y cerró la puerta a su espalda.
La bata de ella seguía sobre la silla donde la había dejado. Solo tenía que recogerla para olerla. Sus manos se cerraron en puños y se volvió. El estuche con los pendientes que le había regalado estaba abierto sobre la cómoda. Podía recordar cómo le quedaban puestos la noche anterior... relucientes, atrapando el fuego a la débil luz cuando ella se había arrodillado desnuda en la cama con los brazos extendidos hacia él.
La furia y el miedo se arremolinaron en su interior hasta que su piel quedó húmeda y pegajosa. El silencio de la habitación lo abrumó. Solo se oía el sonido de la lluvia, fría y constante del otro lado de la ventana. Apenas unas horas antes Vane había llenado la habitación con vida... con risas y pasión. Después, la había dejado. No le había dicho que la amaba, ni le había dado un beso de despedida. Había salido con la mente centrada en sus propios asuntos. «La dejé sola», se repitió.
-Oh, Dios -se pasó las manos por la cara y presionó con fuerza los dedos sobre los ojos.
Al oír la suave llamada a la puerta, bajó las manos y luchó contra la sensación de desesperación. Greg entró sin esperar respuesta.
-Zac -cerró la puerta y se irguió en toda su enormidad, y por primera vez desde que Zac recordaba, con aspecto de impotencia-. Lamento lo que dije.
Zac lo miró a los ojos y volvió a cerrar las manos en los bolsillos.
-Tenías razón. Si no hubiera sido descuidado...
-No -Greg se acercó a él y lo tomó por ambos brazos-. Aquí no hay culpas. Vane... quería a Vane, y habría encontrado un camino para llegar hasta ella. Tengo miedo- el vozarrón tembló al apretar las manos sobre los brazos de Zac-. Solo he tenido miedo una vez en la vida. Cuando a Caine se le metió en la cabeza explorar el tejado y lo encontramos colgando del saliente dos pisos más arriba. No sé dónde está mi niña -la voz le tembló al darse la vuelta-. No puedo conseguir una escalera que me lleve hasta ella.
-Greg, la amo.
-Sí, puedo verlo -confirmó con un suspiro hondo al girar otra vez hacia él.
-Cualquier cosa que pida, cualquier cosa que quiera que haga, la haré. Greg asintió y extendió la mano. -Vamos, la familia debería esperar junta.