domingo, 12 de febrero de 2012

Capitulo 7.


Zac mantenía su despacho en la planta baja del Comanche, conectado con el ático a través de un ascensor privado. Le resultaba práctico, ya que sus horas de trabajo eran esporádicas y había ocasiones en que no tenía deseos de pasar por las salas del hotel abiertas al público. El ascensor era una comodidad, igual que los monitores y el espejo falso que había detrás del friso de caoba de una pared.
Como en su despacho exigía absoluta intimidad, trabajaba en una sala amplia sin ventanas y con solo una entrada pequeña. Su experiencia en una celda le había provocado aversión a los lugares pequeños, de modo que lo había compensado decorándolo con cuidado. El mobiliario era claro para dar el aspecto de amplitud. Los cuadros eran grandes y llenos de color. Un escenario desértico con los rayos de un sol moribundo, las cumbres imponentes de las Montañas Rocosas, un guerrero comanche al galope en un caballo. El color y su ausencia le proporcionaban la ilusión de libertad que contrarrestaba la agitación que a veces sentía cuando se encontraba atrapado detrás de un escritorio.
En ese momento estaba repasando el informe para los accionistas que satisfaría a todo el mundo que tuviera acciones de Empresas Efron. Por dos veces descubrió que leía y no retenía nada y se obligó a volver a empezar. Las dos semanas de Vane habían terminado, igual que su paciencia. Si no lo llamaba en las siguientes veinticuatro horas, se presentaría en Hyannis Hudgens para obligarla a cumplir su parte del acuerdo.
«Maldita sea, no quiero ir tras ella», pensó al arrojar el informe sobre la mesa. Nunca en la vida había perseguido a una mujer, y desde el principio había estado a punto de hacer eso con Vane. Realizaba su mejor juego cuando su oponente atacaba.
«Oponente», musitó. Prefería pensar en ella de esa manera. Resultaba más seguro. Pero lo hiciera como lo hiciera, no dejaba de pensar en ella. A pesar de sus intentos de concentrarse, siempre estaba allí, en un rincón de su cabeza, a la espera de sorprenderlo. Cada vez que pensaba en tener a una mujer, aparecía Vane casi podía tocarla, olerla. El deseo que le inspiraba desterraba por completo el deseo por cualquier otra mujer. Frustrado, ansioso, se obligó a esperar. Pero llegó a la conclusión de que había esperado demasiado. Antes de que acabara la noche, la tendría.
Al alargar la mano hacia el teléfono para pedir que le realizaran una reserva para viajar al norte, llamaron a la puerta.
-Sí.
Advertida por el tono de esa única sílaba, su secretaria solo asomó la cabeza. -Lo siento, Zac.

Con un esfuerzo, desvió su malhumor para que no se volcara en ella.

-¿De qué se trata, Kate?

-Un telegrama -entró, una morena esbelta y elástica con voz ronca y facciones marcadas-, Y el señor Steeve lleva un rato esperando fuera. Quiere que extiendas su crédito. Aceptó el telegrama con un gruñido.

-¿Cuánto quiere?

-Cinco -dijo, refiriéndose a cinco mil dólares.

-El beep no sabe cuándo dejarlo. ¿Quién está en la sala?

-Nero.

-Dile a Nero que Steeve tiene uno más, que luego corte. Con suerte, recuperará un par de miles y se quedará contento.

-Con la suerte que está teniendo, intentará cambiar sus acciones de AT&T por fichas -indicó Kate-. No hay nada peor que un rico caprichoso que se ha quedado temporalmente sin efectivo.

-No estamos aquí para moralizar -le recordó Zac-. Dile a Nero que lo vigile.

-De acuerdo -se encogió de hombros y cerró la puerta a su espalda.

Distraído, alargó la mano hacia el botón que abría el panel del espejo doble. Lo mejor sería que también él controlara a Steeve. Antes de poder apretarlo, clavó la vista en la línea de mensaje del telegrama.
He considerado tu oferta. Llegaré el jueves por la tarde para hablar de las condiciones. Por favor, arregla alojamiento adecuado. V. Hudgens. Leyó dos veces el breve mensaje antes de esbozar una sonrisa. «Típico de ella», pensó. Breve, al grano y hermosamente vago. «Y justo a tiempo», añadió, reclinándose. Era jueves pasado el mediodía. «De modo que viene a hablar de las condiciones». Un pequeño nudo de tensión se desvaneció de su nuca. Sacó un cigarro y lo encendió pensativo. «Condiciones». Sí, hablarían de las condiciones y no se apartarían del tema profesional.
Cuando le ofreció el puesto hablaba en serio. Para él Vane tenía unas calificaciones idóneas para llevar al personal y a los clientes. Necesitaba a alguien en la sala capaz de tomar decisiones independientes, dejándole a él libertad para viajar a sus otras instalaciones cuando fuera necesario. Al tener que supervisar el resto de los hoteles, no podía permitirse el lujo de ocuparse constantemente del casino. Soltó una bocanada de humo y decidió hacer que la opción del trabajo fuera interesante para Vane. Y una vez que acordaran eso...
«Cuando concluyamos eso», pensó otra vez, «tendrá que tratar conmigo en un plano personal». Los ojos se le pusieron brillantes y la boca adquirió una expresión de firmeza. En esa ocasión no iba a haber ningún Greg Hudgens en las sombras con un as en la manga. Esa noche Vane y él iban a iniciar una partida muy privada. Rió. Ganar era su negocio.
Alzó el auricular del teléfono y apretó el botón de la recepción.

-Recepción, aquí Steve. ¿En qué puedo servirle?

-Soy Efron.

-Sí, señor.

-Esta tarde se registrará una señorita llamada Hudgens. Vanessa Hudgens. Encárgate de que sus maletas sean llevadas a la suite de invitados de mi planta. Y que la acompañen directamente a mi presencia.

-Sí, señor.

-Que la floristería envíe algunas violetas a su habitación.

-Sí, señor. ¿Incluimos una tarjeta?

-No.

-Me encargaré de ello en persona.

-Bien -satisfecho, colgó. Lo único que le quedaba por hacer era esperar. Recogió el informe de los accionistas y en esa ocasión pudo prestarle toda su atención.

Vane le entregó al portero las llaves de su coche y echó su primer vistazo minucioso al Comanche. Zac no se había decantado por algo llamativo u opulento, sino que había buscado un feliz término medio. El hotel era una torre abierta en forma de V, con una tonalidad ocre que llevaba un toque del Oeste a la Costa Este. Vane aprobó la arquitectura y notó que casi todas las habitaciones tenían vistas al océano. La entrada de coches rodeaba un estanque de dos niveles con una cascada pequeña. Las monedas brillaban en el fondo. Era evidente que muchos clientes estaban dispuestos a echar monedas en busca de buena suerte.
Junto a la entrada principal había un jefe comanche de tamaño real con su tocado. Se trataba de una escultura exquisita hecha en mármol blanco con vetas negras. Pasó un dedo por el suave pecho de piedra ante el impulso de tocarla. ¿Era su imaginación o en la cara había un parecido con Zac? Si los ojos fueran azules... Movió la cabeza y se volvió.
Mientras bajaban sus maletas, aprovechó el rato para observar la acera.
Nombres famosos en letras enormes en carteleras blancas, atrevidos letreros de neón, un hotel enorme tras otro, fuentes, tráfico, ruido. Pero decidió que no era igual que Las Vegas. No solo se debía a la ausencia de montañas y al sonido del mar en los oídos. Parecía reinar una atmósfera festiva. Después de todo, aún seguía siendo un lugar de veraneo. Se podía oler el juego, pero con el salitre del Atlántico y las risas de los niños construyendo castillos de arena.
Se colocó la correa del bolso de mano y siguió al equipaje hacia el interior. No había alfombras rojas ni candeleros centelleantes, sino un sutil suelo de mosaico e iluminación indirecta. Sorprendida y complacida, vio enormes plantas y cuadros que reflejaban la vida y la cultura de los indios de la pradera. Al ir a la recepción, pensó que la herencia de Zac formaba más parte de su vida diaria de lo que él imaginaba. Podía oír el sonido familiar de las máquinas tragaperras amortiguado por la distancia y por los tacones en el suelo de cerámica. Después de darle una propina al portero se volvió hacia el recepcionista.

-Vanessa Hudgens.

-Sí, señorita Hudgens -le sonrió en bienvenida-. El señor Efron la espera. Lleva las maletas de la señorita Hudgens a la suite de invitados del ático -le indicó al botones, que ya esperaba al lado de ella-. Al señor Efron le encantaría que pasara directamente por su despacho, señorita Hudgens. La acompañaré. -Gracias.

Comenzó a sentir nervios en el estómago, pero no les prestó atención. Sabía lo que iba a hacer y cómo lo haría. Había dispuesto de dos semanas para trazar una estrategia. Durante el largo trayecto en coche desde Massachusetts hasta Nueva Jersey, había repasado todo una y otra vez. En un par de ocasiones había estado a punto de ceder al impulso de dar media vuelta para regresar al norte. Iba a correr un riesgo enorme con su futuro... y con su corazón. Tarde o temprano iba a resultar herida. Eso era inevitable. Pero había algo que quería en Atlantic City... y se llamaba Zac Efron.
Con gesto veloz apoyó la mano en el estómago, como si quisiera aquietar los nervios cuando el recepcionista abrió una puerta de gruesa madera con un cartel pequeño que ponía Privado. La morena que estaba sentada detrás de un escritorio de ébano alzó la vista con curiosidad antes de que sus ojos se posaran en Vane.

-La señorita Hudgens -anunció el recepcionista.

-Sí, desde luego -Kate se levantó asintiendo-, Gracias, Steve. El señor Efron la espera, señorita Hudgens, deje que anuncie su presencia.

«De modo que este es el motivo por el que el jefe ha estado con los nervios a flor de piel», concluyó Kate mientras evaluaba a Vane al tiempo que alzaba el auricular del teléfono interior. Observó el largo cabello marron recogido en las sienes con dos peinetas pequeñas de marfil, los rasgos fuertes y elegantes acentuados por ojos de color miel, la figura esbelta enfundada en un traje de seda de unos tonos algo más oscuros que sus ojos. «Mucha clase», decidió Kate, y mientras Vane le devolvía la mirada sin pestañear, añadió: «Y personalidad».

-Zac, ha llegado la señorita Hudgens. Por supuesto -colgó y le ofreció una sonrisa con el toque justo de cordialidad-. Por aquí, señorita Hudgens -la guió hasta abrir otra puerta. Vane se detuvo a su lado.

-Gracias, señorita...

-Wallace -respondió Kate automáticamente.

-Gracias, señorita Wallace -Vane apoyó la mano en el pomo de la puerta y la cerró a su espalda.

Kate observó unos momentos el pomo y comprendió que la habían descartado con suma habilidad. Más intrigada que irritada, regresó a su mesa.

-Vane -Zac se reclinó en el sillón. Se preguntó por qué había esperado que cambiara algo. De algún modo, había creído que estaría preparado para el torrente de sensaciones que le provocaba el solo hecho de verla. Todas las horas de las dos últimas semanas se desvanecieron en un instante.

-Hola, Zac -rezó para que no le ofreciera la mano, ya que sentía las palmas húmedas-. Tienes una instalación estupenda.

-Siéntate -le indicó el sillón delante del escritorio-. ¿Deseas beber algo? ¿Café?

-No -con una sonrisa cortés cruzó la estancia para sentarse en un sillón de delicada piel-. Agradezco que te tomaras la molestia de verme de inmediato. El enarcó una ceja. Comprendió que se estaban estudiando como dos boxeadores.

-¿Cómo ha sido tu vuelo?

-Vine en coche -respondió-. Fue algo que eché de menos hacer el año pasado. El clima era magnífico -añadió, decidida a mantener la conversación superficial hasta que se le calmaran los nervios.

-¿Y tu familia?

-Mis padres están bien. No pude ver a Alan ni a Caine -esbozó su primer amago de sonrisa sincera-, Mi padre te envía recuerdos.

-¿Sigue entre los vivos?

-Encontré formas más sutiles de venganza -con sombrío placer, pensó en los cigarros rotos.

-¿Te adaptas a la vida en tierra? -incapaz de contenerse por más tiempo, bajó la vista un instante a la boca de ella. No llevaba carmín y se la veía un poco húmeda.

-Sí, pero no al desempleo -sintió los labios encendidos y el calor que anidó en la boca de su estómago. Anhelaba acercarse a él, tomar lo que quisiera darle en los términos que le ofreciera. Le bastaba con volver a estar en sus brazos, sentir que sus manos hábiles la tocaban otra vez. Con cuidado, juntó las suyas en el regazo-. De eso quiero hablarte.

-El puesto de directora del casino sigue abierto -indicó con calma, tomándose su tiempo para mirarla de nuevo a los ojos-. Las horas son largas, aunque no creo que te resulten tan apremiantes como en el barco. Por lo general, no es necesario que estés en la sala antes de las cinco; sin embargo, desde luego, puedes adaptar eso de vez en cuando si necesitas una noche libre. Hay cierto papeleo del que tendrás que ocuparte, pero en su mayor parte dirigirás al personal y llevarás a los clientes. Tendrás tu propio despacho en el extremo de la zona de recepción. Cuando no debas estar en la sala, puedes supervisarlo todo desde allí. Dispone de monitores. Y de una vista más directa -gesticuló.

Zac apretó un botón para hacer que el friso se deslizara a un costado. Vane miró a través del cristal para observar a la multitud en el casino. Jugaba, hablaba, caminaba, todo como en una película muda.

-Tendrás a un ayudante -continuó él-. Es competente, pero no está autorizado a tomar decisiones independientes. En tu salario se incluye una suite. Cuando yo esté ausente del hotel, la autoridad completa sobre el casino recaerá en ti... dentro de unas normas establecidas por mí.

-Eso parece bastante claro -separó las manos y se obligó a relajarlas. Le ofreció una sonrisa suave y amigable-. Aceptaré encargarme de las responsabilidades de dirección del casino, Zac... como tu socia -captó un destello, solo un destello, de sorpresa en los ojos de él antes de que volviera a reclinarse en su sillón. Con cualquier otra persona, habría sido un gesto de relajación. Con Zac parecía un preparativo para la acción.

-¿Como mi socia?

-En el Comanche de Atlantic City -expuso con serenidad.

-Necesito un director para el casino, Vane no una socia.

-Y yo no necesito un trabajo, ni un salario -replicó-. Soy lo bastante afortunada para disfrutar de independencia económica, pero no está en mi naturaleza permanecer ociosa. Solicité el trabajo en el Celebration como un experimento, no necesito aceptar otro por la misma causa. Busco algo en lo que esté más involucrada.

-En una ocasión dijiste que pensabas buscar trabajo en un casino cuando dejaras el barco.

-No -sonrió otra vez y movió la cabeza-. Me malinterpretaste. Pensaba en abrir mi propio casino.

-¿Tu propio casino? -rió y se relajó de nuevo-. ¿Tienes alguna idea de lo que hace falta?

-Creo que sí -alzó la barbilla-. Acabo de pasar un año de mi vida trabajando y viviendo en lo que esencialmente es una instalación flotante de juego. Sé cómo funciona una cocina para adaptarse a mil quinientas personas, cómo se lleva la sección de hostelería y cómo mantener bien abastecida una bodega de vinos. Sé cuándo un croupier se siente abrumado y necesita que lo releven y cómo convencer a un cliente de buscarse otro juego antes de que se ponga desagradable. En aquel barco tenía poco más que hacer salvo aprender. Y soy de las que aprenden con rapidez.

Zac meditó en el tono fríamente furioso de su voz, en la luz dura y decidida de sus ojos. Tras un momento, decidió que lo más probable era que pudiera llevarlo con bastante éxito. Tenía las agallas, la motivación y el dinero.

-Tomando todo lo que acabas de exponer en consideración -comenzó despacio-, ¿por qué debería incorporarte como socia? Vane se levantó y se dirigió al cristal. -¿Ves a la croupier de la mesa cinco? -preguntó, señalando con el dedo pegado al cristal.

-Sí, ¿por qué? -curioso, Zac se levantó y se unió a ella.

-Posee unas manos excelentes... rápidas, firmes. Me da la impresión de que ha establecido un ritmo cómodo sin dar la apariencia de precipitar a los jugadores. No habría que destinarla a los turnos de tarde. Necesitas profesionales como ella durante las horas más animadas. El encargado de la mesa de los dados parece mortalmente aburrido. Hay que despedirlo o subirle el sueldo.

-Expláyate. - Al captar un tono de humor. Vane le sonrió.

-Ofrecerle un aumento si acepta la insinuación de ser más responsable. Despedirlo si no lo capta. El personal del casino ha de reflejar la misma actitud que el personal del hotel.

-Un comentario acertado -reconoció-. Y un buen motivo para desear que seas la directora de mi casino. Pero no justifica tu entrada como socia.
Vane le dio la espalda al mundo silencioso que había detrás del cristal.

-Entonces añadiré algo. Cuando tu presencia sea necesaria en el Oeste o en Europa, sabrás que dejas a alguien al mando con un interés personal, no solo en el casino, sino en todo el negocio. He investigado un poco -añadió-. Si Empresas Efron continúa creciendo al ritmo actual, deberás tener a alguien que te ayude con las responsabilidades. A menos, desde luego, que elijas trabajar veinticuatro horas al día para ganar dinero sin tiempo de disfrutar de tu éxito. El dinero que estoy dispuesta a invertir te aportará suficiente efectivo para avivar tu oferta por aquel casino de Malta.

-Veo que has hecho los deberes -comentó con sequedad. -Los escoceses jamás entramos a ciegas en un negocio -le ofreció una sonrisa satisfecha-. La cuestión es que no tengo ningún interés en trabajar para ti ni para nadie. Por la mitad del negocio dirigiré el casino y echaré una mano en otras zonas cuando sea necesario.

-La mitad -murmuró, entrecerrando los ojos.

-Socios iguales, Zac -lo miró fijamente-. Es el único modo en que me conseguirás.

Reinó un silencio completo y Vane se obligó a controlar su ritmo de respiración. No quería dejar que supiera lo nerviosa que estaba ni permitirse pensar en lo fácil que le resultaría olvidar el orgullo para arrojarse a sus brazos. Lo que había comenzado la última vez que habían estado juntos se había completado durante su separación. Se había enamorado de él cuando ni siquiera lo había tenido cerca para que la tentara. Pero él no lo sabría, no le permitiría descubrirlo, hasta que estuviera preparada.

-Será mejor que te tomes tiempo para pensarlo -añadió ella al rato-. Mis planes son flexibles -continuó al regresar al sillón para recoger el bolso-. Mientras esté en la ciudad, pienso ir a mirar algunas propiedades.

Cuando sintió los dedos de Zac cerrarse en torno a su muñeca, se volvió despacio. Estaba segura de que iba a ponerla a prueba. Y cuando lo hiciera, dispondría de la elección de retirarse.

-En cualquier momento durante el primer año, si decido que no funciona, podré comprar tu participación. Vane tuvo que contener un estallido de alegría.

-De acuerdo -aceptó con calma.

-Haré que mi abogado redacte un borrador del contrato. Mientras tanto, puedes ir aclimatándote -con la cabeza señaló el casino-. Dispones de una o dos semanas para cambiar de idea.

-No tengo intención de hacerlo, Zac. Cuando tomo una decisión, la respeto -volvieron a observarse con cautela. Vane extendió la mano-. ¿Trato hecho, entonces?

Alfonso contempló su mano, luego la aceptó. La sostuvo un momento, como si cerrara un pacto, luego se la llevó a los labios.

-Trato hecho, Vane. Aunque es posible que ambos lo lamentemos.

-Subiré a cambiarme -retiró la mano-. Esta noche trabajaré en el casino.

-Mañana es más que pronto -se adelantó a ella para llegar a la puerta y apoyó la mano sobre la de Vane en el pomo.

-Prefiero no perder tiempo -indicó con sencillez-. Si puedes presentarme a mi ayudante y a algunos de los croupiers, a partir de ahí podré arreglármelas sola.

-Lo que desees.

-Dame una hora para cambiarme y deshacer el equipaje -deseando romper el contacto físico, giró el pomo.

-Tenemos que hablar de otras cosas, Vane. Las palabras parecieron acariciarle la piel. Llena de necesidad, se volvió hacia él.

-Sí -musitó-. Pero antes me gustaría acabar con los preliminares del negocio, para que quede claro que una cosa no tiene nada que ver con la otra.

-No estoy seguro de que no sea así -le tomó la solapa del traje entre los dedos pulgar e índice-. Y que ambos no seamos unos tontos por fingir lo contrario.

-No tardaremos en averiguarlo, ¿verdad? Con una sonrisa lenta, Zac bajó la mano.

-Sí, lo haremos. Te veré dentro de una hora.
Vane no tardó en descubrir que iba a ser un trabajo duro. Tanto como el desempeñado en el Celebration. «Pero en esta ocasión», pensó mientras estudiaba el casino atestado y ruidoso, «las apuestas son mías». Firmó uno de los recibos de efectivo que le presentó un croupier y experimentó un leve destello de placer. Parte de la vida que en ese momento palpitaba a su alrededor le pertenecía.
«La adaptación tomará tiempo», se recordó al notar algunas miradas especulativas en su dirección. Cuando Zac la presentó como su socia, Vane casi había podido oír los engranajes al girar en cada cerebro. Debería demostrar que era competente para el puesto, sin importar lo que sucediera personalmente entre Zac y ella. La regla número uno era la confianza. La número dos la tenacidad. Cuando se unían, las consideraba una mezcla imbatible... similar a la fórmula empleada para manejar a su padre.
Su ayudante, Nero, era un hombre negro, grande y sereno, que había aceptado la noticia de su participación en el casino con un silencioso encogimiento de hombros. Descubrió que había trabajado en el primer casino de Zac como jefe de seguridad, y en un puesto u otro en todas las demás propiedades. Con las palabras justas llevó a Vane por el casino, la puso al corriente de las costumbres básicas y luego la dejó sola. Ella llegó a la conclusión de que no sería un hombre al que pudiera ganarse con facilidad.
Al captar la señal de uno de los croupiers, cruzó la sala. Antes de haber llegado a la mesa oyó la voz sonora y enfadada. Bastó un vistazo para determinar que el hombre tenía poca suerte y eso no lo hacía nada feliz.

-Perdonen -le sonrió a todos los jugadores de la mesa y se situó junto al croupier-. ¿Hay algún problema?

-Puedes apostarlo, encanto -el hombre del extremo se inclinó y le tomó la muñeca-. ¿Quién eres?

Vane bajó la vista a la mano del hombre y despacio subió los ojos hasta posarlos en su cara. -Soy la propietaria.

El otro emitió una risa rápida antes de vaciar la copa que bebía.

-He visto al dueño, encanto. Y no se parece en nada a ti.

-Mi socio -lo informó con una sonrisa gélida. Por el rabillo del ojo vio que Nero se acercaba y de forma imperceptible movió la cabeza-. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarlo?

-Esta noche me he dejado una pasta aquí -le dijo-. Mis amigos lo atestiguarán.
Los otros jugadores se mostraron entre aburridos o irritados. Todos lo soslayaron.

-¿Quiere cambiar el resto de sus fichas? -preguntó ella con cortesía.

-Quiero la oportunidad de recuperarme -replicó, dejando la copa vacía-. Este payaso no quiere aumentar el límite.

Vane observó al croupier con cara de póquer y vio vestigios de furia en sus ojos.

-Nuestros croupiers no están autorizados a aumentar el límite de la mesa, señor...

-Carson, Mick Carson, y me gustaría saber qué clase de local es este en el que un hombre no puede tener la oportunidad de recuperarse.

-Como he dicho -continuó Vane con calma-, los croupiers no están autorizados a elevar el límite, pero yo sí. ¿Cuánto dinero tiene pensado apostar, señor Carson?

-Eso me gusta más -dijo, y con la mano pidió otra copa. Vane hizo un gesto negativo con la cabeza a la camarera próxima-. Cinco mil dólares -le sonrió-. Eso equilibrará las cosas. Lo firmaré.

-De acuerdo. Trae la cuenta del señor Carson, Nero -ordenó, percibiendo que se hallaba cerca-, Puede jugar esta mano por cinco mil, señor Carson -lo miró fijamente-. Y si pierde, se retira.

-De acuerdo, encanto -volvió a tomarle la muñeca, recorriendo con la vista el vestido color rubí de ella-, Y si gano, ¿por qué tú y yo no nos vamos a tomar una copa a un lugar más tranquilo?

-No tiente su suerte, señor Carson -le advirtió con una sonrisa.

Riendo entre dientes, aceptó el portapapeles que le presentó Nero y lo firmó.

-No se pierde nada intentándolo, encanto. Oh, no -añadió cuando Vane se hizo a un lado-. Reparte tú.

Sin decir una palabra, Vane ocupó el puesto del croupier. Fue en ese momento cuando vio a Zac junto a la mesa, observándola. «¡Maldita sea!» Sus ojos se encontraron unos momentos, y Vane se preguntó si su irritación se había interpuesto en el camino de la sensatez. Miró otra vez a Carson y se dijo que valía la pena arriesgar cinco mil para deshacerse del tipo sin alborotos.

-¿Apuestas? -preguntó, mirando a otros jugadores mientras contaba las fichas de Carson. Por decisión unánime los demás se abstuvieron.

-Solo tú y yo -Carson adelantó sus fichas-. Reparte.

En silencio. Vane le dio un siete y un dos. Un vistazo a su carta oculta le reveló un total de doce, viéndose únicamente el nueve.

-Una -ordenó Carson, alargando la mano con gesto distraído hacia la copa vacía. Ella volvió una reina-. Me planto -dijo, sonriéndole sin humor.

-Plantado con diecinueve -Vane descubrió la carta tapada-. Doce... quince -continuó al darse un tres. Sin detenerse, extrajo un cinco-. Veinte -Carson soltó el aire contenido con un juramento-, Vuelva otro día por aquí, señor Carson -dijo con frialdad, y aguardó que el otro se pusiera de pie.

La observó un momento mientras ella recogía en silencio las fichas, luego se incorporó y se marchó sin decir otra palabra.

-Les ofrezco disculpas por las molestias -le sonrió a los otros jugadores antes de dejarle el sitio al croupier.

-Lo ha hecho muy bien, señorita Hudgens -musitó Nero cuando pasó delante de él. Vane se detuvo y se volvió. -Gracias, Nero. Y es Vane -tuvo el placer de verlo sonreír antes de acercarse a Zac-, ¿Estabas dispuesto a relevarme? -preguntó.

Zac la miró y con gesto lento enroscó un mechón de pelo en torno al dedo.

-¿Sabes?, te quería aquí por una variedad de razones. Y esta era una de ellas.

-¿Y si hubiera perdido? -rió, complacida. Zac se encogió de hombros.

-Hubieras perdido. Pero aun así habrías manejado una situación potencialmente incómoda con un mínimo de ruido. Y con estilo -la miró a la cara-. Admiro tu estilo, Vanessa Hudgens.

-Es extraño -sintió el cambio en su interior. La calidez, el deseo-. Yo siempre he admirado el tuyo. -Estás cansada -pasó el dedo pulgar por debajo de sus ojos, donde empezaban a vislumbrarse sombras.

-Un poco -reconoció-. ¿Qué hora es?

-Alrededor de las cuatro.

-No me extraña. El problema con estos sitios es que pierdes la noción del día y de la noche.

-Ya has trabajado más de lo que te correspondía -le dijo al conducirla por el casino-. Necesitas desayunar.

-Mmm.

-Doy por sentado que eso significa que tienes hambre.

-No lo había notado, pero ya que lo mencionas, creo que me muero de hambre -miró por encima del hombro al guiarla a través de la puerta exterior de su despacho-. ¿El restaurante no está al otro lado?

-Desayunaremos en mi suite.

-Oh, espera un minuto -riendo, se detuvo-. Creo que el restaurante será mucho más inteligente -él la estudió un momento, luego metió la mano en el bolsillo-. Oh, Zac...

-Cara, mi suite cruz, el restaurante. Con el ceño fruncido, Vane alargó la mano.

-Déjame ver esa moneda -se la quitó y la examinó-. De acuerdo, estoy demasiado hambrienta para discutir. Échala.

Con un movimiento hábil del dedo pulgar, la arrojó al aire. Vane esperó hasta que cayó en el dorso de su mano, luego suspiró. -Subiremos en el ascensor -indicó Zac.

1 comentario:

  1. joer macho
    zac siempre gana
    no jodas!
    y el amigo de zac se llama nero como el programa ese para gravar XD XD
    bueno muy diver el capi
    sigue pronto la nove
    y comentame si puedes
    bye!
    kisses!

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