martes, 28 de febrero de 2012

Cpitulo 11.


Vane se pasó el jersey negro de angora por la cabeza. Decidió que por un día sería estupendo entregarse a la pereza, estar en la suite con ropa cómoda sin hacer absolutamente nada. Zac y ella no habían pasado juntos un día completo desde St. Thomas.
Eso hizo que pensara en los pendientes que él le había regalado. Mientras abría el cajón más alto de la cómoda para sacar el estuche, llegó a la conclusión de que se los pondría esa noche. «Son exquisitos», pensó al mirarlos otra vez. Más exquisitos porque se los había comprado entonces, antes de ser amantes.
«Qué hombre tan extraño», reflexionó. «Tan distante en algunos aspectos, tan introvertido; sin embargo, es capaz de gestos increíblemente dulces». Las violetas en su habitación el primer día... champán para el desayuno. Y debajo de todo estaba esa latente y controlada veta de violencia. Todos esos aspectos de él la estimulaban.
«¿Cómo eres de inteligente?». Rió al recordar la pregunta de Zac. «Lo bastante inteligente como para saber que soy una mujer afortunada», respondió en silencio. Metió otra vez la mano en el cajón y sacó una moneda de cuarto de dólar de dos caras que había comprado mientras Zac estaba en Las Vegas. La examinó con una sonrisa, luego se la guardó en el bolsillo de los vaqueros. «Lo bastante inteligente como para reservarme un as en la manga», añadió con un brillo de picardía en los ojos.
Al observarse en el espejo, su sonrisa se transformó en una expresión de asombro. El pelo se le había secado en una mata rebelde alrededor de la cara. «Qué desastre», pensó al recoger el cepillo. Se lo arreglaría antes de llamar al servicio de habitaciones; a Zac le vendría bien esperar por el almuerzo. Con dolor, comenzó a desenredar los nudos. Se agachó para dejar que el pelo le cayera hacia delante, luego apretó los dientes y se puso a cepillar la parte interior.
-¡Ay! Un momento -dijo al oír la llamada a la puerta. «O bien Caine o bien Alan han quedado con Lena Maxweil», pensó con satisfacción al acercarse a la puerta, sin dejar de cepillarse-. No esperes que te arregle una... oh.
-Limpieza -un muchacho delgado, de unos veinte años, esbozó una sonrisa tímida
«Probablemente Zac ha decidido que limpien antes del almuerzo», dedujo. «Típico. Podría haber llamado para decírmelo».
-Puedo volver luego si...
-Oh, no, lo siento. Pensaba en otra cosa -le sonrió al abrir la puerta lo suficiente para que entrara con el carrito de la limpieza-. Eres nuevo, ¿verdad?
-Si, señora, es mi primer día. «Eso explica su nerviosismo», decidió, y le sonrió con más calor.
-Relájate y tómate tu tiempo -le aconsejó-. Procuraré no molestar -gesticuló con el cepillo y se dio la vuelta-. ¿Por qué no empiezas por la cocina mientras yo...?
Algo le tapó la boca y la nariz. Demasiado, aturdida para estar asustada, tomó la mano y trató de respirar para gritar. Inhaló algo fuerte y de sabor dulce que hizo que la cabeza comenzara a darle vueltas. Al reconocer el aroma, comenzó a debatirse con más fuerza y a luchar contra la bruma que remolineaba delante de sus ojos.
«Oh, Dios, no». Los brazos le cayeron con pesadez a los costados y el cepillo se deslizó de entre sus dedos laxos. «Zac...»
-El recepcionista lo encontró sobre el mostrador -le dijo Zac al teniente Renicki-. Al parecer nadie vio quién lo puso allí. Fue durante la salida de muchos clientes y el personal de recepción se hallaba muy ocupado.
-Si. Ese hombre no es tonto -el teniente tomó la hoja de papel por el borde y la introdujo en una bolsa de plástico-. Supongo que tendré que enviarla al departamento, aunque por el momento dejaré a unos cuantos hombres de paisano en el hotel.
-Tengo a mis propios hombres de seguridad apostados en todas las salas públicas.
El teniente Renicki asintió con las cejas grises y pobladas enarcadas. «No le gusta tratar conmigo», decidió. «Es de esos tipos fríos». Lo observó encender un cigarro con manos firmes como rocas. «Pocas cosas lo ponen nervioso».
-¿Tiene algún enemigo, señor Efron?
-Eso parece -lo miró con expresión inocua.
-¿Alguien en particular del cual querría hablarme?
-No.
-¿Es la primera amenaza que ha recibido desde que volvió de Nevada?
-Sí.
El teniente Renicki contuvo un suspiro. Los personajes como Efron lo hacían sentir como un dentista que tiraba de una muela resistente.
-¿Ha contratado o despedido a alguien recientemente?
Como respuesta, Zac pulsó el intercomunicador.
-Kate, comprueba con personal si hemos contratado o despedido a alguien en los últimos dos meses. Luego consígueme una lista del resto de los hoteles.
-Aparatos estupendos los ordenadores -comentó el teniente cuando Zac colgó-. Tengo a un adolescente prácticamente casado con uno -al no recibir respuesta, encogió los hombros-. Voy a comprobar su sistema de seguridad en persona. Si va a colocar una bomba, primero tendrá que entrar.
-Puede entrar -le recordó Zac- registrándose con cualquier nombre en la recepción.
-Es verdad -el teniente Renicki observaba cómo se elevaba el humo del cigarro-. Puede cerrar el hotel.
El único cambio en la expresión de Zac fue entrecerrar levemente los ojos.
-No.
-Lo imaginaba -el teniente se levantó del sillón-. Mis hombres serán discretos, señor Efron, pero realizaremos una búsqueda de rutina. Me volveré a poner en contacto con usted después de entrevistar a los empleados de recepción.
-Gracias, teniente -Zac esperó hasta que la puerta se cerró detrás del otro, luego aplastó el cigarro con tal fuerza que lo partió en dos.
Sí antes había sentido que lo acosaban, en ese momento sentía que le respiraban en el cuello. El hombre estaba allí... si no en el hotel, entonces en algún lugar cerca. A la espera. Vane iba a volver a Hyannis Port aunque tuviera que atarla y meterla en un avión.
Permaneció un momento muy quieto hasta que volvió a serenarse. No la convencería con gritos o amenazas. La única forma sería hacerle ver que su presencia allí le impedía ser del todo racional. Si se iba, podría pensar con claridad, y quizá deducir quién era el desconocido y por qué lo hacía. Volvió a levantar el auricular de la línea interior. -Kate, estaré arriba. Pásame las llamadas allí. Se levantó y se dirigió al ascensor. Quizá en el camino se le ocurriera la mejor forma de decirle a Vane que la echaba a ella, y a sus hermanos, de su hotel.
Al entrar en el salón, miró hacia la ventana con la esperanza de verla sentada allí, comiendo ya. Lo sorprendió poco ver la mesa vacía... había tardado un poco más de la hora que había establecido. Pensando que tal vez se había vuelto a dormir, fue al dormitorio. La cama revuelta no invocó deseo en esa ocasión, sino una sensación de intranquilidad. Mientras pronunciaba su nombre en voz alta, se dirigió al cuarto de baño.
En el aire flotaba un leve rastro de su perfume. El cuarto vacío potenció su sensación de inquietud. «No seas beep», se dijo. «No está atada a esta suite. Puede haberse ido por cien motivos. Pero me esperaba. Habría telefoneado». Sin embargo, no lo sabía. Al volver al salón, se recordó que no habían estado juntos el tiempo suficiente para conocer los hábitos del otro. Podría haber bajado a buscar un vestido a la boutique.
Se inclinó y recogió de la alfombra el pequeño cepillo de mango esmaltado. Por un momento, la mente le quedó en blanco y no pudo hacer otra cosa que mirarlo fijamente. Movió la cabeza para despejarse. Estaba siendo alarmista... volvería en cualquier momento. Era típico de Vane dejar sus cosas por la suite. «Ser desordenada», musitó sin piedad. «Descuidada». Descolgó el teléfono y marcó un número.
-Marca el número del busca de Vanessa Hudgens.
Sin soltar el cepillo, esperó. La chaqueta de lentejuelas de ella colgaba en el respaldo del sofá. Recordó cuando se la puso a la espalda la noche anterior. En algún momento de la mañana. Vane la había recogido y depositado allí. Entonces, ¿por qué dejaría el cepillo en el suelo?
-La señorita Hudgens no contesta al busca, señor.
Zac sintió que el nudo en el estómago se tensaba. Apretó el mango del cepillo hasta que amenazó con romperse.
-Marca el número del busca de Alan o Caine Hudgens -miró el reloj y vio que habían pasado treinta minutos de la hora en que le había dicho a Vane que lo esperara.
-Caine Hudgens.
-Soy Zac. ¿Está Vane contigo?
-No, Alan y yo íbamos...
-¿La has visto?
-No desde esta mañana -Caine se dio cuenta de que era la primera vez en diez años que conocía a Zac que escuchaba un ligero tono de pánico en esa voz controlada. Algo helado le recorrió la espalda-. ¿Por qué?
Zac sintió un nudo en la garganta y contempló el cepillo que sostenía en la mano. -No está.
Caine sintió que el auricular se humedecía en sus manos.
-¿Dónde estás?
-Arriba.
-Subiremos en seguida.
A los pocos minutos, Zac abrió la puerta para recibir a los hermanos de Vane.
-Tal vez salió por algo -dijo Caine de inmediato-, ¿Has comprobado si se llevó su coche?
-No –Zac se maldijo y volvió a alzar el auricular-. Aquí Efron, ¿se ha llevado su coche la señorita Hudgens? -esperó, enfadado, impaciente, mientras Caine iba de un lado a otro de la habitación y Alan lo observaba. Zac escuchó la respuesta del garaje y colgó sin hablar-. Su coche sigue allí.
-Pudo haber salido a dar un paseo por la playa-sugirió Alan.
-Hace media hora me esperaba aquí -expuso Zac-. Se suponía que iba a pedir la comida, pero lo he comprobado, y no ha llamado. Encontré esto cerca de la puerta de entrada.
Alan aceptó el cepillo de manos de Zac. Recordó haberle regalado el juego de belleza antiguo al cumplir los dieciséis años. Era una de las pocas cosas de su propiedad que cuidaba de manera meticulosa. -¿Discutisteis?
Zac giró hacia Caine y su control se resquebrajó un poco más.
-Zac –se apresuró a decir Caine-, Vane tiene mal genio. Si estuviera enfadada, habría podido salir furiosa sin comentarle nada a nadie. Vagaría por la playa hasta calmarse.
-No, no estábamos discutiendo -repuso con sequedad-. Hacíamos el amor -metió las manos en los bolsillos porque tenía ganas de transformarlas en puños-. Recibí una llamada de abajo comunicándome que habían dejado otro sobre para mí en la recepción. Era otra amenaza.
Alan dejó con cuidado el cepillo de Vane sobre la mesa.
-Zac -esperó hasta que los furiosos ojos verdes se encontraron con los suyos-. Llama a la policía.
Como si quisiera recalcar sus palabras, el teléfono comenzó a sonar. Zac contestó.
-Vane -comenzó.
-¿Ya la andas buscando? -dijo una voz apagada y asexuada-. Tengo a tu chica, Efron -la comunicación se cortó con un suave clic.
Zac se quedó quieto como una piedra durante diez segundos. La boca le sabía a cobre y lo reconoció como miedo. -La tiene él -oyó decir a alguien, luego se dio cuenta de que era su propia voz. Ciego de furia arrancó el teléfono de la pared y lo arrojó al otro extremo de la habitación-. El hijo de puta la tiene.
El teniente Renicki echó una mirada alrededor del salón de la suite de Zac y llegó a la conclusión de que era más cálida de lo que habría esperado. El hombre que había conocido abajo parecía más sintonizado con colores fríos y líneas rectas. Sus ojos se detuvieron en el teléfono apoyado contra la pared este. «Al parecer las aguas quietas son profundas», pensó.
El hombre alto y moreno que miraba por la ventana era Caine Hudgens, el joven y famoso abogado que en ese momento detentaba el cargo de fiscal en Massachusetts. El hombre de pelo oscuro sentado en un sillón y que contemplaba el cepillo que sostenía en las manos era Alan Hudgens, senador de los Estados Unidos, algo de izquierdas y con mucha locuacidad. El teniente volvió a observar a Zac.
-¿Qué le parece si lo repasa una vez más? Los ojos de Zac, llenos furia y frío control, se clavaron en los del teniente.
-Bajé a inspeccionar el sobre que me habían dejado en la recepción. Dejé a Vanessa aquí justo después del mediodía. Quedamos en comer aquí mismo una hora más tarde. Me retrasé y, cuando llegué, ella ya no estaba. Me preocupé, luego, al encontrar su cepillo tirado cerca de la puerta de entrada, hice que la llamaran por el busca. Cuando no contestó, llamé a sus hermanos. Hace quince minutos recibí una llamada.
-Si, al parecer de un secuestrador -indicó Renicki, sin saber si sentirse complacido o irritado con la fría descripción de Zac-. No me ha contado qué fue lo que le dijo exactamente. Zac le lanzó una mirada larga e intensa.
-Me dijo que tenía a mi chica. A punto de estallar, Caine se alejó de la ventana.
-¡Maldita sea, esto no nos lleva a ninguna parte! ¿Por qué no ha empezado a buscarla?
El teniente Renicki lo observó con ojos cansados y pacientes.
-Eso mismo hacemos, señor Hudgens.
-Ese hombre llamará otra vez -dijo Alan con calma. Levantó los ojos del cepillo para encontrarse con la mirada del teniente-. Debe saber que entre Zac y nuestra familia podemos reunir cualquier cantidad de dinero para recuperar a Vane -dejó que sus ojos se posaran en Zac-. Siempre que su objetivo sea el dinero.
-Tendremos que trabajar con esa premisa por el momento, senador -afirmó el teniente Renicki con voz pragmática-. Con su permiso, intervendremos su teléfono, señor Efron. -Haga lo que sea necesario
En ese momento Caine miró a Zac, por primera vez desde la llamada.
-¿Dónde está el brandy?
-¿Qué?
-Necesitas un trago -cuando Zac simplemente movió la cabeza, Caine soltó un juramento en voz baja-. Bueno, pues yo me tomaré uno... antes de llamar a mamá y a papá.
Zac sintió una punzada en el estómago y señaló. -En ese armario.
De ambos extremos de la suite se oyó sonar el teléfono. Sin esperar el consentimiento del teniente Renicki, Zac fue hacia la cocina para contestar. No se atrevió a ir al dormitorio.
-Efron -cerró los ojos y luchó contra la frustración; alargó el auricular-. Es para usted -le comunicó al teniente.
Al regresar al salón, encontró a Caine y a Alan de pie en el centro de la habitación hablando en voz baja.
-Alan va a llamar a nuestros padres -explicó Caine-. Lo asimilarán mejor de él. Querrán estar aquí.
Zac luchó para que no se le notara el pánico, o el dolor. -Desde luego.
Al entrar en la habitación, el teniente Renicki esperó a que los tres lo miraran.
-Mis hombres encontraron un carrito de la limpieza abandonado en el garaje. El laboratorio lo inspeccionará minuciosamente, pero en su interior ya han dado con un trapo empapado en éter. Al parecer, fue así como la sacó sin que nadie la viera -el teniente vio los nudillos de Caine palidecer sobre la copa que sostenía, vio la oleada de furia aterrada en los ojos de Alan. Pero no percibió ningún cambio en la expresión de Zac-. Tenemos la descripción que nos dio de la señorita Hudgens, señor Efron, aunque una fotografía ayudaría mucho.
Zac sintió cómo el dolor subía desde su estómago hasta su garganta.
-No tengo ninguna.
-Yo sí -aturdido, Alan sacó la cartera.
-Intervendremos el teléfono de inmediato, señor Efron -continuó el teniente Renicki, mientras contemplaba la foto que le pasaba Alan-. Grabaremos todo lo que se diga. Cuanto más tiempo lo mantenga en la línea, mejor. Sin importar lo que exija, insista en hablar con la señorita Hudgens antes de aceptar nada. Tenemos que establecer que se encuentra con él -«y viva», añadió en silencio.
-¿Y si se niega? -quiso saber Zac.
-Entonces usted se niega a negociar. Zac se obligó a sentarse. Si se quedaba de pie, daría vueltas por la habitación, en cuyo caso perdería el control.
-No -dijo con ecuanimidad.
-Zac -Alan interrumpió antes de que Renicki pudiera volver a hablar-. El teniente tiene razón. Debemos cerciorarnos de que Vane está con él e ilesa -«Es Vane», pensó furioso al tiempo que intentaba mantener la voz serena, «nuestra Vane»-. Si dejas claro que no habrá rescate a menos que oigas su voz, hará que se ponga al teléfono.
«Hay que pagar un precio». Las palabras pasaron como un relámpago por la mente de Zac. «No Vane», pensó con desesperación. «Dios, ella no».
-Y después de que hable con ella -comentó Zac- aceptaré lo que pida. No regatearé ni ganaré tiempo.
-Es su dinero, señor Efron -el teniente le dedicó una sonrisa escueta-. Cuando vuelva a llamar me gustaría que escuchara su voz con suma atención. Lo más probable es que la disfrace, pero a lo mejor reconoce una frase o una inflexión.
En ese instante sonó un golpe seco en la puerta, que el teniente contestó en persona. Mientras hablaba en voz baja con uno de sus hombres, Caine se acercó de nuevo a Zac para ofrecerle brandy. Por segunda vez Zac negó con la cabeza.
-Lo van a atrapar -dijo Caine, que necesitaba oír las palabras en voz alta. Zac levantó los ojos despacio. -Cuando lo hagan -dijo impasible-, lo voy a matar.
Sintiéndose mareada y dolorida. Vane despertó con un gemido. «¿Me habré quedado dormida?», se preguntó. Habría perdido la clase...no, no, era su turno en el casino y Dale... Zac... No, Zac iba a subir para comer y aún no había llamado al servicio de habitaciones.
Debía levantarse, pero sus ojos se negaban a abrirse y tenía una ligera sensación de náusea en el estómago. «Me siento descompuesta», pensó confusa. Pero jamás se ponía mala. «¿Cómo...? La puerta», recordó. Alguien en la puerta. Volvió a experimentar náuseas, y con ellas miedo. Hizo acopio de todas sus fuerzas y abrió los ojos.
La habitación era pequeña y sombría. En la única ventana había corrida una cortina. Contra una pared en la que se veía un espejo lleno de polvo y una mecedora de respaldo recto, había un pequeño y barato escritorio de arce. No había ninguna lámpara, solo una bombilla en el techo. Como estaba apagada y a través de la cortina se filtraba un poco de luz, supo que aún era de día. Pero su sentido del tiempo se hallaba tan distorsionado, que desconocía qué día era.
Alguna vez las paredes habían tenido un tono amarillo, pero se había descolorido y en ese momento parecía más las páginas de un libro muy antiguo. Vane se encontraba tumbada en el centro de una cama grande encima de una colcha gastada. Cuando intentó mover el brazo derecho, descubrió que lo tenía esposado al cabecero. Fue entonces cuando el miedo pudo con el aturdimiento.
«El chico de la limpieza», recordó. «Eter», ¡Oh, Dios, cómo había podido ser tan estúpida! Zac se lo había advertido. «Zac... », pensó otra vez mientras se mordía el labio inferior. A esas alturas estaría frenético. ¿La andaría buscando? ¿Habría llamado a la policía? A lo mejor creía que había salido a hacer algo.
«Tengo que salir de aquí», se dijo desesperada y se acercó al cabecero de la cama para tirar de las esposas. El muchacho tendría algo que ver con la bomba de Las Vegas. Era increíble, apenas daba la impresión de tener edad para afeitarse. Pero mientras tiraba de las esposas en vano se recordó que era lo bastante mayor como para secuestrar. Al oír los pasos, se sentó muy quieta y esperó.
«Lo he planeado a la perfección», pensó Terry al colgar el teléfono. Llevarse a la mujer bajo las mismas narices de Efron había sido arriesgado, pero no cabía duda de que había merecido la pena. «Mejor que la bomba», decidió mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa. Había tenido que darles demasiado tiempo para que encontraran la bomba, porque en realidad su intención no había sido herir a nadie. Solo a Efron. Pero eso... eso era perfecto.
Pensó que ella era hermosa. Efron pagaría para recuperarla. Pero antes de pagar, sufriría. Terry iba a encargarse de ello. Para aliviar su propia tensión, se recordó lo inteligente que había sido. Mientras Zac estaba en Las vegas, él iba de camino a Atlantic City. En su momento se había enfadado consigo mismo por no escoger el hotel de la costa este en primer lugar. Sin embargo, todo había salido bien.
Se había fijado en Vanessa la primera noche que fue al casino... entonces descubrió que era la socia de Zac. Solo necesitó unas pocas preguntas casuales en los lugares apropiados para saber que era algo más que eso para él. Fue el momento en que trazó su plan.
Al principio se había sentido asustado. Sacar a una mujer de un hotel era más complicado que introducir una bomba pequeña. Pero había vigilado. Nadie miraba dos veces a la gente con el sencillo uniforme blanco del departamento de limpieza. Después de un par de días de observar los movimientos de Vanessa, llegó a la conclusión de que había una entrada privada desde la oficina a los alojamientos. «Probablemente un ascensor», había razonado. Era el modo en que los ricos hacían las cosas. Fue paciente y dedicó casi todo su tiempo a jugar en las máquinas tragaperras, a la espera.
Al ver el regreso de Zac, supo que había llegado la hora de entrar en acción. Robar el uniforme había sido fácil, tanto como dejar la carta. Nadie prestó atención a un joven de aspecto inofensivo con ropa normal. En cuanto vio que el recepcionista entregaba el sobre en las oficinas, Terry había comenzado a moverse. Se había obligado a ir despacio y se había dicho que debía concederle diez minutos a Zac para llegar abajo. En la tercera planta se había cambiado en uno de los cuartos del personal de limpieza, luego simplemente se había marchado con uno de los carros que había en el pasillo.
Recordó cómo le latía el corazón al entrar en el ascensor de servicio. Existía la posibilidad de que ella no estuviera, de que hubiera bajado con Zac y que tuviera que comenzar todo desde el principio. Cuando ella abrió la puerta con una sonrisa, a punto estuvo de perder la determinación. Entonces recordó a Efron. El resto fue fácil.
Le había llevado menos de cinco minutos cubrir su cuerpo inconsciente con una sábana y transportar el carro hasta el garaje, donde esperaba su coche. Se marchó con Vanessa en el asiento de atrás, tapada con una manta. Sin embargo, llevaba sin sentido mucho tiempo, quizá había empleado demasiado éter o... Entonces la oyó gemir. Rodrigo se levantó para prepararle una taza de té.
Cuando se abrió la puerta, Vanessa se hallaba sentada contra el cabecero de la cama y lo miraba. No parecía tan asustada como él había imaginado. Se preguntó si estaría conmocionada. Esperaba que comenzara a gritar en cualquier momento.
-Si gritas -le dijo con tranquilidad-, tendré que amordazarte. No quisiera hacerlo.
Vanessa vio que sostenía una taza, y que la mano le temblaba. «Un secuestrador nervioso», pensó rápidamente, «será más peligroso que uno tranquilo». Se tragó cualquier deseo de gritar.
-No gritaré.
-Te he traído un poco de té -se acercó un poco-. Quizá te sientas un poco mareada.
Ella vio que se le acercaba como lo haría ante un animal acorralado. Comprendió que esperaba que estuviera aterrorizada. Bueno, no estaba tan descaminado. Sería más ventajoso dejar que por fuera su control se resquebrajara. Por dentro se obligaría a permanecer calmada. Lo primero que debía saber era dónde guardaba las llaves de las esposas.
-Sí. Por favor -fingió que la voz le temblaba-, ¿podría ir al cuarto de baño?
-De acuerdo, no te haré daño -habló con tono tranquilizador al dejar la taza y aproximarse. Extrajo una llave del bolsillo de los vaqueros y la introdujo en la cerradura de las esposas-. Si tratas de gritar o de escapar, tendré que detenerte -hizo una pausa mientras le volvía a poner las esposas-. ¿Lo entiendes?
Vanessa asintió. Descubrió que era más fuerte de lo que parecía.
En silencio, la condujo a un cuarto de baño pequeño.
-Estaré aquí afuera -advirtió-. Sé inteligente y no te pasará nada.
Ella asintió y entró. De inmediato buscó una vía de escape y se sintió frustrada. Ni siquiera había una ventana. Un arma. Una inspección rápida solo aportó la barra de las toallas, pero ni siquiera fue capaz de moverla. Se mordió el labio a medida que el miedo y la impotencia empezaban a apoderarse de ella. Tendría que encontrar otro modo. Lo haría.
Dejó correr el agua fría y se mojó la cara. Tenía que mantenerse calmada y alerta. Y no podía subestimar al hombre que había del otro lado de la puerta. Era peligroso porque estaba tan asustado como ella. Decidió que ella estaría más asustada. Se mostraría intimidada y se pondría a llorar, para que no se percatara de que vigilaba, a la espera de la oportunidad para escapar. Primero debía averiguar exactamente cuáles eran los planes que tenía. Abrió la puerta y dejó que la esposara otra vez.
-Por favor, ¿qué es lo que vas a hacer?
-No te haré daño -repitió Rodrigo mientras la conducía a la cama-. El pagará por recuperarte.
-¿Quién? -vio la furia en sus ojos
-Efron.
-Mi padre tiene más dinero -comenzó con rapidez-. Él...
-¡No quiero el dinero de tu padre! -ante esa explosión de violencia, Vanessa no tuvo que simular un escalofrío-. Es Efron. El va a pagar. Pienso estrujarlo hasta dejarlo seco.
-¿Fuiste tú... fuiste tú quien puso la bomba en Las Vegas?
Rodrigo le entregó la taza de té. Ella consideró arrojársela a la cara, pero decidió contenerse. Si estuviera lo bastante caliente para quemarlo, lo más probable era que retrocediera, dejando la llave fuera de su alcance. -Sí.
Vanessa lo miró. El rostro adquirió una expresión furiosa y la mirada que vio en los ojos le revolvió el estómago.
-¿Por qué?
-Mató a mi padre- repuso, luego salió de la habitación.
«¡Por qué no llama!», pensó Zac mientras bebía otra taza de té. «Si le ha hecho daño...» Bajó la vista para ver que había arrancado el asa de la taza. Dejó ambas cosas y extrajo un cigarro. Detrás de él, en el pequeño comedor, dos detectives jugaban a las cartas. Caine iba de un lado a otro mientras Alan había partido al aeropuerto para recoger a Greg y Gina. El teléfono del salón había sido reparado y en ese momento se hallaba conectado a una grabadora. La espera continuó.
Oscurecía a medida que las nubes se cerraban. Llovería antes de que terminara la noche. «¡Por el amor de Dios! ¿Dónde está Vane? ¿Por qué la dejé sola?» Zac quiso cubrirse el rostro con las manos, golpear algo, cualquier cosa. Se sentó muy quieto y contempló la pared. «¿Por qué pensé que aquí estaría a salvo?», se preguntó. «La habría obligado a marcharse si no la anhelara tanto a mi lado. Podría haberla obligado a irse. Si algo le pasa...»
Hizo a un lado esos pensamientos. Si quería mantener el control, ni siquiera podía permitirse el lujo de la culpa. Los únicos sonidos en la habitación eran la conversación de los detectives y el chasquido del mechero de Caine al encender otro cigarrillo. Si el teléfono no sonaba, Zac estaba seguro de que iba a volverse loco. Cuando sonó, se abalanzó sobre él. -Manténgalo en la línea todo lo que pueda -ordenó con sequedad uno de los detectives-. Y dígale que debe hablar con ella antes de negociar.
Zac soslayó las instrucciones al recoger el auricular. La grabadora funcionaba en silencio.
-Efron.
-¿Quieres recuperar a tu chica, Efron? Zac se dio cuenta de que era una voz joven y asustada, la misma voz que había escuchado en las grabaciones de la policía en Las Vegas.
-¿Cuánto?
-Dos millones, en efectivo. En billetes pequeños. Te haré saber dónde y cuándo.
-Vanessa. Déjame hablar con ella.
-Olvídalo.
-¿Cómo sé que la tienes? -exigió- ¿Cómo sé que está... -tuvo que forzar las palabras- ...todavía con vida?
-Pensaré en ello y la línea quedó muerta.
Vanessa se acurrucó bajo la manta. Tenía frío. «Estoy asustada», corrigió con brusquedad. El frío que sentía no tenía nada que ver con el fino jersey o los pies descalzos. Mató a mi padre. La afirmación giró una y otra vez en su cabeza. ¿Podría ser el hijo del hombre que había atacado a Zac tantos años atrás? Por aquel entonces no habría sido más que un bebé. Si había acumulado tanto odio durante esos años... Vanessa volvió a temblar y se pasó la manta por los hombros.
No debería haber dudado de los instintos de Zac. De alguna manera él había sabido que alguien iba detrás de él como algo personal. Se preguntó hasta dónde llegaría el chico para vengarse. «Sé objetiva», se dijo, «Esto es real».
Había visto la cara de él. ¿Podría arriesgarse a dejarla ir cuando ella podía identificarlo? En cualquier caso, no parecía un asesino consumado. Se recordó que había colocado una bomba en un hotel a rebosar de gente. ¡Oh, Dios, tenía que escapar!
Cerró los ojos y concentró toda su atención en escuchar. Reinaba el silencio, no había ruido de tráfico. No estuvo segura, pero le pareció escuchar el océano. Quizá hubiera sido el viento. Le habría gustado saber a qué distancia se hallaban de la ciudad. Si arrojaba la taza por la ventana y gritaba, ¿la escucharía alguien? Mientras sopesaba las posibilidades, Rodrigo regresó.
-Te he traído un bocadillo.
Vanessa observó que en ese momento parecía más agitado o tal vez estimulado. «Hazle hablar», se dijo.
-Por favor, no me dejes sola - le tomó el brazo con la mano libre y lo miró con ojos suplicantes.
-Te sentirás mejor después de comer- murmuró él y le puso el bocadillo bajo la nariz-. No tienes que estar asustada. Te dije que si no intentabas nada no te haría daño.
-Te he visto -indicó, corriendo el riesgo-, ¿Cómo podrías dejar que me marchara?
-Tengo planes -inquieto, comenzó a ir de un lado a otro de la pequeña habitación. Vanessa pensó que no era grande, que si pudiera liberar la mano, tendría una oportunidad-. Cuando les diga dónde estás, ya me habré ido -con un placer sombrío pensó en Suiza-. No me encontrarán, tendré dos millones de dólares que me ayudarán a ocultarme con comodidad.
-Dos millones- susurró ella-, ¿Cómo sabes que Zac pagará?
Rodrigo rió y la observó. La cara de Vanessa estaba pálida y sus ojos muy abiertos. El pelo le caía suelto alrededor de los hombros.
-Pagará. Antes de que termine rogará que le deje pagar.
-Has dicho que mató a tu padre.
-Lo asesinó.
-Pero fue absuelto. Zac me contó... -se contuvo cuando él giró en redondo.
-¡Mató a mi padre y lo soltaron! -gritó-. Lo dejaron ir porque les dio pena. Fue todo política, me lo contó mi madre. Lo soltaron porque era un pobre muchacho indio. Mi madre me contó que su abogado pagó a los testigos.
«Su madre...», pensó Vanessa, «lleva años distorsionándole la mente». Necesitaría más que unas palabras para hacerle cambiar en ese momento. ¿Le habría contado su madre la cicatriz que tenía Zac en el costado? ¿Le había contado que su padre estaba borracho, o que había muerto con su propio cuchillo? Estudió el semblante asustado de Rodrigo, los ojos llenos de odio.
-Lo siento -susurró-. Lo siento mucho.
-El lo está pagando ahora -repuso Rodrigo y se apartó un mechón de pelo de los ojos- Me gustaría poder correr el riesgo de retenerte algo más de un par de días -rió con suavidad-. ¿Quién habría imaginado que conseguiría que Efron se arrastrara por una mujer?
-Por favor, ¿cómo te llamas?
-Rodrigo -contestó.
Vanessa se esforzó por sentarse un poco más erguida.
-Rodrigo, debes saber que Zac habrá llamado a la policía. Me estarán buscando.
-No te encontrarán -respondió con sencillez-. No empecé a planearlo ayer. Entregué una señal por este sitio hace seis meses, cuando Efron inauguró el hotel. Pensaba estrujarlo por segunda vez después de que pagara en Las Vegas -se encogió de hombros, como si el asunto de Las Vegas significara poca cosa-. La pareja anciana a la que le alquilé este lugar ahora se encuentra en Florida. Nunca me vieron, solo el cheque que les envié.
-Rodrigo...
-Mira, a ti no te va a pasar nada. Come y descansa un poco. Diez horas después de que Efron pague, llamaré para hacerles saber dónde te encuentras -salió bruscamente de la habitación y cerró de un portazo antes de que ella pudiera decir nada más.
-¿Qué hacen ellos para recuperarla? -preguntó Greg mientras daba vueltas por el salón de la suite de Zac-. Mira a esos dos... -con una mano señaló a los dos detectives-... jugando a las cartas mientras un maníaco tiene a mi pequeña.
-Hacen todo lo que pueden -le dijo Alan con calma-. El teléfono está intervenido. La última vez que llamó, no permaneció el tiempo suficiente en la línea para localizarlo. Están sacando las huellas del carrito de la limpieza.
-¡Ja! -dejando que el pánico se transformara en enfado, giró hacia su hijo- ¿Y qué clase de lugar es este en el que un hombre puede meter a mi hija en un carrito y largarse con ella?
- Greg -sentada en el sofá al lado de Zac, Gina habló con suavidad. Solo dijo su nombre, pero la pena que había en sus ojos lo hizo maldecir otra vez y dirigirse a la ventana. Gina se volvió hacia Zac y apoyó la mano sobre la suya- Zac...
Pero él movió la cabeza y se puso de pie. Por primera vez en las seis horas de miedo, supo que iba a desmoronarse. Sin decir palabra, entró en el dormitorio y cerró la puerta a su espalda.
La bata de ella seguía sobre la silla donde la había dejado. Solo tenía que recogerla para olerla. Sus manos se cerraron en puños y se volvió. El estuche con los pendientes que le había regalado estaba abierto sobre la cómoda. Podía recordar cómo le quedaban puestos la noche anterior... relucientes, atrapando el fuego a la débil luz cuando ella se había arrodillado desnuda en la cama con los brazos extendidos hacia él.
La furia y el miedo se arremolinaron en su interior hasta que su piel quedó húmeda y pegajosa. El silencio de la habitación lo abrumó. Solo se oía el sonido de la lluvia, fría y constante del otro lado de la ventana. Apenas unas horas antes Vane había llenado la habitación con vida... con risas y pasión. Después, la había dejado. No le había dicho que la amaba, ni le había dado un beso de despedida. Había salido con la mente centrada en sus propios asuntos. «La dejé sola», se repitió.
-Oh, Dios -se pasó las manos por la cara y presionó con fuerza los dedos sobre los ojos.
Al oír la suave llamada a la puerta, bajó las manos y luchó contra la sensación de desesperación. Greg entró sin esperar respuesta.
-Zac -cerró la puerta y se irguió en toda su enormidad, y por primera vez desde que Zac recordaba, con aspecto de impotencia-. Lamento lo que dije.
Zac lo miró a los ojos y volvió a cerrar las manos en los bolsillos.
-Tenías razón. Si no hubiera sido descuidado...
-No -Greg se acercó a él y lo tomó por ambos brazos-. Aquí no hay culpas. Vane... quería a Vane, y habría encontrado un camino para llegar hasta ella. Tengo miedo- el vozarrón tembló al apretar las manos sobre los brazos de Zac-. Solo he tenido miedo una vez en la vida. Cuando a Caine se le metió en la cabeza explorar el tejado y lo encontramos colgando del saliente dos pisos más arriba. No sé dónde está mi niña -la voz le tembló al darse la vuelta-. No puedo conseguir una escalera que me lleve hasta ella.
-Greg, la amo.
-Sí, puedo verlo -confirmó con un suspiro hondo al girar otra vez hacia él.
-Cualquier cosa que pida, cualquier cosa que quiera que haga, la haré. Greg asintió y extendió la mano. -Vamos, la familia debería esperar junta.

1 comentario:

  1. LO SABIA!!
    sabia ke le iban a acer algo a ness
    si es ke es tonta!!
    porke se keda!?
    podria haberse ido y aora no estaria todo el mundo pasandolo tan mal
    bueno, leere el siguiente ke ya es el ultimo :S
    a ver ke pasa cuando encuentren a ness!!

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