domingo, 5 de febrero de 2012

Capitulo 3.


Vanessa Hudgens. Zac movió la cabeza al abrir el armario estrecho para sacar una camisa. Era la primera vez en años que quedaba tan desconcertado. Cuando un hombre se ganaba la vida gracias a su ingenio, no podía permitirse el lujo de que lo sorprendieran a menudo.
Resultaba extraño que no hubiera notado el parecido familiar, aunque ella tenía poco en común físicamente con su padre enorme, de facciones generosas y pelo castaño. Vanessa era más una versión moderna de la pequeña miniatura pintada que Greg Hudgens guardaba en la biblioteca. Pensó en todas las veces que había ido a la fortaleza de Hyannis Hudgens en el transcurso de los años. Vane, tal como la llamaba la familia, siempre había estado en la universidad. Por algún motivo, se había hecho una imagen de una estudiante flacucha y con gafas, con el pelo encendido de Daniel y la excéntrica dignidad de Gina Hudgens. No cabía duda de que Vanessa Hudgens era toda una sorpresa. «Es extraño que tenga un trabajo que apenas sirva para pagar su alojamiento y comida cuando tiene fama de poseer un coeficiente intelectual que rivaliza con el peso de su padre y suficiente capital para comprar un trasatlántico como yate personal», pensó.
Pero los Hudgens eran una familia extraña y obstinada, propensa a lo inesperado. Durante un momento se quedó quieto, desnudo de cintura para arriba, la camisa colgando olvidada de sus dedos. Su torso era cetrino y esbelto, con la piel tersa y, a la izquierda, con una cicatriz de quince centímetros. Recordó.
La primera vez que conoció a Greg Hudgens, Zac tenía veintiún años. Un golpe de suerte le había proporcionado suficiente dinero para comprar la parte de su socio en un pequeño hotel en la avenida principal de Las Vegas. Zac quería ampliarlo. Para eso necesitaba financiación. Por lo general los bancos se mostraban reacios a la hora de prestar grandes cantidades de dinero a hombres que se habían ganado la vida con una baraja de cartas. Además, a Zac no le interesaban los banqueros, con sus manos cuidadas y voces secas. Y el indio que llevaba dentro tenía poca fe en una promesa plasmada en papel. Entonces oyó hablar de Greg Hudgens.
Con sus propios medios, Zac investigó al mago do la bolsa y financiero. Obtuvo la imagen de un escocés duro y excéntrico que establecía sus propias reglas, y ganaba. Se puso en contacto con él, durante un mes perdió el tiempo por teléfono y papel, luego realizó su primer viaje a la fortaleza de Hyannis Hudgens.
Greg operaba desde su hogar. No le gustaban los edificios de oficinas, donde se dependía de los ascensores y las secretarias. Había comprado su inmensa propiedad cerca del mar con el dinero ganado primero con su espalda y luego con su mente. Greg no tardó en darse cuenta de que podía ganar más, de manera muy satisfactoria, con la mente. Entonces había levantado un hogar y un imperio a su gusto.
Era una mansión enorme, con amplios corredores y habitaciones espaciosas. A Greg no le gustaban los lugares reducidos. La primera impresión que recibió Zac cuando lo condujeron a la sala de la torre que cumplía las funciones de despacho fue de solidez física... e ingenio.
-Así que usted es Efron -Greg tamborileó los dedos sobre la mesa que había sido tallada de una secuoya gigante de California.
-Sí. Y usted es Hudgens.
-El mismo -una sonrisa dividió la cara ancha-. Siéntese, muchacho -Greg no notó ningún cambio de expresión ante el empleo de ese vocablo, y cruzó las manos sobre el pecho cuando Zac se sentó. Le gustaba cómo se movía el otro; había juzgado a hombres por menos-. De modo que quiere un préstamo.
-Le ofrezco una inversión, señor Hudgens -corrigió Zac con frialdad. El sillón estaba diseñado para tragarse a un hombre. Se sentó con una relajación que solo acentuaba su presteza para saltar-. Con mi propiedad como garantía, desde luego.
-Mmm -Greg juntó las yemas de los dedos mientras continuaba estudiando al hombre que tenía frente a él. Al observar sus rasgos aristocráticos, llegó a la conclusión de que no se trataba de un hombre simple. Frío, controlado, potencialmente violento. Sangre comanche, sangre de guerreros, pero no un pendenciero. El propio Greg descendía de buenos guerreros-. Mmm -repitió-. ¿Cuál es su valor?
Por la mente de Zac pasó una réplica airada, pero se contuvo. Recogió el maletín.
-Tengo los informes financieros, las evaluaciones y todo eso.
Greg emitió una risa fuerte y movió la mano. -¿Cree que habría llegado tan lejos si no conociera todos los números que figuran ahí? ¿Qué me dice de usted? -exigió-, ¿Por qué debería prestarle dinero? Zac dejó otra vez el maletín en el suelo.
-Pago mis deudas.
-No duraría mucho en el negocio si no lo hiciera.
-Y le haré ganar mucho dinero.
-Tengo dinero, muchacho -Greg volvió a reír y los ojos se le humedecieron.
-Solo un tonto no quiere más -respondió Zac con ecuanimidad, y Greg dejó de reír.
-Tiene toda la razón -asintió, reclinándose en el sillón. Con una sonrisa, dio una palmada a la mesa-. ¿Cuánto necesita para arreglar el agujero que tiene en la pared?
-Trescientos cincuenta mil dólares -anunció Zac sin parpadear.
Greg sacó una botella de whisky de un cajón del escritorio y una baraja de cartas. -Póquer abierto.
Jugaron durante una hora, hablando únicamente para apostar. Desde algún lugar de la casa a Zac le llegó el eco del gong de un reloj de péndulo. En una ocasión alguien llamó a la puerta. Greg soltó un grito y no volvieron a molestarlos. El aroma del cigarro de Zac se mezclaba con el del whisky y con la fragancia de las rosas que había en la repisa de la ventana. Después de perder mil quinientos dólares, Greg volvió a apoyarse en el respaldo del sillón.
-Necesitará accionistas.
-Acabo de deshacerme de un socio -apagó el cigarro-. No quiero a otro.
-Accionistas, muchacho -Greg apartó las cartas-. Si quiere ganar dinero, primero tiene que distribuirlo. Un hombre que juega como usted debería saberlo -con los ojos de un marron pálido sobre Zac, meditó un momento-. Le prestaré el dinero y compraré una participación del diez por ciento. Es usted inteligente, quédese con el sesenta y reparta el resto -después de agitar el whisky en la copa, se lo acabó de un trago y sonrió-. Va a ser rico.
-Lo sé. La risa sonora de Greg agitó las ventanas.
-Quédese á cenar -dijo, levantándose. Zac se quedó y se hizo rico. Rebautizó el hotel con el nombre de Comanche, luego lo convirtió en uno de los mejores hoteles casino de Las Vegas. Compró una propiedad hundida en Tahoe y repitió el éxito. A los siete años, tenía cinco prósperos hoteles de juego e intereses en diversas empresas distribuidas por el país y Europa. Siete años después de su reunión en el despacho de la torre, Zac había asistido docenas de veces a la mansión Hudgens, recibido a Greg y Gina en sus hoteles y pescado con sus hijos. Pero jamás había conocido a la hija.
-Es una chica brillante -diría Greg de vez en cuando-. Pero no quiere sentar la cabeza. Necesita a un buen hombre... deberías conocerla.
Y Zac se había mantenido al margen de los intentos poco sutiles por emparejarlos. O eso había creído.
-El viejo diablo -murmuró al ponerse la camisa. Había sido Greg quien lo había empujado a realizar el crucero. Había insistido en que se alejara de la presión. Dijo que no había nada como el aire de mar y mujeres medio desnudas para relajar a un hombre. Debido al desasosiego que lo había dominado, Zac se lo pensó, y luego había caído en la trampa cuando Greg le envió el billete, pidiéndole que le llevara una caja de whisky escocés de la tienda libre de impuestos.
«De modo que el viejo pirata no ha olvidado sus trucos», pensó, divertido. Greg sabía que pasaría tiempo en el casino de a bordo, y el resto lo dejó al azar. Riendo, comenzó a abotonarse la camisa. «Al azar con una baraja marcada». ¿Qué diría el viejo si supiera que su amigo y socio aquella tarde había estado luchando con su hija con la idea de llevársela a la cama? Exasperado, se alisó el pelo. La hija de Greg Hudgens. Santo Dios.
Sacó la chaqueta del armario y cerró de un portazo. Si la hubiera seducido, el viejo diablo se lo tendría merecido. Y también si la evitara el resto del viaje y jamás mencionara una palabra de que la había llegado a conocer.
Eso haría que el escocés se subiera por las paredes. En el espejo vio el reflejo de un hombre delgado y cetrino vestido de negro y blanco.
-Y si piensas que puedes mantenerte lejos de ella, es que estás loco -musitó.
Al entrar en el casino, Vane se hallaba cerca del pequeño monitor en blanco y negro hablando con el rubio que Zac reconoció como su supervisor.
Rió por algo que le dijo el otro y luego movió la cabeza. Los ojos de Zac se entrecerraron cuando Dale le pasó un dedo por la mejilla. Conocía la sensación del contacto... suave y fresca. Dale sonrió, luego le enderezó la pajarita mientras le hablaba en voz baja. Incluso al reconocer la emoción, le costó controlarla. En cuestión de días Vane le había hecho sentir deseo, furia y en ese momento celos, emociones que por lo general mantenía en perfecto equilibrio. Maldiciendo al padre de ella, se dirigió a su encuentro.
-Vane-vio que los hombros se le ponían rígidos antes de volverse-. ¿Esta noche no repartes cartas?
-Acabo de llegar de mi descanso -tendría que haber imaginado que el respiro de veinticuatro horas no duraría-. Anoche no te vi por aquí, y pensé que quizá te habías caído por la borda -al captar el asombro de Dale, lo miró-. Te presento a Zac Efron. Cuando no quedé rendida ante su encanto en Nassau, me arrojó al agua.
-Comprendo -Dale extendió la mano-. Yo jamás probé eso. ¿Funcionó?
-Cállate, Dale -dijo ella con dulzura.
-Tendrá que disculparla -le dijo el otro a Zac-. La vida en el mar a algunos nos vuelve hoscos. ¿Disfruta del viaje, señor Efron?
-Sí -miró a Vane-. Hasta el momento ha sido toda una experiencia.
-Perdonadme -dijo con exasperada cortesía-, pero tengo que ir a relevar a Tony -se dirigió a la mesa cinco. Como apretar los dientes le provocaba dolor, se obligó a relajar la mandíbula. Les ofreció a los tres jugadores que había a la mesa una sonrisa profesional que se heló cuando Zac ocupó un sitio vacante-. Buenas noches. Barajas nuevas -rompió los sellos y las mezcló, esforzándose para soslayar la mirada firme de él. Vio que colocaba lo que creyó que eran unos doscientos dólares en fichas a su lado y encendía un cigarro. Al terminar de mezclar, decidió que trataría de limpiarlo-. ¿Corta?
Zac aceptó la fina lámina de plástico que le ofreció. Mientras Vane introducía las barajas en el repartidor vacío, él adelantó una ficha de veinticinco dólares. Después de comprobar que se hubieran realizado las apuestas, comenzó a repartir.
En un momento lo dejó solo con tres fichas y eso la llenó de una sombría satisfacción. Luego le repartió dos sietes y él aprovechó la ocasión para abrirse, consiguiendo veinte en una mano y veintiuno en la otra. Sin pausa incrementó las fichas hasta tener diez. Cuando llegó el momento de la rotación de mesa, la enfureció yéndose con ella. Vane renovó el juramento de desplumarlo.
Durante los siguientes veinte minutos, apenas notó la presencia de los demás jugadores. Solo era capaz de ver los ojos azules insondables de Zac o su mano al indicar que se plantaba o que quería otra carta. Aunque estaba decidida a desplumarlo, sus fichas no dejaron de multiplicarse.
-¡Blackjack! -el grito del estudiante universitario en un extremo de la mesa rompió su concentración. Vane lo miró y lo vio sonreír-, ¡He ganado tres dólares! -le anunció a todo el casino, alzando las tres fichas azules como si fueran un trofeo. Ella llegó a la conclusión de que estaba placenteramente borracho-. Y ahora... -plantó otra vez las tres fichas sobre la mesa y se frotó las manos-. Ya estoy listo para jugar.
Riendo, recogió las cartas, pero no pudo evitar que sus ojos se encontraran con los de Zac. En ellos vio humor y se sintió mejor. Por un momento experimentó el deseo de alargar la mano y tocarlo, pasarle los dedos por el pelo que enmarcaba el rostro delgado. ¿Cómo un simple destello risueño en los ojos podía hacer que él pareciera tan importante?
-¡Eh! -el estudiante universitario alzó la cerveza en un brindis-. Estoy en racha.
-Sí, una racha de una jugada -comentó con ironía su amiga.
La interrupción despejó la cabeza de Vane. Alzó el mentón y decidió que una sonrisa no iba a conseguir que olvidara que quería dejarlo sin fichas.
-Posible blackjack -anunció al revelar su as. Al alzar el extremo de su siguiente carta, quedó satisfecha al ver un tres- No hay blackjack -miró las cartas de Zac, complacida de haberle dado una jugada pobre-. Dieciséis. ¿Pide o se planta? -él solo movió el dedo índice para indicar que quería una. Vane tuvo que contener un juramento al revelar un cuatro-. Veinte -él pasó una mano por las cartas para indicar que se plantaba.
«Más te vale», pensó resentida, dándole una jota al siguiente jugador, con lo que lo echó de la partida. «Solo ha sido un golpe de suerte», se dijo mientras hacía que el estudiante alcanzara un dieciocho.
-Cuatro o catorce -dijo al volver su carta. Sin apartar la vista de Zac, sacó otra-. Seis o dieciséis -anunció como si únicamente hablara con él. Contuvo otro juramento al sacar el tres de picas-. La banca se planta con diecinueve -afirmó, sabiendo que Dale la tiraría por la borda si pedía otra carta - Paga al veinte.
Recogió todas las fichas menos las de Zac y deslizó por el tapete otra de veinticinco dólares en su dirección. Le pareció vislumbrar un nuevo destello de risa en sus ojos mientras la acomodaba con las otras, aunque en esa ocasión no la animó.
El humo flotaba en la atmósfera, demasiado denso para ser dispersado por el sistema de aire acondicionado. Vane no tenía que mirar el reloj para saber que llevaba diez horas de pie. Poco a poco el ruido de las máquinas tragaperras comenzó a mitigarse, primer indicio de que el último turno se acercaba a su fin. La pareja del extremo de la mesa, con aspecto agotado, comenzó a hablar de la siguiente parada en Puerto Rico al día siguiente. Antes de marcharse, entre los dos cambiaron fichas por valor de cinco dólares.
Un rápido vistazo en derredor le indicó que salvo tres mesas, todas las demás estaban vacías. En la suya solo quedaban dos jugadores, Zac y una mujer que identificó como la señora Dewaiter, la misma que había capturado la curiosidad de Jack y Rob. La pelirroja prestaba mucha más atención a Zac que a las cartas. Sintiéndose mezquina. Vane decidió que el diamante que llevaba en la mano era vulgar, y a punto estuvo de sonreír cuando se pasó con veintitrés.
-Creo que este no es mi juego -comentó la pelirroja con un mohín. Se movió hacia Zac para dejar a plena vista su considerable escote-. Parece que usted tiene una suerte tremenda. ¿Tiene algún sistema? -le sonrió, pasándole un dedo por la manga de la chaqueta.
Vane se preguntó si le gustaría que le pegaran la nariz al tapete.
Divertido por la táctica obvia, Zac permitió que su mirada recorriera el precipicio profundo del escote hasta subir a la cara.
-No.
-Debe de tener algún secreto -murmuró ella-. Me encantaría oírlo... ¿mientras tomamos una copa?
-Jamás bebo cuando juego -sopló una bocanada de humo por encima del hombro de la mujer-. Una cosa interfiere con la otra.
-¿Apuestas? -preguntó Vane con un poco de brusquedad.
-Creo que en las cartas he tenido más que suficiente por esta noche -dejando que los muslos rozaran el de Zac al levantarse, la mujer se guardó fichas por valor de unos cien dólares en el bolso. Vane disfrutó de la pequeña satisfacción de saber que había comenzado la velada con cuatrocientos-. Estaré en el salón -le dijo a él con una sonrisa antes de dar la vuelta.
-Mejor suerte la próxima vez -dijo Vane antes de lograr callarse. Giró para descubrir que Zac le sonreía.
-¿Me cambias las fichas?
-Desde luego -furiosa, sabía que entonces se iría detrás de la pelirroja con la gran personalidad. Con rapidez contó y apiló las fichas. Contó setecientos cincuenta dólares, y eso la ayudó a enfurecerse aún más-. Dale está ocupado, lo haré yo misma.
Al verla alejarse, Zac trató de recordar a su padre. No era fácil.
Vane regresó con billetes nuevos y un impreso sujeto a un portapapeles. Con celeridad contó el dinero y se lo pasó por la mesa. -Has tenido una noche provechosa -después de meter el papel en el compartimiento que había debajo de la mesa, alargó las manos hacia las cartas. Zac le tomó la muñeca.
-¿Otra mano? -preguntó, disfrutando al sentir el sobresalto del corazón de ella bajo los dedos.
-Ya has cambiado las fichas -señaló, tratando de soltarse. Solo consiguió que el apretara con más fuerza.
-Una apuesta diferente, entre tú y yo.
-Lo siento, va contra las normas jugar en privado con los pasajeros. Y ahora, si me disculpas, he de cerrar la mesa.
-Sin dinero -vio que los ojos de ella se entrecerraban furiosos y sonrió-. Si gano yo, un paseo por la cubierta -indicó con suavidad.
-No me interesa.
-No tendrás miedo, ¿verdad, Vane? Aún dispondrías de la ventaja de la banca.
-Si gano yo -comenzó al retirar con cuidado la mano-, ¿te mantendrás lejos de mí el resto del crucero?
Lo reflexionó. Después de todo, era un curso de acción mucho más inteligente que el que había emprendido él. Dio una última calada al cigarro y lo apagó. No sería la primera vez que encomendaba su destino a las cartas. -Trato hecho.
Observó el dos y el cinco que tenía delante, luego el diez que mostraba Vane. Con un gesto que indicaba que quería otra, recibió una reina. Su primer impulso fue el de plantarse, pero otro vistazo a ella le mostró que parecía demasiado complacida consigo misma. Habría apostado hasta el último dólar que llevaba en el bolsillo a que guardaba un ocho o una carta aún mejor boca abajo. Sin quitarle la vista de encima, solicitó otra carta.
-¡Maldita sea! -descubrió el cuatro de diamantes y lo miró con ojos centelleantes-. Zac, te juro que algún día voy a vencerte -disgustada, dio la vuelta a su jota.
-No -se levantó y metió las manos en los bolsillos-. Porque intentas vencerme a mí, no a las cartas. Te esperaré fuera.
Dale giró la cabeza para ver cómo su mejor croupier de blackjack le sacaba la lengua a la espalda de un desconocido.
Zac se apoyó en una pared y observó a Vane a través de las puertas de cristal del casino. Le pareció que casi podía percibir la combinación de irritación y frustración en ella. El también sentía lo mismo. Con un encogimiento de hombros, se recordó que lo había dejado al azar. También podría haber perdido la apuesta.
Con pereza jugó con una ficha de veinticinco dólares que aún guardaba en el bolsillo. Algunos podrían decir que había tenido una racha inusual de suerte. Pero no estaba seguro de que no habría sido más afortunado si hubiera perdido la última apuesta. Si seguía viendo a Vane, a su vida no iban a faltarle complicaciones.
Podría haber soslayado la sensación de que Greg Hudgens lo miraba por encima del hombro si hubiera sido capaz de convencerse de que llevar a Vane a la cama habría hecho que la olvidara. Pero eran cosas muy poco probables. Era la primera mujer que conocía que amenazaba con convertirse en una parte permanente de sus pensamientos. Se preguntó qué diría ella si le contara que su padre había dispuesto toda la situación desde su fortaleza de Hyannis Hudgens. Alzó las comisuras de los labios en una sonrisa. No le cabía la más mínima duda de que despellejaría al viejo y lo colgaría a secarse al sol.
-Supongo que tienes derecho a sonreír -comentó Vane con frialdad al dejar que la puerta se cerrara a su espalda-. Estás en racha ganadora. Zac le tomó la mano y con un gesto inesperadamente cortes le besó los dedos.
-Pretendo que continúe bastante más tiempo antes de que se rompa. Realmente eres hermosa. Vane.
-Cuando estoy enfadada -concluyó desconcertada, sin dejarse seducir.
-Realmente hermosa -le giró la mano y le besó la palma, sin apartar la vista de ella. -No intentes descolocarme mostrándote amable -sin ser consciente de ello, entrelazó los dedos con los de Zac-. No tienes nada de amable.
-No -convino él-. Salgamos. Supongo que te vendrá bien un poco de aire fresco.
-Acepté dar un paseo -juntos comenzaron a subir las escaleras-. Es lo único que pactamos.
-Mmm. Y la luna casi está llena. ¿Cómo te ha ido esta noche?
-¿En el casino? -cuando él abrió la puerta, entró una ráfaga de viento, deliciosamente cálido y limpio-, Mejor que de costumbre. Desde la primavera estábamos funcionando con pérdidas. -Demasiadas tragaperras... reducen los beneficios -le rodeó la cintura con un brazo mientras ella alzaba la vista para mirarlo-. Ganaríais más en las mesas si algunos de los croupiers fueran más despiertos.
-Cuesta mantenerse despierto cuando trabajas sesenta horas a la semana por una miseria -repuso-. Además, la rotación es constante. La mayoría pasa por seis semanas de entrenamiento como máximo, ascendiendo de cajero a croupier, y un gran porcentaje no se queda más que un par de viajes, cuando descubre que no son las vacaciones flotantes que había imaginado -sin darse cuenta, enlazó el brazo por la cintura de él-. Esta es mi parte favorita.
-¿Cuál?
-Por la noche, cuando en el barco reina la quietud. Solo se oye el mar. Si tuviera un ojo de buey en mi camarote, lo dejaría abierto toda la noche.
-¿No lo tienes? -comenzó a subir y bajar la mano por su espalda.
-Únicamente los pasajeros y los oficiales disfrutan de camarotes exteriores -se arqueó contra su mano y suspiró al notar que le aplacaba los músculos cansados-. No obstante, no cambiaría este último año por nada. Ha sido como encontrar una segunda familia.
-¿Tu familia es importante para ti? -preguntó, pensando en Greg.
-Por supuesto -como le pareció una pregunta rara, ladeó la cabeza para observarlo. Cuando él la miró, sus labios estuvieron a punto de rozarle la mandíbula-. No hagas eso -murmuró.
-¿Qué? -susurró sobre los labios entreabiertos de ella.
-Lo sabes muy bien -bajó el brazo y se alejó hacia la barandilla-. Mi familia -continuó con más firmeza al volverse y apoyar los codos sobre la madera- siempre ha sido la parte más importante de mi vida. La lealtad a veces resulta incómodamente intensa, pero necesaria para todos nosotros. ¿Qué me dices de ti?
-Mi familia... -le costó seguir el hilo de la conversación, ya que se había perdido en su contemplación. Se plantó ante ella-. Tengo una hermana, Diana. Es diez años menor que yo, nunca hemos estado unidos.
-¿Y tus padres?
-Murieron cuando yo tenía dieciséis años. Diana se fue a vivir con una tía. Creo que no la he visto en casi veinte años.
-¡Es una vergüenza! -exclamó, acallando la inmediata oleada de simpatía que le había inspirado.
-Mi tía jamás estuvo de acuerdo con mi profesión -repuso. «Aunque jamás cuestionó el dinero para el mantenimiento de Diana», pensó, acercando las manos a los botones de la chaqueta de Vane-. Fue más fácil para Diana que yo no interfiriera.
-¿Qué derecho tiene tu tía a aprobar o desaprobar? -exigió Vane, demasiado encendida para notar la destreza con la que él le desabrochaba la chaqueta-. Es tu hermana.
-Mi tía es una firme creyente en que el juego es obra del diablo. Es una Grandeau, de la rama francesa de la familia.
-¿Y qué eres tú? -esa lógica la impulsó a mover la cabeza.
-Un Efron -la inmovilizó con la mirada-. Comanche.
El rostro de él estaba muy cerca, más de lo que ella había supuesto. Aunque sentía el aleteo del viento a través de la tela fina de su camisa, aún no comprendía qué había hecho Zac. Tragó saliva mientras se contemplaban. ¿Habría sido su imaginación captar una amenaza en esa palabra?
-Tendría que haberlo imaginado -logró decir-. Supongo que dejé que tus ojos me despistaran.
-De las gotas de sangre francesa y galesa que entraron en mis venas. Mi padre era un indio casi puro, y mi madre descendía del linaje de un valeroso comanche y un colono francés -despacio, le aflojó la pajarita. Vane volvió a tragar saliva, pero no se movió-. Según la historia, uno de mis antepasados vio a una mujer con el pelo marron sola cerca de un arroyo. Tenía una cesta llena de ropa para lavar y cantaba mientras trabajaba. El era un guerrero que había matado a muchos hombres del pueblo de ella con el fin de proteger su tierra. Al verla, la deseó -uno a uno soltó los botones de la blusa-. De modo que la tomó.
-Eso es un acto bárbaro -musitó con la garganta seca-. La secuestró, la arrebató de su familia...
-Unos días después ella le clavó un cuchillo en el hombro al tratar de escapar -continuó Zac-. Pero al ver la sangre de él en las manos, no huyó. Se quedó a cuidarlo y le dio hijos e hijas de ojos azules.
-Quizá hizo falta más coraje para quedarse que para utilizar el cuchillo.
Zac sonrió, notando el temblor en su voz y la firmeza en sus ojos.
-El le puso un nombre que se traduce como Recompensa de Oro y jamás estuvo con otra mujer. De modo que es una tradición que cuando uno de los míos ve a una mujer con el pelo marron a la que desea... la tome.
Le aplastó la boca con los labios, arrastrándola con celeridad a un torbellino de pasión. Introdujo las manos en su pelo y le quitó los pasadores para que danzaran al viento antes de caer a las aguas. Vane se agarró a sus hombros, casi temerosa de seguirlos, porque no cabía duda de que esa era la sensación que se experimentaba al descender desde una gran altura hacia lo desconocido. El corazón le palpitaba con fuerza antes incluso de que él posara la mano en un contacto de piel dura contra piel blanda... de hombre contra mujer.
Con un gemido, se aferró con más fuerza, como si fuera un cabo salvavidas en un mar que de pronto había pasado de una gran calma a estar embravecido. Olvidando la pequeñez de Vane, Zac la tomó en su mano, abandonando la delicadeza y la cordura. Ningún hombre había osado tomarla jamás de esa manera; quizá fue por eso por lo que se lo permitió. El se atrevió, sin pedir permiso, sin palabras hábiles de seducción. Era una fuerza que los consumía a ambos... un impulso demasiado antiguo y básico para ser negado.
El cuerpo le palpitaba de deseo de ser tocado. Mientras sus pensamientos se hallaban sumidos en el caos, se apoderó de Vane y les mostró a ambos lo que necesitaba. Los besos salvajes e implacables que bajaron por su cuello consiguieron que anhelara aún más. La brisa cálida procedente del mar se convirtió en llamas pequeñas que potenciaron su fiebre. Aspiró el aire húmedo hasta los pulmones y sintió que se convertía en fuego.
La mano posada en su pecho se movió y la atormentó mientras la otra subía por su espalda desnuda para encontrar un punto diminuto. Una presión del dedo de él le transformó las piernas en gelatina. Jadeó al arquearse hacia Zac mientras unas olas de increíble placer se la tragaban. -No -su voz sonó débil y lejana-. No lo hagas. Pero él acalló sus débiles protestas con los labios. La boca de Vane estaba demasiado hambrienta para hacer caso de las advertencias que comenzaron a sonar en su cabeza. Sin importar la magia que contuvieran los dedos de él, en ese momento la dominaba. Le daría cualquier cosa que le pidiera, siempre y cuando no dejara de tocarla. Lo agarró del pelo y lo acercó más.
Cuando tuvo los labios libres, con los de él pegados a su garganta, apenas fue capaz de susurrar el nombre de Zac. No sintió la humedad en su rostro; tenía todos los sentidos centrados en lo que podían hacerle las manos y los labios de él. Entonces Zac se movió y Vane osciló cuando la alejó de la barandilla. Débil por el deseo, se apoyó en el cuerpo duro mientras él le acariciaba el pelo.
-Te estás empapando -murmuró, pero no pudo evitar aspirar la fragancia del cabello marron-. Vayamos dentro.
-¿Qué? -aturdida, ella abrió los ojos y vio la fina cortina de lluvia-. ¿Está lloviendo? -mientras el agua fresca la revivía, movió la cabeza. Sintió que había estado en un sueño, del que la despertaban con una bofetada-. Yo... -se apartó de él y se alisó el pelo-. Yo...
-Tienes que dormir un poco -finalizó Zac. Descubrió que había estado demasiado cerca de tomarla allí mismo como un poseso.
-Sí -al sentir las gotas sobre la piel, se cerró la chaqueta-. Sí, es tarde -aún tenía los ojos confusos al mirar alrededor de la cubierta-. Está lloviendo -repitió.
Algo en la súbita vulnerabilidad que mostró hizo que Zac la deseara más que antes, lo que al mismo tiempo le imposibilitaba tomarla. Metió las manos en los bolsillos y las cerró con fuerza. «Maldito Greg Hudgens», pensó. El escocés había puesto una trampa magnífica con un cebo de primera. Si la tomaba en ese momento, prácticamente destruiría la relación con un hombre al que había llegado a querer como a un padre. Si no lo hacía, solo seguiría deseándola. Si esperaba... bueno, ahí estaba la apuesta.
-Buenas noches, Vane. Ella permaneció indecisa un momento, anhelando regresar a la carrera al interior del barco y a la cordura, a la vez que quería caer en los brazos de él y de la locura. Respiró hondo y se apretó con más fuerza la chaqueta.
-Buenas noches -se marchó deprisa, pues sabía que solo necesitaba un momento para cambiar de parecer.

1 comentario:

  1. ala!!
    ya van 2 o 3 veces ke casi se lo montan en un lugar publico XD XD
    y ke fuerte!!
    el padre de ness lo planeo todo!!!
    cuando ness se entere morira mucha gente XD XD
    bueno siguela pronto ke me encanta esta nove!!!
    pon espacios entre los dialogos y la narracion
    sera mas comodo de leer
    bye!
    kisses!

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