domingo, 19 de febrero de 2012

Capitulo 9.


En la semana siguiente. Vane se sumergió en la rutina del Comanche. Era la primera gran inversión que realizaba sin que la hubiera elegido cuidadosamente su padre estaba decidida a dominarla al detalle. No le importaban las miradas curiosas o los murmullos ocultos detrás de una mano mientras inspeccionaba las salas públicas o examinaba detenidamente los libros, archivos y documentos. Los esperaba. Pasó los días aprendiendo todos los mecanismos del hotel y los atardeceres en el casino o en el despacho en su calidad de directora. Las noches transcurrían en soledad en la suite de Zac.

En el transcurso de la semana descubrió dos cosas. La primera, que el Comanche era una organización dirigida con habilidad que complacía a gente con dinero para gastar. Daba a sus clientes lo mejor... a un precio. Y la segunda, que la ausencia de Zac resultó una bendición. Le quedaba poco tiempo para echarlo de menos en sus horas ajetreadas. Únicamente por la noche, cuando se encontraba sola, se daba cuenta de lo mucho que había llegado a depender de él. Una palabra, un contacto, su presencia. Sola, tenía la oportunidad de demostrarse a sí misma y a su equipo que era competente y seria como para dirigir el hotel. Algo que aprovechó al máximo.

Su educación y experiencia le fueron muy útiles. Estaba acostumbrada a frecuentar hoteles de categoría y sabía lo que buscaba un cliente desde su llegada hasta su marcha. El año pasado en el Celebration le había dado otra perspectiva. Entendía los problemas que acuciaban al personal, el cansancio, el aburrimiento. El primer día se ganó a Nero y a Kate. El segundo, logró conquistar al chef, al administrador de noche y a la gobernanta. Cada uno representó una victoria mayor.
Sentada detrás del elaborado escritorio de nogal, revisó el programa de la semana para sus croupiers. Justo ante sí, el panel abierto le daba una amplia vista del casino. Disfrutaba de las sensaciones combinadas de aislamiento y compañía. Como el día apenas había comenzado, tenía intención de dedicar dos horas más al trabajo administrativo. Sabía que si la necesitaban, el timbre que se encontraba sobre el escritorio sonaría e iluminaría la ubicación del posible conflicto. Si se mantenía ocupada hasta que la dominara la fatiga, no sentiría la tentación de levantar el teléfono para llamar a Zac a Las Vegas.

Era un hombre que necesitaba espacio, que no hacía promesas ni las esperaba. Sabía que si quería tener éxito, no podía olvidar eso. Con paciencia, llegaría un momento en que se sentiría cómoda amándolo. Con una ligera sonrisa movió la cabeza. Nunca estaría cómoda amándolo. Ni quería estarlo.

Se frotó la nuca, frunció el ceño y observó el programa. Podía ser menos complicado si contrataran a otro crupier para un horario flotante. Eso haría las horas más flexibles y...

-Sí, adelante -sin levantar la vista, siguió revisando la lista. Con alguien que llenara los huecos, podría barajar los turnos. De repente, una lluvia de violetas aterrizó sobre el papel frente a ella.
-Pensé que esto lograría llamar tu atención. Al alzar la vista, sintió que se le aceleraba el corazón.

-¡Zac! -se levantó de su silla y corrió hacia sus brazos antes de que alguno de los dos se percatara de lo que hacía.

Mientras la besaba, Zac pensó que era la primera vez que veía esa alegría espontánea y abierta en su cara. Y era por él. El cansancio de un largo vuelo, la tensión de la semana, todo se evaporó.

-¿Qué hace que sea tan bueno tener a un mujer en los brazos? -preguntó.

Vane echó la cabeza hacia atrás. Se sintió inquieta al estudiar la cara de Zac.
-Pareces cansado -alzó los dedos para acariciar las tensas líneas de alrededor de los labios de él-. Nunca te había visto así antes. ¿Te ha ido mal?

-He tenido semanas más agradables -la acercó más, con el deseo de llenarse de ella, de su ser, de su fragancia. Más tarde le hablaría de la pulcra nota impresa que había recibido. Otra amenaza, sin detalle o razón, solo una promesa de que no había un final.

-Hice lo que pediste -añadió, y recorrió con la mano la suave piel de la espalda que el vestido dejaba expuesta. -Mmm. ¿Qué?

-Lo pasé muy mal sin ti.

No se rió como él esperaba, pero apretó los brazos alrededor de su cuello. Vane trató de contener las lágrimas y pegó los labios a su garganta.

-No llamaste. Esperé tu llamada -murmuró. Aterrada por sus propias palabras se apartó, se tragó las lágrimas y movió la cabeza-. No, no quería que sonara de esa manera. Se que has estado muy ocupado -levantó las manos, luego, impotente, las dejó caer-. Y también yo. Había un millón de cosas... -se volvió para revolver papeles sobre el escritorio-. Los dos somos adultos e independientes. Lo último que necesitamos es empezar a ponernos ataduras el uno al otro.

-Divagas cuando estás nerviosa.

-No te burles de mí -giró y lo miró con ojos ardientes y furiosos.

-Es raro en mí haber echado de menos esa mirada matadora -dijo mientras se acercaba a ella. Tomó su cara entre las manos y la sostuvo con suavidad, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella se sintió débil y palpitante-. Vane -suspiró él mientras la besaba.

El beso tierno no tardó en volverse hambriento. Al besarlo sintió la necesidad de él tanto o más que la suya; solo se separaron para encontrar ángulos nuevos, placeres profundos. Los anhelos de una semana se intensificaron para producir dos pares de labios ardientes y ávidos, dos pares de manos que recorrían con urgencia. Con respiración agitada, Zac la apretó contra él. «Ninguna mujer», pensó, «me ha hecho sufrir de esta manera».

-Dios mío, te deseo, Vane. Te deseo de tal modo que no puedo pensar en otra cosa sino en tenerte.

Ella apretó la mejilla contra la suya, pero los movimientos detrás del cristal captaron su atención.

-Es una tontería -admitió- pero me siento... expuesta -con risa temblorosa, se apartó, pero la expresión de los ojos de él hizo que el corazón volviera a latirle con fuerza-. ¿Por qué no cierras el panel -murmuró- y me haces el amor? -la llamada a la puerta le provocó un gemido.

-Lo había olvidado, te he traído un regalo -la tomó por los hombros y con un largo suspiro la apartó. -Diles que se vayan -sugirió-, y dámelo más tarde -le tomó las manos-. Mucho más tarde. La llamada se repitió.

-Vamos, Zac, ya has tenido tus diez minutos.

-¿Caine? -Zac vio sorpresa y placer en la cara de Vane-. Caine.

-Ve a abrir la puerta y hazlos pasar -le besó la nariz y apartó las manos del cuerpo de ella. Vane fue a abrir con brusquedad. -¡Caine! ¡Alan! -con una carcajada se lanzó hacia ambos-. ¿Qué hacéis aquí? -exigió al tiempo que los besaba-. ¿No corremos el riesgo de que tanto el gobierno federal como el del estado se vengan abajo?

-Hasta los funcionarios públicos necesitan unos días libres de vez en cuando -dijo Caine mientras la apartaba.

«Apenas ha cambiado», pensó ella. Si bien sus dos hermanos habían heredado la altura de su padre, Caine era delgado y fibroso. «Casi flaco», concluyó con objetividad fraternal. Sin embargo, tenía una cara fascinante desde todos los ángulos, una sonrisa que usaba a su favor y ojos tan oscuros como los suyos. El pelo marron, con un leve matiz rojizo, ondulaba libremente alrededor de la cara. Al mirarlo se podía ver con facilidad por qué su habilidad con las mujeres se hallaba casi a la misma altura que su fama como abogado.

-Hmm, no ha salido tan mal, ¿verdad, Alan? Con el ceño fruncido, Vane se volvió hacia su hermano mayor.

-No -respondió este y le ofreció la lenta y seria sonrisa que encajaba tan bien con su aspecto sombrío. Ella pensó que no parecía un senador de los Estados Unidos-. Aunque sigue un poco flacucha -le tomó la barbilla entre los dedos, y volvió la cara de un lado a otro-. Bonita -declaró en una imitación perfecta del deje de su padre.

-Quizá deberías haberte casado con Arlene Judson, después de todo -dijo Vane con dulzura. Luego pasó un brazo alrededor de cada uno de sus hermanos-. ¡Me siento tan contenta de veros!

Zac se había sentado en el borde del escritorio de Vane y los observaba. Parecía muy pequeña entre los dos hombres altos, pero por primera vez notó la semejanza entre Caine y ella: la forma de la boca, la nariz, los ojos. Alan era una versión más dura de Gina, si bien los tres llevaban el sello de Greg. Lo vio tan claro en ese momento que se cuestionó cómo no lo había notado desde el primer instante en que la vio.

Quizá se debía a presenciar su encuentro como familia, a imaginar a Vane como hermana. Pensó en Diana, su hermana, y sintió un atisbo de pesar. Se recordó que había hecho todo lo que había podido. No obstante, nunca había sabido lo que era tener esa unión básica y de por vida que significaba pertenecer a una familia.

-¿Cuánto tiempo os vais a quedar? -preguntó Vane mientras los arrastraba al interior de la oficina.

-Solo el fin de semana -contestó mientras Caine realizaba un estudio rápido y exhaustivo del despacho.

-Así que has terminado por aceptar un socio -le dijo a Zac-. Nos quedamos sorprendidos después de que rechazaras tantas veces a nuestro padre.
-Fui más persuasiva -dijo Vane con sencillez. Caine le lanzó una mirada a Zac, que no hacía preguntas, ya que conocía las respuestas. Había una leve advertencia en ella, sutil pero bien clara.

-Aún no me habéis dicho cómo es que habéis aparecido por aquí -caminó hasta situarse detrás de Zac mientras Caine se sentaba y Alan se dirigía a echar un vistazo a través del cristal.
-Nos enteramos de la amenaza de bomba en Las Vegas -contestó Alan-, Llamé a Zac. Sugirió que quizá te gustara nuestra visita. Y... -se volvió esbozando una de sus escasas sonrisas-... Caine y yo pensamos que nuestra llegada retrasaría un poco la aparición de papá.

-La última vez que hablé con él -comentó Caine-, insinuó que tal vez disfrutara de unas semanas en la playa.

-Supongo que estáis al tanto de su última intriga -comentó con una especie de gemido y risa.

-Parece haberle salido bastante bien -expuso Alan al ver la mano de Zac alzarse para descansar sobre la nuca de Vane.

-Tuve la tentación de romper más que unos pocos cigarros -murmuró ella mientras echaba un vistazo al timbre que sonó en el escritorio de él-. Mesa seis. No -tocó el hombro de Zac cuando amago con levantarse-. Yo me ocuparé de ello. ¿Por qué los tres no os vais arriba a relajaros un poco? Subiré en cuanto me asegure de que aquí abajo todo ha vuelto a la calma.

-¿Sería poco ético que me pusiera a jugar aquí ahora que compartes la propiedad del casino? -preguntó Caine.

-No mientras juegues tan mal como de costumbre -respondió Vane antes de desaparecer por la puerta.

Caine soltó un juramento y estiró las largas piernas.

-Sólo porque solía dejar que me ganara al póquer.

-Dejarla ganar, y un cuerno -dijo Alan con suavidad-. Te machacaba. No dijiste gran cosa por teléfono, Zac -continuó mientras se volvía del espejo-. ¿Puedes explicar lo que pasó en Las Vegas?

Zac se encogió de hombros y sacó un cigarro del bolsillo.

-Era una bomba casera, muy compacta. Estaba debajo de una de las mesas de lotería. El FBI estudia la lista de antiguos empleados, de clientes habituales que hayan gastado grandes sumas de dinero, de cualquier extorsionista conocido con una forma de operar similar. Pero no espero mucho de eso. Hubo algunas llamadas amenazadoras, pero no pudieron rastrearlas y yo no pude reconocer la voz. No tienen mucho en qué basarse -mientras encendía el cigarro, dirigió la mirada más allá de Alan, hasta donde Vane hablaba con un cliente-. Es imposible rastrear a todos los que perdieron dinero en alguno de mis casinos, aunque ese fuera el motivo de la bomba.
-¿Y tú no crees que lo fuera? -preguntó Caine al tiempo que seguía la mirada de Zac hacia su hermana.

-Solo tengo una corazonada -murmuró y se levantó inquieto-. Hubo una amenaza hace un par de días... nada concreto, lo suficiente para hacerme saber que intentaría algo más.

-¿No especificó un dónde, un cuándo, o un cómo? -intervino Caine.

-No -Zac le lanzó una sonrisa lóbrega-. Por supuesto que podría cerrar todos mis hoteles y ganarle en paciencia -dio una rápida e intensa calada al cigarro-. Pero que nadie sueñe con que lo haga -con esfuerzo controló una furia impotente. Lo estaban acosando. Lo sabía con tanta seguridad como si hubiera visto la sombra detrás de él-. Quiero que Vane se vaya a casa hasta que esto se resuelva -dijo brevemente-. Entre los dos, deberéis ser capaces de convencerla.

La respuesta de Caine fue una sonrisa breve. Alan le lanzó a Zac una mirada serena.

-Se iría -comentó Alan- si tú te fueras con ella.

-Maldita sea. Alan, no pienso ir a buscar un agujero seguro para esconderme mientras alguien se dedica a jugar con mi vida.

-¿Y Vane lo haría? -replicó.

-Posee la mitad de uno de mis cinco hoteles -dijo Zac con sequedad-. Si algo le pasara a este, el seguro cubriría sus pérdidas -sus ojos se vieron atraídos otra vez hacia el cristal-. Lo mío es más que una única inversión en juego.

-Eres un tonto si piensas que eso es todo lo que tiene Vane -murmuró Alan.

Zac se volvió hacia él y dejó salir toda la ira acumulada durante la semana.

-Esto no me gusta. Alguien va detrás de mí, y ella se encuentra demasiado cerca. La quiero lejos y a salvo, donde nada le pueda pasar. Pensé que lo entenderías. ¡Por Dios, es tu hermana!

-¿Y qué es para ti? -preguntó Caine con suavidad. Furioso, Zac lo encaró con cientos de maldiciones palpitando en sus labios. Encontró unos ojos oscuros y directos, muy parecidos a los de Vane.

-Todo -respondió antes de volver a mirar hacia el cristal-. Maldita sea, lo es todo

-Bien, el asunto ya está arreglado -indicó Vane al entrar por la puerta-. Solo tuve... -calló cuando la tensión se alzó como un muro. Despacio, miró de un hombre a otro, luego pasó junto a sus hermanos en dirección a Zac-. ¿Qué pasa?

-Nada -se obligó a mantenerse calmado, apagó el cigarro y tomó su mano-. ¿Has cenado?

-No, pero...

-Pediremos que nos suban algo, a menos que prefiráis el comedor -adrede, desvió la vista para clavarla en Alan y Caine.

-De hecho, voy a probar mi suerte en las mesas -Caine se levantó con naturalidad-. Alan impedirá que pierda el sueldo de un mes. ¿Algún consejo, Vane?

-No te alejes de las máquinas tragaperras -dijo con una sonrisa.

-Qué poca fe tienes -murmuró y tiró de una de sus orejas-. Nos veremos mañana.

-A última hora de la mañana -añadió Alan al abrir la puerta-. No lograré alejarlo de las mesas antes de las tres.

Vane esperó hasta que la puerta se cerró. -Zac, ¿qué sucede?

-Me encuentro cansado -repuso y la tomó del brazo-. Vayamos arriba.

-No soy tonta -él la condujo con rapidez por su despacho hacia el ascensor-. Al entrar sentí como si algo fuera a explotar. ¿Estás enfadado con Alan y Caine?

-No, no es nada que te concierna. La respuesta fría y terminante hizo que se pusiera rígida.

-Zac, no intento meterme en tus asuntos personales, pero como parecía afectar a mis hermanos, me sentí con derecho a recibir una explicación.

El reconoció el dolor y el enfado. Deseó disipar ambos, tomarla en brazos y detener las preguntas de ella de un modo que eliminara su propio malhumor y tensión. Pero al abrirse las puertas del ascensor, se obligó a reflexionar con frialdad. Podría utilizar el enfado y el dolor a su favor.

-No es nada que te concierna -repitió con indiferencia-. ¿Por qué no pides algo del servicio de habitaciones? Quiero tomar una ducha -sin esperar la respuesta, se marchó.

Demasiado aturdida por el tono de él para reaccionar, solo atinó a mirar fijamente su espalda. ¿Qué había cambiado desde el saludo desesperado y tempestuoso que habían compartido? ¿Por qué la trataba como a una extraña? «O peor», comprendió, «como a una amante cómoda a la que puede tomar o hacer a un lado a su antojo». En medio de la habitación, intentó despertar la furia pero solo encontró angustia. Había sabido el riesgo que asumía. Y al parecer había perdido la partida.
«No». Apretó los puños y movió la cabeza. No la podía descartar con tanta facilidad. Decidió que lo mejor era que él se duchara y cenara. Luego le explicaría exactamente lo que ella esperaba. «Con calma», añadió mientras se dirigía al teléfono. «Con mucha calma». Con ferocidad apretó el botón del servicio de habitaciones.

-Habla la señorita Hudgens. Me gustaría un filete y una ensalada.

-Por supuesto, señorita Hudgens. ¿Cómo le gustaría la carne?

-Quemada -murmuró.

-¿Perdón? Con un esfuerzo logró controlarse.

-Es para el señor Efron -explicó-. Estoy segura de que sabe lo que a él le gusta.

-Desde luego, señorita Hudgens. Haré que le suban la cena de inmediato.

-Gracias -«todo el mundo se desvive por Zac Efron», pensó con pesar mientras colgaba. Se dirigió al bar y se preparó una copa fuerte.
Cuando Zac salió del dormitorio, Vane estaba sentada en el sofá y el camarero preparaba la cena en la mesa del otro lado de la sala. Zac solo llevaba puesto un batín.

-¿No vas a comer? -con la cabeza indicó el servicio para una persona.

-No -tomó un sorbo de la copa-. Tú empieza -abrió la cartera, sacó un billete y lo extendió hacia el camarero-. Gracias.

-Gracias, señorita Hudgens. Que disfrute de la comida señor Efron.

-Pensé que no habías cenado -cuando la puerta se cerró, Zac ocupó su asiento.

-No tengo hambre -expuso con sencillez.

-Al parecer no hubo grandes problemas durante mi ausencia -Zac se encogió los hombros y se dedicó a la ensalada.

-Nada que yo no pudiera solucionar. Si bien tengo algunas sugerencias que hacer, creo que el hotel y el casino marchan sobre ruedas.

-Has hecho una buena inversión -cortó la carne.

-Se podría considerar desde ese punto de vista -Vane pasó un brazo por el respaldo del sofá. Las lentejuelas de su chaqueta brillaron a la luz tenue.
Al mirarla, Zac sólo deseó arrancársela, junto con la fina prenda de seda negra que llevaba debajo, para perderse de nuevo en ella, en su piel suave, en su mata de cabello moreno. Apuñaló una pieza de carne con el tenedor.

-El hotel parece marchar por buen camino este último año -dijo con sencillez-. Me parece que no es necesario que ambos le dediquemos veinticuatro horas al día. -sin poder tragar más, se sirvió un poco de café-. Quizá quieras considerar la idea de volver a casa.

-¿A casa? -repitió con voz apagada mientras detenía la copa a mitad de camino de sus labios.
-En este momento no se te necesita aquí -continuó él-. Se me ocurrió que sería más práctico que regresaras a casa, o adonde quieras ir, para volver a tomar el mando cuando yo deba ausentarme.

-Comprendo -dejó la copa sobre la mesa frente a ella y se levantó-. No tengo ninguna intención de encajar en la categoría de socio pasivo, Zac -dijo con voz fuerte y clara, aunque desde el otro lado de la habitación él pudo ver sus ojos empañados-. Ni en la categoría de equipaje extra. Sería muy sencillo volver a nuestro acuerdo inicial y olvidar el error de una noche -al sentir que la mano comenzaba a temblarle, recogió la copa y la vació-. Recogeré mis cosas y me trasladaré a mi propia suite.

-Maldita sea, Vane, quiero que te vayas a casa -al verla luchar para contener las lágrimas, sintió que algo se le retorcía en las entrañas. A la defensiva, se apartó de la mesa y fue hacia ella-. No te quiero aquí.

Ella contuvo el aliento y eso la ayudó a despejar la vista. A Zac le resultó cien veces peor ver sus ojos secos y dolidos.

-No hace falta ser cruel, Zac -murmuró-. Te has manifestado con claridad. Abandonaré tus habitaciones, pero la mitad de este hotel es mía, así que me quedo.

-Yo no he firmado todavía el contrato -le recordó.

Lo miró fijamente largo rato. -Veo que estás desesperado por deshacerte de mí -musitó-. Fue un error -contempló la copa vacía que tenía en las manos-. Si hubiera sido más inteligente, no me habría acostado contigo hasta haberlo firmado.

-¡No! -furioso, le arrancó la copa de la mano y la lanzó a través de la estancia, estrellándola contra la pared. La pegó a él, enterró la cara entre su cabello y volvió a jurar-. No puedo hacerlo de esta manera. No puedo dejar que pienses eso.

-Por favor, déjame ir -rígida por el dolor, no se resistió.

-Vane, escúchame. Escúchame -repitió al apartarla de sí con las manos sobre los hombros-. Antes de irme a Las Vegas me entregaron una carta. Iba dirigida personalmente a mí. Quienquiera que haya plantado esa bomba, quería que yo supiera que no había terminado. Va a volver a golpear. Hay algo más que dinero en juego, lo percibo. Es personal ¿Lo entiendes? Conmigo no estás segura.
Lo miró fijamente mientras las palabras atravesaban el dolor.

-¿Me has dicho estas cosas porque piensas que puedo correr peligro si me quedo?

-Quiero que te alejes de toda esta situación.

-No eres mejor que mi padre -dijo furiosa mientras le apartaba las manos de sus hombros-. Pretendes arreglar mi vida con tus pequeñas tramas y planes. ¿Te das cuenta de lo que me has hecho? -las lágrimas amenazaron con asomar de nuevo y las contuvo-, ¿Sabes cómo me has herido? ¿Se te ocurrió alguna vez que podrías haberme contado la verdad?

-Te la acabo de contar -replicó mientras luchaba contra oleadas de culpa y necesidad-. ¿Por fin te vas a ir?

-No.

-Vane, por el amor de Dios...

-¿Esperas que haga mis maletas y huya? -interrumpió mientras lo empujaba con frustración-. ¿Que me esconda porque alguien puede plantar una bomba en el hotel en algún momento? Maldita sea Zac, tengo tanto en juego en esto como tú.

-El hotel está completamente asegurado. Si algo pasara no perderías tu inversión.

-Eres un beep -cerró los ojos con un suspiro.

-Vane, sé razonable.

Cuando volvió a abrirlos, la furia brillaba otra vez en ellos.

-Supongo que tú lo estás siendo.

-¡Me importa un bledo si lo soy o no! –exclamó él-. Quiero que estés en algún lugar donde sepa que nada te puede lastimar.

-¡No puedes saberlo todo!

-¡Sé que te amo! -la tomó nuevamente y la zarandeó-. Sé que significas más que cualquier otra cosa en la vida para mí y no voy a correr ningún tipo de riesgo.

-¡Entonces cómo puedes pedirme que me vaya! -gritó- Las personas que se aman deben estar juntas.

Se contemplaron al comprender lo que habían dicho. Las manos de Zac se suavizaron, luego las dejó caer.

-Hazlo por mí, Vane.

-Cualquier otra cosa -repuso-. Esto no. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la ventana.
Afuera el sol se hundía en el mar. Destellos de fuego, vetas de oro... igual que la mujer que tenía detrás.

-Nunca he amado a nadie -murmuró Zac-. A mis padres, a mi hermana tal vez, pero llevan fuera de mi vida mucho tiempo. Me las arreglé sin ellos.-No creo que pudiera arreglármelas sin ti. Me aterra incluso la idea de que pueda pasarte algo.

-Zac -se acercó a él, lo rodeó con los brazos y apretó la mejilla contra su espalda-. Sabes que no hay garantías, sólo probabilidades. -He contado toda mi vida con las probabilidades, pero contigo no.

-Sigo haciendo mis propias elecciones -le recordó ella-. No puedes cambiar eso, Zac. No te lo puedo permitir. Dímelo de nuevo -exigió antes de que él pudiera contestar-, y esta vez sin gritar. Soy tan sensible al romanticismo como cualquiera.

Cuando giró de nuevo hacia ella, con la punta de los dedos trazó la curva de sus labios -Siempre pensé que te amo sonaba muy corriente... hasta ahora -con suavidad reemplazó la punta del dedo con los labios-. Te amo, Vane.

Ella suspiró mientras lo sentía quitarle la chaqueta de los hombros.

-Zac -murmuró cuando la levantó en brazos.

-¿Hmm?

-No se lo digamos a mi padre. Odio cuando se regocija.

Entre risas, la depositó en la cama. Iba a hacerle el amor con suavidad. Le pareció lo correcto al recordar el dolor de sus ojos. Vane era algo precioso para él, vital para su vida, una parte permanente de sus pensamientos. Suave y cálida ya, ella lo apretó contra su cuerpo. Iba a hacerle el amor con suavidad, pero lo volvía loco.
Las manos de ella le apartaban la bata y se movían sobre su piel. Los labios comenzaron a recorrerle la cara, a mordisquearlo... tentando, atormentando, exigiendo. Zac juró mientras le bajaba el vestido y el sonido de la risa baja y ronca de Vane lo empujó al abismo. Quizá le hacía daño no podía controlar sus manos. Las dominaba el frenesí de tocar, de poseer. Pero ella sólo se arqueó debajo de él, lujuriosa, con abandono, hasta que la sangre de Zac rugió como un trueno en sus oídos. Murmuró cosas inconexas en el idioma de sus antepasados amenazas, promesas, frases de amor y de guerra que ya no era capaz de separar.

Vane oyó las palabras duras y bajas... primitivas y eróticas al ser susurradas sobre su piel. En ese momento no quedaba nada del suave y sofisticado jugador, había algo fiero e indomable. «Y es todo mío», pensó con frenesí mientras lo recorría con las manos.

Percibía su intensa fragancia de hombre, un aroma no diluido por perfumes, y enterró la cara en su hombro, con el deseo de absorberlo. Pero el deseo de él no iba a concederle pausa. Caliente y abierta, la boca de Zac aplastó la suya, exigiendo vehemencia, no rendición.

«Deséame», parecía decir él. «Necesítame». Ella respondió con un torrente de pasión que los dejó a ambos jadeantes. En su primera noche de amor creyó que él le había mostrado todo lo que se podía conocer, todo lo que se podía tener. ¿Cómo podía existir todavía más, y con promesas de secretos por descubrir? Zac parecía disponer de una reserva inagotable de energía y necesidad. Como había hecho desde el principio, la desafiaba a igualarlo.

La tocó, y cien explosiones pequeñas y violentas estallaron dentro de ella. Mientras su cuerpo vibraba, todo lo que había imaginado de niña acerca del acto del amor, las palabras tiernas, las caricias suaves, le resultaron insignificantes. Ese era su destino: la tempestad y la furia.

Con las bocas unidas con desesperación, se convirtieron en una forma salvaje e insaciable.

Con los ojos aún cerrados, Vane se estiró con placer.

-¡Oh, Dios, me siento maravillosa! -incluso a sus propios oídos la voz le sonó como el ronroneo de un gato satisfecho.

-A menudo he pensado lo mismo -acordó Zac mientras la acariciaba con una mano.

Ella rió y se sentó, estirando los brazos por encima de la cabeza. En la penumbra, él observó cómo el cabello le caía sobre la espalda desnuda a medida que se arqueaba.

-No, de verdad... Si no fuera por el hecho de que me muero de hambre.

-Dijiste que no tenías hambre -le recordó. Levantó el brazo, le rodeó la cintura y la hizo caer de nuevo sobre la cama.

-Y no la tenía -rodó hasta situarse encima de él-. Pero ahora sí -después de llenarle la cara de besos, le mordisqueó el labio-. Me desmayo.

-Puedes comerte el resto de mi filete.

-Está frío -se quejó. Con una risa ronca pegó los labios a la garganta de Zac-. ¿No se te ocurre otra cosa?

-Admiro tu espíritu -le dijo mientras volvía a besarla en los labios. Después de alisarle el pelo, apoyó la cabeza de ella en su hombro-. ¿Quieres que llame al servicio de habitaciones?

-Dentro de un rato -dejó escapar un suspiro prolongado y satisfecho-. Te amo Zac.

Mientras él cerraba los ojos, sus brazos se apretaron en torno a ella.

-Me preguntaba si llegarías a decírmelo.

-¿No llegué a mencionarlo? -Vane sonrió y se apoyó en su pecho-. ¿Qué te parece esto? Te amo -comenzó, recalcando las palabras con besos-. Te adoro. Me tienes fascinada. Te deseo.

-Puede que sea suficiente para empezar -se llevó la mano de ella a los labios y, despacio, le besó los dedos-, Vane...
-No -con rapidez apoyó la mano sobre su boca-. No me lo pidas de nuevo. No me voy a ir a ninguna parte, y no quiero pelear contigo, Zac. Ahora no, esta noche no -apoyó la mejilla contra la de él.- Es como si hubiera esperado toda la vida para sentir de esta manera. Hasta este momento, todo parece como un preludio. Suena a locura, pero creo que desde el momento en que te vi, supe que todo iba a cambiar -volvió a reír y se apartó-, Y pensar que me consideraba demasiado sensata intelectualmente para creer en el amor a primera vista.

-Tu intelecto retrasó mucho las cosas -afirmó él.

-Al contrario -repuso con sonrisa presuntuosa-. Hizo que marcharan de maravilla. Vine aquí con la idea de convertirme en tu socia, para que pudiéramos tener un trato de igualdad mientras te convencía de que no podías vivir sin mí.

-¿Sí?

-Y funcionó -le sonrió.

-Quizá estás siendo un poco presumida, Vane -tiró de su pelo y se levantó de la cama.

-¿Adonde vas?

-A desinflar un poco tu orgullo -abrió un cajón y sacó un estuche-. Te compré esto en St. Thomas.

-¿Un regalo?-se puso de rodillas y extendió la mano-. Vivo para los regalos.

-Pequeña bruja codiciosa -le dijo mientras soltaba el estuche sobre la mano abierta.

Al abrirlo, la risita de ella se perdió por el silencio. Unos pendientes de amatistas y diamantes resplandecieron ante sus ojos, encendiéndose incluso a la luz tenue del atardecer. Recordó el aspecto que habían tenido en el escaparate iluminado por el sol donde los había visto por primera vez. Con vacilación tocó uno, como si el calor que emanaba de las piedras fuera real y no una ilusión.

-Zac, son maravillosos -susurró mientras alzaba los ojos para mirarlo-. Pero ¿por qué?

-Porque eran perfectos para ti y tú no te habrías dado el gusto. Y... -apoyó una mano en su mejilla - porque ya había decidido que no iba a dejarte salir de mi vida. Si no hubieras aparecido aquí, te habría traído.

-¿Con mi consentimiento o sin el? -preguntó con el atisbo de una sonrisa.

-Te advertí de que era una vieja tradición en mi familia -le colocó el pelo detrás de las orejas-. Póntelos. Me preguntaba cómo te quedarían.

Vane los sacó del estuche y se los puso. Aún de rodillas en la cama, se recogió el pelo hacia atrás con la mano.

-Quiero ver -Zac la detuvo con una simple mirada.

La piel de ella era perfecta. Cuando dejó caer la mano, el cabello se esparció salvajemente sobre sus hombros. Con el único atuendo del brillo de las joyas en los oídos, parecía una fantasía exótica. El destello de deseo que ardió en los ojos de él encendió el deseo en ella. Cuando sus labios se separaron, Vane extendió los brazos hacia él.

2 comentarios:

  1. aaaaaaaaaaawwwwwwwwwwww
    muy bonito el capi
    ness coño pirate!!!
    veras como te pase algo
    luego diras: ay no, tendria ke haberme ido
    XD XD
    bueno publica pronto ke esta interesante
    bye!
    kisses!

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  2. Ay ya c confesaron q se aman!!!!!
    ojala y no les pase nada y a kien c le ocurre amenazar a Zac Efron?????!!!!!
    Ya solo les falta q c kieran casar...

    Siguela pronto!!!!!!esta hermosa la nove!!!!

    PD:lla foto q pusist al principio dl cap m enknta....creo q es una d mis favoritas(jijijij)
    SIGUELA!!!!

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