sábado, 18 de febrero de 2012

Capitulo 8.


-Sigo pensando que un día de estos te voy a ganar -comentó Vane con un bostezo cuando Alfonso apretó el botón del ático-. Y cuando suceda, será por algo mucho más valioso que un desayuno -miró las paredes de espejos ahumados-. Al estar en tu despacho no noté el ascensor.

-Es una ruta de escape -le sonrió-. Todos necesitamos una de vez en cuando.

-Supongo que no pensé que tú la necesitaras -recordó el espejo falso de su oficina-. ¿Te agobia a veces tanta gente separada de ti solo por una fina pared?
-Últimamente más de lo que solía pasarme -reconoció-. Imagino que esporádicamente tú sentirías lo mismo en el barco. ¿No era por eso por lo que salías a la cubierta cuando todos dormían?

-Bueno -se encogió de hombros-, tendré que acostumbrarme a ello si voy a vivir aquí. En cualquier caso, siempre me dio la impresión de vivir entre una multitud -cuando las puertas se abrieron, salió-. Zac, esto es precioso.

Había empleado colores más atrevidos en su alojamiento personal, con toques de índigo en los cojines de un sofá grande y bajo, bermellón en la pantalla de una lámpara de cristal. Para buscar equilibrio había tonalidades pastel y un espejo con un marco dorado.

-Aquí puedes relajarte -decidió Vane, alzando una figura tallada de un halcón en pleno descenso-. No parece un hotel con tus cosas personales a la vista.

Extrañamente, cuando la vio tocar lo que era suyo, Zac experimentó la primera sensación de intimidad con la habitación. Para él siempre había sido un alojamiento, nada más ni nada menos. Un lugar al que ir cuando no trabajaba. Poseía suites similares en los demás hoteles. Eran cómodas, privadas y, comprendió de pronto, estaban vacías. Hasta ese momento.

-Desde luego, mi suite es muy agradable -continuó ella, recorriendo la sala para examinar o tocar lo que le gustaba-. Pero me sentiré más establecida en cuanto pueda distribuir mis cosas. Creo que le pediré a mi madre que me envíe mi escritorio y algunas cosas más -se volvió y descubrió que la observaba con su habitual silencio. Nerviosa de pronto, dejó un pequeño cuenco de cristal de un azul cobalto-. ¿Qué vista tienes? -se dirigió hacia el ventanal y en cuanto plantó un pie en la pequeña plataforma elevada notó que la mesa de cristal ya estaba puesta. Alzó la tapa de uno de los platos y vio una apetitosa tortilla francesa, unas lonchas de beicon y un bollo de maíz. Al levantar la tapa de una cafetera de plata el delicioso aroma inundó la estancia. Junto a la mesa había una cubitera con champán-. Vaya. Mira lo que han dejado las hadas, Zac ¡Asombroso!

-Y pensar que dicen que los milagros son cosa del pasado.

-¿Quieres conocer un milagro? -le preguntó, oliendo una flor-. Es un milagro que no te vierta el café por la cabeza.

-Prefiero beberlo -murmuró al acercarse-. ¿Te gusta la rosa?

-Es la segunda vez que has organizado lo que como sin consultarme -comentó.

-La última vez también estabas hambrienta -le recordó.

-Esa no es la cuestión.

-¿Y cuál es?

Vane respiró hondo, frustrada, y la invadió el olor a comida.

-Hace un minuto lo sabía -musitó-. ¿Cómo lograste tenerlo preparado, caliente y listo?

-Llamé al servicio de habitaciones antes de entrar en el casino para ver si necesitabas que te rescataran -cubrió la botella con una servilleta y con habilidad la descorchó.

-Muy inteligente -se rindió al hambre y se sentó. Apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las manos unidas-. ¿Champán para desayunar?

-Es el mejor momento -llenó las dos copas antes de sentarse.

-Si decido pasar por alto tu arrogancia -comentó mientras partía la tortilla-, es un gesto muy bonito...

-De nada -alzó la copa.

Después del primer bocado, Vane cerró los ojos para apreciar el sabor en silencio.

-Y resulta fácil pasar por alto la arrogancia con el estómago vacío. O me muero de hambre o esta es la mejor tortilla que he probado.

-Le transmitiré al chef tus cumplidos.

-Mmm. Mañana tendré que ir a echarle un vistazo a la cocina, y al club nocturno -añadió después de llevarse otro bocado a la boca-. He sabido que durante una semana va a actuar Chuck Rosen. No habrá ni un asiento vacío.

-Lo tengo firmado en exclusiva durante dos años -Zac partió el bollo por la mitad-. Nunca hay entradas cuando actúa en cualquiera de los hoteles.

-Ha sido una sabia inversión -comentó ella-. ¿Sabes? -alzó la copa de champán y lo estudió por encima del borde del cristal-, eres exactamente lo que pensé que eras la primera vez que te sentaste a mi mesa de juego y, sin embargo, no te pareces en nada a lo que creía.

-¿Qué me considerabas? -preguntó al beber un sorbo.

-Un jugador profesional... lo cual, por supuesto, era acertado. Pero... -calló y bebió otro sorbo. «Zac tiene razón», pensó. El champán nunca le había sabido mejor-. No te vi como un hombre que pudiera levantar y dirigir una cadena como la que tienes.

-¿No? -divertido, jugó con la comida mientras la contemplaba-. ¿Qué creías, entonces?

-Te veía como una especie de nómada. Lo cual, una vez más, es cierto en un aspecto, debido a tu herencia, aunque no te consideraba el tipo de hombre que querría la clase de responsabilidad que acarrean los hoteles de estas características. Eres una mezcla interesante del hombre despiadado y responsable; del duro y... -recogió la rosa-... y del dulce.

-Nadie me ha acusado jamás de ser eso -murmuró mientras volvía a llenarle la copa.

-Bueno, no es una de tus virtudes dominantes. Supongo que es lo que me desconcierta cuando la muestras.

-Me encanta desconcertarte -le acarició el dorso de la muñeca-. He descubierto que siento una cierta... debilidad por la vulnerabilidad.

-No soy vulnerable por regla general -bebió más champán.

-No -aceptó-. Quizá por eso me gratifica más saber que puedo conseguir que lo seas. El corazón se te dispara cuando te toco aquí -susurró, deslizando un dedo por la parte interior de la muñeca.

-Debería irme -dejó la copa con cierta inseguridad.
Pero se incorporó con ella y le tomó los dedos. Al mirarla a la cara, sus ojos mostraron mucha calma y confianza.

-Esta tarde me hice una promesa, Vane -le explicó en voz baja-. Que haría el amor contigo antes de que acabara la noche -se acercó y le tomó la otra mano-. Aún queda una hora antes de que amanezca.

Era lo que ella misma quería. Cada poro de su cuerpo parecía gritar de necesidad. Sin embargo, si sus manos no la hubieran retenido con firmeza, habría retrocedido.

-Zac, no negaré que te deseo, pero creo que sería mejor si le diéramos más tiempo.

-Es razonable -convino al tomarla en brazos-. Se acabó el tiempo -detuvo la risa de protesta de ella con los labios.

No había nada que pudiera saciar esa ansia. La boca de Zac se mostró dura y exigente antes de que Vane pudiera responder o apartarse. Pero cuando él le aplastó el cuerpo contra el suyo, supo que en esa ocasión Zac no permitiría lucha alguna. Probó sus labios y en ellos saboreó urgencia. En las líneas firmes y largas de su cuerpo sintió necesidad.
En la búsqueda de su lengua no había juegos ni pruebas gentiles, sino una exigencia desesperada de intimidad. «Ahora», parecía decirle. «Ya no hay marcha atrás». Lo que semanas antes había comenzado con un frío encuentro de ojos, iba a alcanzar la culminación. «Sucederá», pensó Vane, «porque ninguno de los dos quiere otra respuesta».
Debajo de esa primera vibración de pasión sintió un júbilo sosegado. Lo amaba. Y comprendía que el amor era la aventura final. Apoyó las manos a cada lado de la cara de él y con cuidado separó los labios para mirarlo a los ojos, cálidos por la necesidad que tenía de ella. Vane anhelaba un momento, solo un momento para despejar la cabeza, para decirle lo que quería sin experimentar el torrente de pasión que la dominaba. Con suavidad pasó las yemas de los dedos por los huesos largos y fuertes de su cara. Sintió el corazón de Zac contra el pecho.

-Esto -afirmó-, es lo que quiero, lo que elijo.
Zac guardó silencio al contemplarla. Esas simples palabras eran más seductoras que su delicada fragancia estival, que las encendidas palpitaciones. Lo debilitaban, revelándole vulnerabilidades que jamás había imaginado. De pronto sintió que por su cuerpo corría algo más que pasión. Le tomó la mano y la acercó a sus labios.

-Llevo semanas pensando únicamente en ti -dijo-. Solo te he deseado a ti -le acarició el pelo antes de cerrar los dedos en un puño. «Santo Dios, ¿cuándo he sentido esta necesidad?»-. Ven a la cama, Vane, no puedo estar sin ti durante más tiempo.

Los ojos de ella irradiaban sosiego al ofrecerle la mano. Sin pronunciar palabra, se dirigieron al dormitorio. La habitación se hallaba en sombras, acentuadas por la leve luz que señala el fin de la noche. Y estaba silenciosa, tanto que Vane pudo oír su propia respiración al acelerarse.
«No será gentil», pensó al recordar la sensación de su boca y sus manos sobre ella. «Como amante será igualmente estimulante y aterrador». Oyó un sonido y luego vio la llama de una cerilla al acercarse a una vela. Las sombras danzaron.
A la titilante luz amarilla, la cara de Zac exhibía una belleza peligrosa. Parecía más próximo a sus antepasados indios que al mundo que ella entendía. Y en ese instante supo por qué la mujer cautiva había luchado contra su captor para luego quedarse a su lado.

-Quiero verte -murmuró Zac, alargando la mano para acercarla a la luz de la vela. Con sorpresa notó el temblor que la recorrió. Apenas unos momentos antes había parecido tan fuerte y segura-. Estás temblando.

-Lo sé -respiró hondo-. Es una tontería.
-No -sintió un destello de poder, agudo y limpio. Vanessa Hudgens no era una mujer que temblara por cualquier hombre. Pero por él, al tiempo que el fuego se le encendía en los ojos, el cuerpo le temblaba. Le echó la cabeza hacia atrás. A la luz cambiante la mirada le brilló con un deseo fiero, casi salvaje-. No -repitió, y luego le aplastó la boca con la suya. Pareció fundirse con él. Zac pensó que podía sentir cómo los huesos de ella se suavizaban hasta licuarse y quedar completamente moldeada en sus brazos. Por el momento aceptaría la rendición, pero faltaba poco para que tuviera más, mucho más. Con la boca aún ávida sobre la de ella, comenzó a desvestirla. Olvidó la tela frágil y tiró, deteniéndose únicamente para seguir centímetro a centímetro la piel que dejaba al descubierto. Ella le desabrochaba la camisa con dedos trémulos mientras el vestido caía a sus pies.
Con un dedo, Zac apartó de sus hombros las tiras finas de la combinación. Pero no se la quitó... todavía no. Quería el placer de sentir seda entre los dos. La atormentó, llenándole la cara con besos ardientes mientras ella se afanaba por desnudarlo. Los dedos de Vane en su piel le provocaron un gemido que ahogó sobre la garganta de ella.
Luego la tuvo en la cama y solo los separó un tejido liviano. Tuvo que luchar contra la locura y la necesidad de tomarla con celeridad. Los pechos eran pequeños y firmes bajo sus manos. Consumido por ella, la empujó sin piedad hasta la primera cumbre únicamente con las manos y la boca. Tragándose los jadeos de ella, le pegó el cuerpo para que los movimientos frenéticos de Vane se fundieran en él. Después descendió con determinación implacable para capturar con la boca un pecho cubierto de seda.
Mientras trataba de respirar, Vane se arqueó hacia Zac. El cuerpo le vibraba debido a cien sensaciones inesperadas. Se hallaba atrapada en un mundo de seda y fuego. Con cada movimiento, el edredón le acariciaba la espalda y las piernas desnudas, susurrando promesas oscuras. Tenía la piel marcada allí donde él la había tocado, como si en los dedos portara la diminuta llama dorada de la vela. A medida que él humedecía con la lengua la seda que le cubría el pezón contraído, sintió que el fuego la penetraba. Como una voz desde la lejanía, lo oyó murmurar su nombre, sin poder entender nada más.
Como si hubiera perdido la paciencia con las barreras, Zac le bajó la combinación hasta la cintura para poder darse un festín con la piel desnuda. Vane lo pegó más a ella, con manos que ya eran tan exigentes como las de él. Aunque su boca anhelaba el sabor de Zac, el cuerpo se extasió con la carrera desesperada de los labios de él por su piel. En ese momento solo conocía el placer humeante de la pasión desbordada. Las restricciones y las reglas habían desaparecido; únicamente quedaba el abandono que había vislumbrado de forma fugaz en un sueño.
Fue en ese instante cuando se dio cuenta de que había tantas cosas que desconocía, que jamás había sentido. Los descubrimientos se sucedían por segundos. Mientras la boca de él se demoraba justo encima de la línea de seda, experimentó un ansia de una profundidad que nunca había vivido. La imaginación se le desbocó y tuvo pensamientos de él en su interior, llenándola, sueños de un placer tan agudo que le provocaron dolor entre las piernas. En un estado casi febril, le aferró los hombros.

-Tómame -exigió con respiración entrecortada-. Zac, tómame ahora.

Pero él no dejo de elevarla cada vez más, como si no hubiera oído su súplica. Bajó la seda de la combinación y con los labios le acarició la piel que acababa de revelar... el estómago palpitante y liso, la suave curva de una cadera, los músculos tensos y arqueados de la parte interior del muslo.
Ella gritó, arrastrada por el río veloz de la pasión. Él era implacable, un amante tan aterrador como Vane había temido, tan excitante como había soñado. Ella era todo lo que él quería... una mujer suave, húmeda y fuera de control. Desesperada, exigente, le arañó la piel con las uñas finas y elegantes. Zac pudo oír los gemidos, las palabras incoherentes que salían de su garganta y lo empujaban aún más hacia la locura. La piel de ella estaba mojada, perlada por la pasión, mientras sus caderas no paraban de empujar su necesidad hacia él. En ese momento era irreflexivamente suya. Y de algún modo supo que nunca nadie la había tomado por completo. Con el deseo de contener el poder un momento más, se incorporó sobre ella. Vane lo agarró por las caderas y lo instó a continuar.
A la primera luz del día, la cara de Vane era como porcelana. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos mientras respiraba con dificultad. Medio enloquecido por la necesidad, Zac juró que ningún hombre la llegaría a ver como él la veía en ese momento.

-Mírame -exigió con voz áspera por la pasión-, Mírame, Vane -ella abrió los ojos vidriosos por el placer, oscuros por la necesidad-. Eres mi mujer -se introdujo dentro de Vane y a punto estuvo de perder el control-. Para ti ahora ya no habrá marcha atrás.

-Ni para ti -perdió el enfoque visual cuando comenzaron a moverse juntos.

Zac luchó por comprender lo que había oído, pero ella empezaba a moverse con más rapidez. Enterró la cara en su pelo y se deslizó hacia la locura. El amanecer irrumpió por el ventanal en una cascada de luz rosa oro. Con la cabeza de Zac aún apoyada en su cuello, Vane la observó jugar sobre la espalda de él. Era como ella misma se sentía. Brillante, exuberante y renovada. Se preguntó si había alguna forma mejor de contemplar el amanecer que con el cuerpo de tu amante encima. En ese momento no sentía necesidad de dormir. Sabía que podía quedarse horas de esa forma, con el sol cada vez más luminoso y el suave sonido de la respiración de él en el oído. Con un suspiro dulce por la satisfacción, le acarició la espalda.
Al sentir su contacto, Zac alzó la cabeza. Con las caras casi pegadas la miró, permitió que los ojos recorrieran cada una de sus facciones hasta que no tuvo otra cosa en la mente que el rostro de Vane, acalorado y tierno por haber hecho el amor. Sin decir una palabra, bajó la boca y la besó con un contacto leve. Con gentileza, casi con reverencia, le besó los párpados, las sienes, las mejillas, hasta que ella sintió un nudo inesperado atenazarle la garganta. Debajo de Zac, su cuerpo se sentía fluido y libre.

-Pensé que sabía cómo sería -susurró él, volviendo a besarla en los labios-. Debería haber imaginado que contigo nada es como espero -levantó otra vez la cabeza y con la yema de un dedo la acarició debajo de un ojo-. Tendrías que dormir. Ella sonrió y le apartó el pelo de la frente. -Creo que nunca más volveré a dormir. Sé que no quiero perderme otro amanecer. Se puso a su lado y la acercó.

-Te quiero conmigo, Vane.

-Estoy contigo -contenta, se arrebujó contra él.

-Quiero que vivas conmigo -corrigió, alzándole la barbilla para poder mirarla a los ojos-. Aquí. No me basta con saber que estás en una suite en el otro lado del pasillo -le pasó el dedo pulgar por los labios-. Abajo hablarán, especularán.
Vane volvió a apoyar la cabeza sobre su hombro y le acarició el torso.

-Los rumores no se detendrán abajo en cuanto tu nombre quede ligado con el de la hija de Greg Hudgens.

-No -ella percibió el cambio de tono y supo que si lo miraba, sus ojos serían insondables-. A la prensa la relación le va a resultar interesante, si se tiene en cuenta mi pasado y mi fama... tan opuestos a los tuyos.

-Zac... -bajó y subió un dedo por su pecho-. ¿Me estás pidiendo que viva contigo o me adviertes de que no lo haga?

El permaneció en silencio largo rato mientras ella seguía jugando sobre su pecho.

-Las dos cosas -respondió al final.

-Comprendo. Bueno... -giró la cabeza para poder mordisquearle el cuello con libertad-. Supongo que tendría que pensármelo -lo sintió temblar al bajar la mano a su estómago-. Deberé sopesar los pros y los contras -continuó, dándole besos en la mandíbula. Se incorporó y acercó la cara a la de él-. Supongo que no podrás repasarlos conmigo, ¿no? -con una sonrisa, lo besó en los labios-. Solo para refrescarme la memoria.

-Por el bien de ayudarte a tomar una decisión inteligente -comenzó, acariciándole la cadera.

-Mmm. ¿Sabías que era la capitana de mi equipo de debate en mi primer año en Smith?

-No -cerró los ojos al sentir que lo mordisqueaba bajo la oreja.

-Dame un tema -continuó, pasándole los dedos por las costillas- y tiempo para... investigar -añadió al jugar en su cuello con los dientes-. Y podré defender ambas posturas del asunto. Ahora bien, tal como yo lo veo... -suspiró de placer al sentir bajo los labios las palpitaciones aceleradas de él-. Vivir contigo acarrea muchos inconvenientes -notó la mano de él entre los muslos. Bajó aún más por su cuerpo, frustrándolo.

-Vane...

-No, yo tengo la palabra -le recordó, luego le pasó la lengua por el pecho-. Perdería mi intimidad y bastante sueño -disfrutó al notar su cuerpo tenso mientras se lo exploraba con atrevimiento-. Me arriesgaría a los cotilleos y a la especulación inevitables, tanto de mis nuevos empleados como de la prensa. 
Mientras los músculos se contraían y relajaban bajo las manos, bajo los labios curiosos, perdió el hilo de sus pensamientos. «Es como la escultura de mármol del jefe indio», pensó con pereza al sentir que también ella comenzaba a encenderse.

-Sería imposible vivir contigo -concluyó, perdida en un punto intermedio entre su propia iniciativa y la belleza salvaje del cuerpo desnudo de Zac-. Exigente, irritante y, debido a que me resultas increíblemente atractivo, jamás disfrutaría de un momento de paz mental.

Volvió a subir, dejando que su cuerpo experimentara placer al frotarse de forma sinuosa contra el de ac en el viaje ascendente. Sonrió con lentitud y seducción al ver que él tenía la vista clavada en su cara. -Después de analizarlo todo, dame un motivo por el que tendría que vivir contigo.

La respiración de él no era firme, pero le resultaba imposible controlarla. La mano que la sujetó por el pelo no se mostró gentil, aunque tampoco pudo frenar eso. -Te deseo.

Vane bajó los labios hasta dejarlos a un centímetro de los suyos. -Demuéstralo -exigió.

Al bajar para besarlo, él rodó hasta situarse bruscamente encima. La penetró con rapidez, provocándole un grito que se transformó en jadeos y gemidos al moverse cada vez con más celeridad y empuje. Con codicia ciega la tomó y la tomó, pero el hambre daba la impresión de alimentarse de sí misma, creciendo e inflamándose hasta que las piernas y los brazos de ella se enredaron a su alrededor. Zac se hallaba empapado de sudor, atrapado en esas extremidades blancas, incapaz de respirar, de liberarse. Y era su nombre el que gritaba una y otra vez en la mente.
El cuerpo parecía temblarle con el sonido, amenazaba con estallar por la desesperada repetición del nombre. Entonces el mundo estalló en fragmentos diminutos. Supo que jamás se desharía de ellos, luego ya no conoció nada, salvo el temblor de alivio de la satisfacción.
Aturdido, se quedó dormido con el cuerpo y la mente pegados a ella.
El teléfono lo despertó cuatro horas más tarde. A su lado. Vane se movió, suspiró y farfulló un juramento. Sin soltarla, extendió el otro brazo y alzó el auricular.

-¿Sí? -bajó la vista y vio que ella había abierto los ojos para mirarlo. Le rozó la cabeza con los labios-. ¿Cuándo? -la tensión que experimentó hizo que Vane se apoyara en un codo-. ¿Han evacuado? No, yo lo llevaré... iré en unos minutos.

-¿Qué sucede? Zac ya se había levantado y dirigido al armario.

-Amenaza de bomba en Las Vegas -sacó lo primero que encontró—, unos vaqueros y un jersey de cachemira.

-¡Oh, Dios! -se puso a buscar la ropa interior-. ¿Cuándo?

-La llamada telefónica anunció que detonaría a las tres y treinta y cinco minutos, hora de Las Vegas, a menos que entreguemos un cuarto de millón de dólares en efectivo. Eso no nos da mucho tiempo -musitó, al ponerse los vaqueros-. Aún están evacuando a la gente.

-No vas a pagar -con furia en los ojos. Vane se pasó la combinación por la cabeza.
Zac la observó en silencio unos momentos, luego sonrió... con tanta frialdad como un cuchillo afilado.

-No voy a pagar.

-Bajaré en cuanto me vista -dijo ella al seguirlo a la otra habitación.

-No hay nada que tú puedas hacer. Las puertas del ascensor ya se abrían cuando ella lo sujetó por el brazo. -Estaré contigo.

Durante un instante las facciones de él se suavizaron.

-Date prisa, entonces -le dijo, besándola antes de entrar en el habitáculo.

En menos de diez minutos, Vane atravesó la zona de recepción para entrar en el despacho de él. Zac alzó la vista a su llegada, pero solo asintió sin dejar de hablar con voz controlada por teléfono. Kate se hallaba junto al escritorio, con los puños cerrados, contraído el rostro habitualmente relajado. -Señorita Hudgens -saludó con sequedad, sin apartar la vista de Zac.

-¿Podría ponerme al corriente, por favor?

-Algún chiflado afirma que ha escondido una bomba en alguna parte del hotel de Las Vegas. Se supone que la ha preparado para estallar dentro de... -miró el reloj-... una hora y quince minutos. Están evacuando y los artificieros han tomado el lugar, pero...

-¿Pero? -instó Vane.

-¿Tiene idea de lo grande que es aquel hotel? -indicó Kate con voz trémula-. ¿De lo pequeña y mortífera que puede ser una bomba?

Sin decir nada, Vane se dirigió al bar del otro extremo del despacho y sirvió una copa de brandy. Regresó y se la puso a Kate en las manos.
Con un escalofrío, la secretaria se la bebió hasta vaciarla.
-Gracias -apretó los labios y miró a Vane-, Lo siento. Mi marido perdió un brazo en Vietnam... Esto... -suspiró-. Esto hace que lo rememore todo. -Vamos, siéntese -dijo con gentileza al llevarla al sofá-. Ahora solo se puede esperar.

-Zac no va a pagar -musitó Kate.

-No -Vane la miró sorprendida-. ¿Cree que debería?

Kate se mesó el pelo.

-No me opongo a esa política, pero... -volvió a mirarla-... tiene tanto que perder.

-Si pagara, perdería más que dinero -dio media vuelta y fue a situarse detrás de Zac. Lo tocó una vez, fugazmente, solo una mano en el hombro.

Mientras Kate miraba, él alzó los dedos para enlazarlos con los de Vane. El gesto le reveló más que mil palabras.
«La ama», pensó, sorprendida. Nunca se le había ocurrido que Zac Efron pudiera ser vulnerable a una mujer. Se preguntó si él mismo lo sabría.

-Ha colocado una bomba en uno de los almacenes del sótano -comentó Zac al apoyar un momento el auricular sobre el hombro.

-Oh, Dios, ¿hay algún herido?

-No -la miró sin revelar cuáles eran sus pensamientos-. Hay daños, pero menores.
Llamó para decirle a la policía que había hecho estallar una para dejar bien claro que no bromeaba. Quiere el dinero a las tres y cuarto, hora de Las Vegas.

-¿En qué piensas, Zac?

-Pienso que se arriesga mucho para alguien que persigue un cuarto de millón de dólares. Me pregunto si es lo único que quiere. Cuando llamó al hotel, preguntó directamente por mí. Vane experimentó una aguda incomodidad. -Mucha gente sabe que eres el propietario del Comanche -comenzó-. O es muy probable que se trate de alguien que trabajó para ti en el pasado o que conociera a alguien que lo hizo.

-Tendremos que esperar y ver qué pasa -había algo en la tranquilidad de sus palabras que Vane reconoció. Una amenaza de violencia, una promesa de venganza-. ¿Cuánta gente queda ahí? -preguntó Zac al teléfono-. No, quiero saber el minuto en el que todo el mundo haya salido.

-Traeré café -dijo Vane.

-No -Kate se levantó y movió la cabeza-. Yo lo haré, usted quédese con él.

Vane miró el reloj de oro que había sobre el escritorio. Once menos cuarto. Se humedeció los labios, apoyó las manos sobre el respaldo de la silla de Zac y esperó.
Los ojos de él también se dirigieron hacia el reloj. «Menos de una hora», pensó. Se sintió impotente. Cómo explicar que el hotel para él significaba más que cemento y piedra. Había sido su primera propiedad, su primer hogar después de la muerte de sus padres... Era el símbolo de su independencia, su éxito, su patrimonio. Y solo le quedaba esperar que lo destruyeran delante de sus ojos.
¿Cuál era el motivo? En su interior algo le decía que la amenaza iba dirigida personalmente contra él. Se acarició la nuca y decidió que eso tenía más sentido. Sin embargo, su instinto lo guiaba por otro camino.

-Puede que sea un truco -dijo Vane con voz tranquila.

Zac sintió que la ola de frustraciones desaparecía. Extendió la mano y tomó la de ella.

-No lo creo.

-No sería correcto pagar. Estás haciendo lo que debes, Zac -le apretó los dedos.

-Es la única cosa que sé cómo debo hacer -dirigió su atención a la voz del teléfono-. Bien. Los huéspedes y el personal están fuera -le comunicó a Vane.

Ella se sentó sobre el apoyabrazos del sillón mientras ambos miraban el reloj.
Kate volvió con el café, que permaneció sin tocar mientras esperaban. A medida que pasaban los minutos en silencio, con el teléfono en una mano. Ella intentó imaginarse la complejidad de la búsqueda en un hotel de Las Vegas del tamaño del Comanche. Se preguntó cuántos cientos de habitaciones, cuántos miles de armarios y rincones habría. Con impotencia, se preguntó si el ruido de la explosión se oiría a través del teléfono. Y cuántas veces más el destino de Zac habría dependido de los caprichos de la fortuna. «Esta vez», se dijo a sí misma al apoyar la mano sobre el hombro de él, «el destino nos tendrá que vencer a los dos».
Como los estaba contemplando, Vane vio la súbita rigidez en los dedos que había sobre el escritorio.. -Sí.
Para evitar formular preguntas, se mordió el labio mientras Zac prestaba atención a la voz del teléfono.

-Entiendo. No, no que yo sepa. Sí, estaré allí en cuanto pueda. Gracias -colgó y se volvió hacia Vane-. La encontraron.

-Oh, Gracias a Dios -apoyó la frente en la de él.

-Por lo que me acaban de contar, habría destruido el casino y la mitad de la planta principal. Kate, hazme una reserva en el primer vuelo a Las Vegas.

-Zac -Vane se levantó del reposabrazos y descubrió una extraña debilidad en sus piernas-. ¿Tienen idea de quién ha sido?

-No -por primera vez vio la taza de café sobre la mesa. La alzó y bebió la mitad de un trago-. He de ir, apaciguar las cosas en el hotel y hablar con las autoridades. Volveré en un par de días -se levantó y la tomó por los hombros-. Parece que mi nueva socia va a tener un comienzo movido.

-Estaré bien -se puso de puntillas y le dio un beso suave en los labios-. Y cuidaré de nuestro hotel.

-Sé que lo harás -contestó y la acercó más-. No me gusta dejarte ahora.

-Cuando vuelvas me encontrarás aquí -alzó las manos para enmarcarle la cara-. No te preocupes y vuelve pronto.

-Ve a dormir un rato -sugirió mientras bajaba la boca para darle un beso prolongado.

-Oh no, es mi primer día completo de trabajo -la cara de él estaba sosegada, pero podía sentir la tensión. En vez de formular las interminables preguntas que deseaba hacerle, se obligó a sonreír y se apartó-. Tengo varias cosas que hacer, como recorrer el hotel, inspeccionar la cocina, repasar los archivos en mi despacho y arreglar que trasladen mis cosas a nuestra suite.

La palabra nuestra había producido un fuerte impacto en Zac, dejándolo un poco aturdido.

-Ocúpate de eso primero -ordenó y le tomó otra vez las manos-. Quiero saber que estás en mi cama, Vane...

-Zac, tu avión despega en cuarenta y cinco minutos -interrumpió Kate al asomar la cabeza por la puerta-. Tendrás que darte prisa si quieres llegar a tiempo.

-De acuerdo, que un coche venga a recogerme.

-Zac -con risa entrecortada, Vane tiró de sus manos-. Me estás rompiendo los dedos -había algo en la mirada que él le lanzó, entre cauta y atormentada, que hizo desaparecer la sonrisa de su rostro-. ¿Qué pasa?

«¿Es que iba a decirle que la amaba?» pensó él con una emoción próxima al pánico. ¿Iba a pronunciar las palabras antes de que su mente las hubiera asimilado por completo?

-Tendrá que esperar hasta mi vuelta -repuso al final.

-De acuerdo -y como quería borrar la tensión de su rostro, volvió a sonreír. Le rodeó el cuello con los brazos y pegó la boca contra la suya-. Sé desdichado sin mí, por favor.

-Haré todo lo que pueda. Kate tiene mi número si me necesitas.

-Zac, el coche ha llegado.

-Sí, de acuerdo -le dio a Vane un último beso apasionado-. Piensa en mí -ordenó antes de alejarse.

Respirando hondo, ella se sentó en el sillón, aún cálido de la presencia de él.

-¿Dispongo de alguna otra opción? -se preguntó en voz alta.

3 comentarios:

  1. hola soy nueva lectora...m enknta la nove y estuvo wow el cap(very hot)jejejeje....cuando empeze a leer la nove crei q zac abia apostado algo cm el acostarc cn ness pro ya entndi q toda la nove trata d el juego y d apostar....esta muy buena
    Siguela cuando puedas!!!!!

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  2. aaaaaawwwwwwwww
    ke guay!!
    por fin juntos!!
    ke miserable kerria volar el hotel de zac!?
    voy a leer el otro a ver si me entero!

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  3. Hola!!!! d ksualidad no tienes mas noves?????es q mientras espro q escribas en la tuya kiero leer otras...o alguna q m recomiends....
    PD:ksi m traumo cn la
    bomba q aparecio en la nove,wow siguela pronto!!!!!

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