martes, 7 de febrero de 2012

Capitulo 5.


A pesar de lo mucho que se reprendía diciéndose que no era asunto suyo, no pudo evitar preguntarse qué estaría haciendo Zac. En dos días no le había visto el pelo. Durante ese tiempo ni había pisado el casino, ni había ido a la cubierta de babor a participar en una de las partidas privadas, al menos no cuando ella paseó por allí durante sus descansos.
«¿Qué está haciendo?», se preguntó Vane mientras se preparaba para su último día libre del crucero. Se suponía que un jugador tenía que jugar. No era de los que se conformaría con un bingo en el salón.
Mientras se abrochaba los botones del vestido rojo, decidió que lo hacía adrede. «Intenta ponerme nerviosa». No le habría sorprendido nada descubrir que mientras ella trabajaba, él pasaba el tiempo tomando el sol en otra cubierta. Furiosa, pensó que sin duda había tomado aquella copa con la señora Dewaiter. Recogió el cepillo y comenzó a peinarse mientras se observaba en el espejo con el ceño fruncido.

-¿Y qué? -dijo en voz alta-.
Si le mordisquea los tobillos, deja los míos en paz. Lo último que quería en sus últimos días a bordo era una batalla constante, verbal o de otra naturaleza. De modo que no estaba mal que él hubiera encontrado otra cosa con la que distraerse; de esa manera le ahorraba las molestias de esquivarlo.
Cuando estaba cerca, la agitaba. «También me agita cuando no está cerca», pensó, guardando el cepillo en el cajón. «¿Dónde está la justicia? No pensaré en ello», decidió mientras se ponía las sandalias. «Voy a bucear un poco, a comprar unos recuerdos, una caja de whisky y a disfrutar. No le dedicaré ni un pensamiento más».
«Lo ha hecho adrede», insistió. «Me ofrece el trabajo de dirigir su casino y desaparece. Sabía que me iba a volver loca», añadió frustrada. «Bueno, dos también pueden jugar. Me mantendré alejada de él los próximos días, aunque tenga que encadenarme en mi camarote. Y eso le enseñará una lección», determinó.
Seguía con el ceño fruncido cuando llamaron a la puerta. -Está abierta -anunció.
La última persona que había esperado ver allí era a Zac. Y lo último que había esperado sentir era placer. «Dios mío», comprendió, «lo he echado de menos».

-Buenos días -saludó él.

-Los pasajeros no están autorizados a permanecer en esta cubierta -le indicó con sequedad.

-Oh -entró y cerró la puerta. Sin prestar atención a la irritación de ella, estudió el camarote.

Tendría que haber sido anodino en su pequeñez y muebles utilitarios, pero Vane le había dado una extraña clase de estilo con solo unos pocos toques. Un cuadro de barcos de vela, un cuenco de cristal lleno de caracolas aplastadas, una funda bordada de almohada que le recordó a Gina. «La despensa de Hyannis Hudgens es más grande», reflexionó.

-No se ha desperdiciado espacio -comentó, mirándola otra vez.

-Es mi espacio -le recordó-. Y va contra las normas que estés aquí. ¿Quieres irte
antes de que me despidan?

-Tú ya lo has dejado -metiéndose entre ella y la litera estudió con más atención el cuadro-. Es muy bueno. ¿Es el puerto de aquí, de St. Thomas?

-Sí -permaneció sentada a propósito, ya que sabía que era prácticamente imposible que dos personas estuvieran de pie en el camarote sin tocarse-. Lamento no poder dedicarte más tiempo, Zac, pero me voy.

Con un sonido distraído de asentimiento, él se sentó en la litera.

-Es robusta -comentó, consiguiendo una sonrisa renuente de ella. De hecho, era dura como una roca.

-Es estupenda para la espalda -se miraron durante un momento mientras ella luchaba contra el sencillo placer de tenerlo a su lado-. Pensé que me había deshecho de ti.

-¿Sí? -alzó el tenue camisón con el que había dormido y lo acarició. Sin esfuerzo alguno pudo imaginársela con él puesto mientras se lo quitaba.

-Déjalo -se inclinó para arrebatárselo, y en el proceso sus cuerpos se rozaron.

-Veo que te gustan la seda y el encaje -comentó al dejar que la prenda se deslizara de vuelta sobre la cama antes de que Vane pudiera recuperarla-. Siempre he admirado a mujeres que se ponen cosas así y luego duermen solas. Muestra una cierta independencia de espíritu.

-¿Es un cumplido? -frunció el ceño.

-Eso pensaba -con una sonrisa, enroscó los dedos en torno a unos mechones de pelo-. ¿Por qué creíste que te habías deshecho de mí?

-Desearía que no fueras amable, Zac me rompe los esquemas -suspiró-. No has ido por el casino.

-Hay otros entretenimientos a bordo.

-Estoy segura -convino con frialdad-. ¿Como explicarle tu sistema a la señora Dewaiter?

-¿Quién? - Crispada, Vane se levantó y se puso a buscar la mochila.

-La pelirroja divorciada con el huevo de gallina.

-Oh -divertido y desconcertado, la observó mirar bajo la litera-. ¿Buscas algo?

-Sí.

-¿Necesitas ayuda? -mientras miraba, Vane se deslizó bajo la cama.

-No. ¡Maldita sea! -juró al golpearse la parte de atrás de la cabeza contra el fondo de la litera. Al salir, Zac estaba sentado en el suelo a su lado. Sin hablar, sonrió y le apartó el pelo de la cara-. Zac... -giró y vertió el contenido de la mochila en la cama-. Odio decirte esto.

-Adelante -acostumbrado a su lengua afilada, se encogió de hombros-, dilo de todos modos.

-Te he echado de menos -por segunda vez, vio sorpresa en su rostro-. Te acabo de comentar que odiaba decirlo -al ir a levantarse, él le tomó el brazo y la inmovilizó.
Cinco palabras que le provocaron un torrente de emociones que nunca había experimentado. Había estado preparado para su irritación, su frialdad, su furia. Pero no para esas sencillas palabras.

-Vane -apoyó la mano en la mejilla de ella en un gesto raro de completa ternura-. Es peligroso que me digas eso cuando estamos solos.

Vane le tocó fugazmente la mano y luego, con cuidado, la separó de su piel.

-No pretendía decírtelo. Creo que ni siquiera lo supe hasta que entraste aquí -suspiró entre asombrada y melancólica-. Ni yo misma lo entiendo.

-Me pregunto por qué ambos sentimos la necesidad de entenderlo -musitó casi para sí mismo.

De pronto ella se puso de pie y comenzó a meter en la mochila lo que creía que iba a necesitar.

-Me voy a la playa a bucear y a pasear -lo informó-. ¿Quieres venir conmigo? -no lo oyó moverse, pero supo que se había levantado para erguirse detrás de ella. Por primera vez en un año, experimentó el ligero pánico de la claustrofobia.

Zac apoyó las manos en sus hombros y la hizo darse la vuelta. «Esos ojos», pensó. Parecía que solo tenía que mirar en ellos para que la necesidad se extendiera hacia él. -¿Una tregua? -preguntó.

Aliviada, vio que Zac no iba a aprovechar la ventaja que le había dado.

-¿Qué diversión habría en eso? -repuso-. Si quieres, puedes venir conmigo, pero nada de tregua.

-Me parecen términos razonables -musitó. Cuando le rodeó la cintura con las manos. Vane plantó la mochila entre los dos-. No representa ningún obstáculo -afirmó él.

-El ofrecimiento era para hacer turismo -le recordó-. Lo aceptas o lo dejas.

-Lo aceptaremos -con un leve titubeo, bajó las manos-. Por el momento.

-¿Has estado alguna vez en una embarcación con el fondo de cristal? -preguntó al
volverse para abrir la puerta.

-No.

-Te va a encantar -prometió, tomándole la mano.

La piel de ella estaba mojada, cálida y brillante bajo el sol. Dos diminutos trozos de tela se ceñían a las curvas de sus pechos y caderas. Al estirar las piernas sobre la toalla, Vane suspiró.

-Me gusta pensar en los piratas -miró hacia las magníficas aguas azules-. Apenas hace trescientos años -movió el pelo mojado y le sonrió a Zac-. No es tiempo, si piensas en los años que estas islas llevan aquí.

-¿No crees que Barbanegra podría molestarse un poco si viera todo esto? -señaló para abarcar a la gente que moteaba la playa de arena blanca y nadaba en las aguas turquesas-. A diferencia de todos nosotros, no creo que él pensara que estas playas no están contaminadas.

-Encontraría otro lugar -rió, relajada después de la hora de buceo-. A los piratas eso se les da bien.

-Das la impresión de admirarlos.

-Resulta fácil proyectar romanticismo pasados unos siglos -se apoyó en los codos y disfrutó de la sensación de secarse al sol-. Supongo que siempre he admirado a las personas que viven de acuerdo con sus propias normas.

-¿A cualquier precio?

-Oh, tenías que mostrarte pragmático -giró la cara hacia el sol. El cielo era tan azul como el agua, y sin nubes-. Esto es demasiado hermoso para ser práctico. En la actualidad hay tanta barbarie y crueldad como hace trescientos años, y mucha menos aventura. Me encantaría viajar en la máquina del tiempo de H.G. Wells.
Intrigado, Zac alzó el peine que ella había descartado y comenzó a peinarla.

-¿Adonde irías?

-A la Gran Bretaña de los tiempos del rey Arturo, a la Grecia de Platón, a la Roma de César -suspiró la sensación de que Zac la peinara le resultaba sensual y placentera-, A cientos de lugares. Tendría que conocer a Rob Roy en Escocia o mi padre no me lo perdonaría. Me gustaría haber visto el Oeste antes de que lo descubrieran los colonos, aunque supongo que en ese caso yo habría estado en la primera carreta con rumbo a Oregon -riendo, echó aún más la cabeza hacia atrás, para disfrutar de una visión invertida del rostro de él-. Habría merecido la pena arriesgarse a que tus antepasados me arrancaran el cuero cabelludo.

-Habría sido toda una recompensa.

-Pero a mí me habría gustado conservarlo -reconoció con ironía-. ¿Qué me dices de ti? -inquirió-. ¿No te gustaría regresar un par de siglos atrás para ser Perro Rojo en un salón de Tombstone?

-No les daban la bienvenida a los comanches.

-Vuelves a mostrarte pragmático -alzó la mano para apartarle un mechón de pelo mojado de la frente.

-Yo habría estado entre los guerreros que atacaban tu carreta.

-Sí -volvió a mirar hacia el mar. Era una tontería olvidar quién y qué era él, incluso durante un momento. Era diferente, y eso aumentaba la atracción-. Supongo que sí. Habríamos estado forjando nuevas fronteras, vosotros habríais estado defendiendo lo que ya era vuestro. Las líneas se confunden y te preguntas si ambos bandos se equivocaron desde el principio. ¿Te sientes engañado alguna vez? ¿Sientes que te han arrebatado tu derecho de nacimiento?

Zac la peinó despacio. Al secarse, el pelo mostraba sutiles variaciones que se fundían para crear una rica tonalidad marron.

-Prefiero conseguir lo que me pertenece en vez de pensar en herencias.
Vane asintió, porque sus palabras expresaban con precisión lo que ella misma sentía.

-Los Hudgens fueron perseguidos en Escocia, obligados a abandonar su nombre, su escudo y sus tierras. Si yo hubiera estado allí, habría combatido. Ahora no es más que una historia fascinante -rió en voz baja-. Una que mi padre contará una y otra vez a la mínima excusa.

Una niña pequeña, que corría por la arena para escapar de su madre, aterrizó como una pelota en el regazo de Vane. Riendo, lanzó los brazos alrededor del cuello de ella y se agarró como si formaran parte de la misma conspiración.

-Vaya, hola -Vane le devolvió el abrazo, luego la apartó lo suficiente para ver unos ojos castaños llenos de diversión-. Quieres huir, ¿verdad?

-Bonito -la pequeña agarró un mechón del pelo de Vane.

-Que niña brillante -comentó, mirando por encima del hombro a Zac. Para su sorpresa, él acomodó a la niña en su regazo y apoyó un dedo en la naricita.

-Tú también eres bonita -con risas renovadas, la niña le plantó un beso húmedo en la mejilla.

Antes de que Vane hubiera superado la sorpresa de la facilidad con la que Zac había aceptado el saludo, una mujer con un bañador negro llegó corriendo hasta ellos sin aliento.

-¡Rosie! -la agitada madre llevaba una pala y un cubo de plástico y tenía las mejillas acaloradas-. Oh, lo siento tanto. Se lanza a todas partes en una carrera ciega. Nadie está a salvo.

-Debe de mantenerla ocupada -le dijo Vane a la madre mientras acariciaba el cabello de la niña.

-Agotada -reconoció la mujer-. Pero, de verdad, yo...

-No se disculpe -con suavidad, Zac limpió la arena de la mano de la niña-. Es preciosa.

-Gracias -complacida, la madre se relajó, luego extendió la mano hacia su hija-.
¿Tienen hijos?

Vane tardó unos momentos en comprender que los consideraba una pareja. Antes de que pudiera recobrarse, Zac se adelantó a responder.

-Todavía no. Supongo que la suya no está en venta.

-No, aunque hay ocasiones en que me siento tentada a alquilarla -tomó a Rosie en brazos y le sonrió a Zac-. Gracias otra vez. No todo el mundo aprecia verse atacado por un tornado de dos años. Di adiós, Rosie.

-¡Adiós! -Rosie agitó una mano regordeta antes de realizar el esfuerzo de volver a bajar.

Vane pudo oír las risitas de la niña mientras madre e hija se alejaban.

-De verdad, Zac -se quitó la arena que le había echado Rosie-. ¿Por qué le dijiste a esa mujer que aún no teníamos hijos?

-Porque no los tenemos.

-Sabes muy bien a qué me refiero.

-¿Quién está siendo pragmática ahora? -antes de que ella pudiera responder, le rodeó la cintura con los brazos y le dio un beso en un hombro.

-Era muy dulce -en vez de resistirse, Vane se apoyó contra él un momento, disfrutando de la proximidad.

-La mayoría de los niños lo son -le besó el otro hombro-. No tienen pretensiones ni prejuicios, y muy poco miedo. Dentro de poco su madre le enseñará a no hablar con extraños. Es algo necesario, pero más bien triste.
Vane se apartó para volverse y observarlo. -Jamás se me habría pasado por la cabeza que pensarías en niños.

Zac quiso decirle que el momento que acababan de compartir había despertado en él la necesidad de disfrutar de una familia que ya casi había olvidado que había tenido. Una mujer a su lado, un bebé que alzara los brazos para que lo besaran. Desterró el pensamiento igual que Vane la arena. Pensó que era mejor ir con cuidado en un terreno nuevo.

-Yo he sido como ella -indicó al final. Notó la vacilación de él, pero sus propias emociones estaban confusas.

-¿Estás seguro? -con una sonrisa, apoyó las manos en sus hombros.

-Razonablemente.

-Voy a decirte una cosa -musitó con solemnidad, acercándose.

-¿Sí?

-No creo que tú seas bonito.

-Los niños tienen una perspectiva más clara que los adultos.

-Ni siquiera tienes una naturaleza bonita -insistió, aunque le costó resistirse a besarlo en los labios.

-Tú tampoco -le acarició la espalda y profundizó el beso. Había entornado los párpados.

Vane sintió que algo salía de ella mientras los huesos se le licuaban, algo pequeño y vital que durante un momento era suyo y al siguiente de Zac. Cedió a él en un beso que contenía más promesa que pasión.

-Nunca quise tener una -murmuró.

-Menos mal -de pronto tensó el cabello de ella, aunque la boca siguió siendo delicada.

Vane se apartó. Algo había cambiado. No había una explicación clara de la causa, pero había cambiado. Sintió la necesidad de volver a pisar suelo firme hasta que pudiera descifrarlo.

-Será mejor que nos vayamos -logró decir-. Tengo que comprar algunas cosas en la ciudad antes de regresar al barco.

-El tiempo y la marea no esperan a nadie -comentó él.

-Así es -se incorporó y sacudió la arena del vestido rojo antes de ponérselo encima del bañador.

-No siempre disfrutarás de esa excusa -detuvo las manos que abrochaban los botones.

-No -convino Vane, y volvió a abrochárselo-. Pero ahora sí la tengo.

Tuvieron suerte para aparcar en las atestadas calles de Charlotte Amalle. Estaban llenas de taxis, personas y pequeños autobuses abiertos pintados con colores llamativos. En todo ese tiempo los dos permanecieron en silencio, ocupados con sus propios pensamientos.
Ella se preguntó qué había pasado durante ese beso breve y casi amistoso en la playa. ¿Por qué había dejado su interior como gelatina, sintiéndose aprensiva y algo encantada? Quizá tenía que ver con lo que la conmovió ver a Zac con la pequeña. Costaba imaginar a un hombre como él, un jugador de personalidad fría e implacable, ablandarse con una morenita de apenas diez kilos. No había imaginado que albergara esa clase de dulzura.
También podía deberse al hecho de que así como antes había creído que podría gustarle, en ese momento era una certeza. Aunque con cautela. No tenía sentido bajar la guardia en el trato con Zac. Y justo cuando reconocía que le gustaba y que podía disfrutar de su compañía, el crucero prácticamente había acabado. Durante lo que quedaba del viaje estaría tan ocupada con sus turnos y obligaciones en el casino, que no tendría una hora de ocio para pasar con él, menos un día. El resto del trayecto estaría en alta mar, con el casino abierto dieciséis horas.
Desde luego, aún le quedaba la opción de aceptar su oferta de trabajo. Con el ceño fruncido, miró por la ventanilla para ver una mesa que había en la acera, cerca de Gucci, cubierta con sombreros de hojas de palmera. Durante los últimos dos días había mantenido la propuesta fuera de la cabeza, por la sensata razón de que resultaría mejor analizarla cuando hubiera algo de distancia entre los dos. Atlantic City sería una aventura. Trabajar con Zac sería un riesgo. Quizá una cosa era igual que la otra.
Zac se preguntó por qué lo preocupaba la actitud más suave de Vane. Después de todo, ese había sido uno de sus objetivos. La deseaba desde el primer momento en que la vio. Sin embargo, los días de contacto, de discusiones, risa y pasión habían añadido aspectos nuevos a lo que debería haber permanecido como una necesidad básica.
Ya no era tan sencillo atribuir sus emociones encontradas a las maquinaciones del padre de ella. De hecho, hacía días que no pensaba en Greg Hudgens. Al aparcar, decidió que quizá fuera inteligente volver a pensar en ella de esa manera... al menos por el momento.

-¿Buscas más llaveros que suenen con Para Elisa? -inquirió al apagar el motor. A pesar de lo que acababa de decirse, la acercó para volver a probar sus labios.

-Nunca me repito -replicó, pero no se alejó.

-Haz una excepción solo por esta vez -murmuró. Riendo, ella incrementó la presión hasta que los dos olvidaron que estaban aparcados en el centro de una ciudad ajetreada. «Esta noche», pensó Vane mientras le acariciaba la mejilla. Había llegado la hora de dejar de fingir y tomar lo que deseaba.

-Vane -la apartó con una especie de suspiro y gemido.

-Lo sé -apoyó la cabeza en el hombro de él-. Parecemos destinados a encontrarnos en lugares públicos -respiró hondo y bajó del coche-. Como pasamos tanto tiempo en la playa, solo tendré tiempo para realizar unas compras disciplinadas -Zac rodeó el vehículo y le tomó la mano-. Podré encontrar unos regalos y el whisky que buscó aquí mismo -comentó al observar la calle atestada.

Antes de dar con el sitio adecuado, el escaparate de Cartier hizo que ella se detuviera. El suspiro que soltó fue una mezcla de aprecio y deseo.

-¿Por que una mujer inteligente puede anhelar unas piedras que brillan? -se preguntó en voz alta.

-Es natural, ¿no? - Zac se situó a su lado para contemplar los diamantes y las esmeraldas-. La mayoría de las mujeres se siente atraída por los diamantes... y los hombres también.

-Carbón presurizado -musitó Vane con un suspiro-. Hace miles de años los utilizábamos como amuletos para repeler los espíritus malignos y atraer la buena suerte. Los fenicios viajaban a los países bálticos en busca de ámbar. Por ellos se han librado guerras, se han explotado países... y de algún modo eso los vuelve más atractivos.

-¿Nunca te complaces? Se apartó del escaparate y le sonrió.

-No, lo cual me brinda algo que esperar. Me he prometido que mi próximo viaje será
solo de placer. Entonces me lanzaré a una compra ciega que podrá dejar un agujero importante en mi cuenta bancaria. Por el momento -señaló la siguiente tienda-, necesito comprar unos regalos más tradicionales y una caja de Chivas Regal.

Entraron y Vane se vio inmersa en un torbellino de selección y compra. Por lo general era algo que le desagradaba, pero una vez comprometida, lo ejecutó como si se tratara de una venganza. Cuando Zac se alejó apenas le prestó atención, enfrascada como estaba en elegir entre una selección de mantelerías bordadas. Cargada con bolsas se dirigió al mostrador donde había todo tipo de bebidas alcohólicas; un vistazo al reloj le indicó que disponía de dos horas antes de tener que regresar a bordo.

-Una caja de Chivas, de doce años.

-Dos.

-Oh, pensé que te había perdido -giró la cabeza al oír la voz de Zac.

-¿Has encontrado lo que buscabas?

-Y más -reconoció con una mueca-. Voy a odiarme cuando tenga que hacer las maletas -el vendedor deslizó las dos cajas sobre el mostrador-. Me gustaría que enviaran la mía al Celebration -sacó la tarjeta de crédito y esperó que el hombre rellenara el formulario.

-Y la mía -añadió Zac, pagando en efectivo. Vane observó la caja de él mientras Zac daba la información necesaria. Nunca lo había considerado el tipo de bebedor que compraba el whisky por cajas. Jamás bebía cuando jugaba. Había sido una de las primeras cosas que notó. De hecho, la única vez que lo había visto con una copa en la mano fue durante el picnic en Nassau. Llegó a la conclusión de que quizá lo hacía como regalo, aunque resultaba extraño comprar tantas botellas de la misma marca. Después de firmar, se guardó el recibo en el bolso.

-Supongo que ya está todo -le tomó la mano y se dirigió hacia la salida-. Es peculiar que los dos hayamos comprado el mismo whisky.

-No si pensamos que lo hemos adquirido para la misma persona -expuso con suavidad.

-¿La misma persona? -lo observó con sonrisa desconcertada.

-Tu padre no bebe otra marca.

-¿Cómo...? -confusa, movió la cabeza-. ¿Por qué ibas a comprarle una caja de whisky a mi padre?

-El me lo pidió.

-¿Qué él te lo pidió? ¿Qué quieres decir con eso.

-Jamás he visto a Greg hacer algo sin un motivo -la tomó del brazo para guiarla en el cruce de la calle, ya que lo miraba a él y no a los coches-. En ese momento la caja de whisky me pareció algo razonable.
«Greg», pensó Vane, notando el empleo familiar del nombre de su padre. Por un momento concentró la mente en ese punto pequeño hasta que en su cabeza se apiñaron demasiadas preguntas incómodas y sin respuesta. Ajena al flujo intenso de transeúntes, frenó en seco en mitad de la acera.

- Zac, será mejor que me cuentes exactamente de qué estás hablando.

-Hablo de comprarle a tu padre una caja de whisky por su consideración al
reservarme un billete en este crucero.

-Has confundido algo. Mi padre no es un agente de viajes.
Rió con las mismas ganas que el día que descubrió cuál era su apellido.

-No, Greg es muchas cosas, pero no agente de viajes. ¿Por qué no nos sentamos ahí?

-No quiero sentarme -se soltó el brazo cuando él la condujo a uno de los patios frescos-. Quiero saber por qué demonios mi padre te organizaría las vacaciones.

-En realidad, creo que tenía en mente organizarme la vida -encontró una mesa vacía y la obligó a sentarse-. Y la tuya -añadió al imitarla. A pesar del delicioso olor a bollos recién hechos que impregnaba la atmósfera, tuvo ganas de destrozar algo. Se contuvo y juntó las manos.

-¿De qué diablos estás hablando?

-Conocí a tu padre hace unos siete años -con calma, extrajo un cigarro y lo encendió. Vane reaccionaba tal como él había imaginado-. Me presenté en Hyannis Hudgens con una proposición de negocios -comenzó-. Jugamos al póquer y desde entonces, de forma esporádica, hemos estado haciendo negocios juntos. Tienes una familia bastante interesante.

-Vane guardó silencio, pero vio que apretaba los dedos aún con más fuerza-. Me he encariñado mucho con ella con el paso del tiempo. Cuando iba de visita tú siempre estabas en la universidad, aunque oí mucho sobre ti... Vane. Alan admira tu cerebro, Caine tu rectitud -aunque los ojos de ella echaban chispas, Zac no pudo evitar una leve sonrisa-. Tu padre estuvo a punto de erigirte un monumento cuando te graduaste en Smith con dos años de antelación.

Vane frenó el impulso de maldecir y de gritar. Ese hombre conocía cosas de su vida desde hacía siete años sin que ella lo supiera ni hubiera dado su consentimiento.

-Has sabido... -empezó en voz baja y furiosa-. Has sabido en todo momento quién era y no me has dicho nada. Te has dedicado a jugar cuando solo tenías que explicarme...

-Aguarda un minuto -la frenó por el brazo cuando amago con levantarse-. No sabía que la encargada de la mesa de blackjack llamada Vanessa era la hija de Greg, la sin igual Vane Hudgens.

Ella se puso roja. Casi toda su vida los alardes de su padre acerca de ella le habían resultado divertidos y entrañables. Pero en ese momento fueron como una dura bofetada en la cara.

-No sé cuál es tu juego...

-El juego de Greg -volvió a interrumpir Greg-. No fue hasta aquel día en la playa cuando me gritabas que los Hudgens no se dejaban empujar cuando me di cuenta realmente de quién eras y por qué Greg se había mostrado tan persuasivo para que realizara el viaje.

Al recordar la expresión de absoluto asombro en la cara de Zac, Vane se relajó un poco.

-¿Te envió el billete y no te mencionó que yo trabajaba en el Celebration?

-¿Tú qué crees? -echó la ceniza en un cenicero de plástico mientras la miraba-. Al descubrir tu nombre completo, comprendí que había sido manipulado por un experto -sonrió, divertido otra vez-. Reconozco que me hizo sentir incómodo unos momentos.

-Incómodo -repitió ella, en absoluto divertida. Recordó la breve conversación telefónica mantenida con su padre. Se dio cuenta de que él había intentado sonsacarle información para comprobar si su pequeño plan tenía éxito-. Voy a matarlo -clavó en Zac unos ojos en los que ardía la furia -. En cuanto acabe contigo. Podrías habérmelo contado hace días.

-Sí -convino él-. Pero al calcular que tu reacción sería la que has mostrado, elegí no hacerlo.

-Tú elegiste -soltó con los dientes apretados-. Mi padre eligió. ¡Qué megalómanos maravillosos sois! Quizá no se os ocurrió que yo también estaba en la partida de ajedrez -la ira inundó su expresión-. ¿Pensaste en meterme en tu cama para pagarle por esos momentos de incomodidad que te proporcionó?

-Sabes que no -repuso con suavidad-. Por algún motivo, cada vez que te tocaba me costaba recordar de quién eras hija.

-Te diré lo que yo sé -respondió con el mismo tono de voz bajo y peligroso-. Los dos os merecéis el uno al otro. Ambos sois tontos arrogantes y pomposos. ¿Qué derecho tenías a entrar en mi vida de esta manera?

-Tu padre instigó la intrusión -expuso-. Lo demás fue estrictamente personal. Si quieres matarlo, es asunto tuyo, pero no me claves a mí tus garras.

-¡No necesito tu permiso para matarlo! -espetó, alzando la voz de modo que unas cabezas se volvieron en su dirección. -Creo que acabo de decirlo. Vane se levantó de un salto y buscó sin éxito algo para tirarle. Como era físicamente imposible levantarlo y arrojarlo a través del escaparate, se contentó con decir con furia:

-Me temo que me falta tu sentido del humor. Considero que lo que hizo mi padre es un insulto bajo -con la dignidad que le quedaba, recogió las bolsas de la compra-. Te agradecería que te mantuvieras lejos de mí el resto del viaje. De lo contrario, me costaría mucho controlarme para no tirarte por la borda.

-De acuerdo. Si prometes hacerme llegar tu decisión acerca del puesto en Atlantic Cíty -añadió antes de que ella pudiera volver a hablar. Al ver su expresión de asombro incrédulo, alzó una mano-. Oh, no. El trato se rompe si me das tu respuesta ahora. Dos semanas.
Con movimiento rígido, ella asintió. -Recibirás la misma respuesta, pero puedo postergarla. Adiós, Zac. -Vane -airada, ella se volvió para mirarlo-. Dale recuerdos a Greg antes de matarlo.

1 comentario:

  1. ke cabron!!
    normal ke se enfade!!
    ya podria haberselo dicho antes!!
    a ver si es verdad ke ya no se ven mas XD
    aunke lo dudo XD
    bueno publica prontito el siguiente capi
    ke kiero saber ke pasara aora
    bye!
    kisses!

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