lunes, 6 de febrero de 2012

Capitulo 4.


Como creía que estaría desierta, Vane eligió la cubierta de popa. Cualquiera que aún siguiera en el barco, sin duda habría preferido la zona más amplia de la piscina para tomar el sol, con su proximidad al Bar y Grill Lido. La mayoría de los pasajeros estaría disfrutando de las vistas de San Juan, paseando por las calles empedradas de la zona histórica, explorando los fuertes y sacando fotos. Era poco probable que la molestaran en la tranquila cubierta de popa.
A punto había estado de quedarse dormida, ya que olvidó que había quedado con Dale para calcular los ingresos de la noche anterior. Como logró dormirse cuando amanecía, consiguió descansar cuatro horas antes de que sonara el despertador. Concluido el trabajo de la mañana, había ido a tumbarse bajo el sol del mediodía para quemar el cansancio de su cuerpo.
No quería pensar, tal como había hecho en la cama. Sabía que estaba demasiado agotada para reflexionar en lo sucedido la noche anterior, pero incluso al estirarse en la tumbona, revivió todo mentalmente. No sabía qué le sucedía cada vez que los labios de Zac la besaban. Fuera lo que fuese, había jurado que no volvería a permitir que pasara, pero se había sentido impotente para evitarlo. ¿Qué tenía él que no dejaba de arrastrarla y acercarla cada vez más al borde de algo fatal? Cada vez le resultaba más difícil recordar alejarse.
Se bajó las tiras de la parte superior del biquini y se tumbó. Decidió que quizá lo más inteligente sería reflexionar seriamente en el asunto en vez de empeñarse en soslayarlo. Si había un elemento en común en el clan Hudgens, este se centraba en que eran realistas. Su disposición era encarar un problema para solucionarlo. «Ese», pensó con una sonrisa, «debería haber sido el lema del clan». Y su problema se llamaba Zac Efron.
Era peligrosamente atractivo. Y peligroso, debido a la atracción que la había dejado sin aliento desde el principio y que no había remitido. Y no solo se debía a su aspecto. Eso se podía descartar con facilidad. Era la fuerza y el sexo, y el estilo de dominio sereno. Los tres la desafiaban para plantarle cara, punto por punto. Sencillamente, se trataba de una combinación irresistible para una mujer que rara vez elegía el camino fácil.
¿Le gustaba? Bufó de manera automática, luego se quedó pensativa. «Bueno», se preguntó otra vez, «¿me gusta?» La respuesta llegó con los recuerdos de una tarde tranquila en Nassau, aquella broma rápida y compartida en el casino, el modo natural en que sus manos encajaban. Incómoda, tuvo que reconocer que quizá le gustaba un poco. Un poco.
«Pero», se ajustó mejor las gafas de sol sobre la nariz y cerró los ojos, «esa no es la cuestión». La cuestión era qué iba a hacer con él durante los siguientes cinco días.
No podía esconderse. Aunque hubiera sido físicamente posible mientras se hallaran en el mismo barco, su orgullo jamás se lo habría permitido. No, tendría que tratar con él... y consigo misma. La idea de que podría pasar cierto tiempo con Zac, aprender a conocerlo mejor, ya no se podía clasificar como inofensiva. Si era sincera, debería reconocer que desde el principio había sabido que Zac Efron no tenía nada de inofensivo. Eso completaba el círculo y la devolvía a la atracción básica. «Y eso», decidió mientras se ponía boca abajo, «no está solucionando nada».
Le quedaban unos pocos días más a bordo del Celebration antes de regresar a casa para una visita prolongada a su familia. Desempleada. Frunció la nariz y se movió en la tumbona hasta sentirse cómoda. Cuando la esperaba una decisión sobre el resto de su vida, sus pensamientos no podían dar prioridad a lo que debía hacer acerca de un encuentro con un jugador itinerante. Una vez reconocido que Zac le resultaba atractivo e interesante, debía ponerle fin.
El camino que tenía realmente era sencillo... tratarlo como trataría a cualquier pasajero. Con educación y amabilidad. «Bueno», corrigió al quitarse las gafas, «no con tanta amabilidad. Y basta de apuestas personales», añadió con firmeza antes de cerrar los ojos. La suerte de ese hombre era extraordinaria.
Además, el sol y la tranquilidad de la cubierta no impulsaban a pensar en complicaciones. Con un suspiro, juntó las manos bajo la cabeza y durmió. Se sintió cálida y relajada. Unos pensamientos nebulosos sobre flotar desnuda en una balsa mientras el sol le acariciaba la piel consiguieron que emitiera un leve sonido de placer. Podría haber flotado para siempre, sin rumbo fijo. Sentía libertad... no, abandono. Se hallaba sola en el mar azul, o quizá en una densa selva verde. Un lugar secreto y solitario donde no había restricciones. Allí el sol se posaba en su cuerpo como las manos de un amante.
Sentía que la acariciaba, que le provocaba un placer ardiente y somnoliento... unos dedos lánguidos de sol... perezosamente excitantes... delicadamente seductores...
El roce de una mariposa sobre su oreja la impulsó a sonreír. Yació quieta, sin querer perturbarlo. Suave como el rocío, aleteó en su mejilla, donde se posó un momento como si hubiera encontrado una aromática flor. Con un último movimiento de alas, susurró su nombre sobre la comisura de su boca.
«Qué extraño», pensó con un leve gemido de placer, «que una mariposa conozca mi nombre». Movió los hombros hacia la caricia suave sobre su espalda y se obligó a abrir los ojos, queriendo ver los colores de esas delicadas alas. Solo vio el azul frío e insondable de los ojos de Zac.
Durante un momento miró en sus profundidades, demasiado complacida para sentirse confusa.
-Pensé que eras una mariposa -murmuró al volver a cerrar los ojos.

-¿Sí? -sonriendo, Zac volvió a besarle por segunda vez la comisura de los labios.

-Mmm -musitó con pereza-. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

-¿Dónde? -no dejó de acariciarle la espalda, disfrutando del delicado movimiento de ella bajo la mano.

Dondequiera que estemos -murmuró Vane-. ¿Has venido flotando en una balsa?

-No -supo, por el ritmo de la respiración de ella, por esa fugaz expresión en sus ojos brumosos, que ya estaba excitada y lo bastante desorientada como para hallarse completamente entregada. Su absoluta vulnerabilidad le provocó deseos encontrados de tomar y proteger. Mientras cada uno luchaba por la supremacía, le besó el hombro desnudo-. Has estado soñando.

-Oh -no vio que eso importara mientras continuaran las caricias maravillosas y cálidas-. Es placentero.

-Sí -le pasó un dedo por la columna-. Lo es. El contacto la hizo temblar con una excitación más concentrada. Abrió los ojos.

-¿Zac?

-¿Sí?

Despierta y palpitante de pronto, se apoyó sobre los codos. -¿Qué haces aquí?
Posó la vista en el pequeño trozo de tela que de forma tenue se aferraba a sus pechos.

-Ya me lo has preguntado. Con tu tipo de piel, no deberías echarte bajo el sol sin protección -deslizó la mano por la espalda de ella, extendiendo la crema que le había aplicado. Cuando los dedos presionaron la zona central de su cintura, Vane contuvo el aliento.

-¡Para! -exigió, furiosa porque la voz le saliera trémula. -Eres muy sensible -susurró. El deseo en los ojos de ella había resplandecido con rapidez, oscureciéndose y ampliándose incluso mientras luchaba contra él-. Es una pena que nunca estemos en el lugar apropiado en el momento apropiado.

-Zac -Vane se apartó de su mano y apenas recordó sujetarse la parte superior del biquini-. De verdad me gustaría que me dejaras descansar un poco -al sentarse, se ató las tiras detrás del cuello-. Esta mañana tuve que levantarme temprano, y el casino esta noche abrirá en cuanto zarpemos del puerto -volvió a estirarse y lo descartó-. Quiero dormir algo.

-Quiero hablar contigo -se levantó.

-Pues yo no... -calló cuando sus ojos recorrieron unas piernas largas y musculosas hasta unas caderas estrechas embutidas en un breve traje de baño negro, y continuó por un torso duro y sólido. Era un cuerpo que insinuaba fuerza, nervio y velocidad. Con rapidez, apartó la vista y ajustó el respaldo de la tumbona-. Yo no quiero hablar contigo -concluyó-. ¿Por qué no haces como todo el mundo y te vas a visitar San Juan?

-Tengo que hacerte una proposición.

-Apuesto que sí.

Sin aguardar una invitación, Zac se sentó en el extremo de la tumbona. -De negocios.
Vane apartó las piernas para que sus pieles no se rozaran y se distrajera.

-No me interesan tus negocios. Ve a buscarte una tumbona.

-¿No hay una norma que prohíba que un tripulante sea grosero con un pasajero?

-Presenta una queja -lo invitó-. Es mi última semana en el trabajo.

-De eso quiero hablarte -pasó una mano aceitosa por el muslo de ella.

-Zac...

-Bien -sonrió ante su rostro furioso-. Tengo tu atención.

-Si no me dejas en paz, vas a tener una nariz rota -advirtió exasperada.

-¿Siempre te cuesta tanto concentrarte en una discusión de negocios? -preguntó con suavidad.

-No cuando se trata de algo legítimo.

-Entonces no deberíamos tener ningún problema.
Apoyándose en el respaldo de la tumbona, lo observó detrás de las gafas de sol. Vio la cicatriz blanca a lo largo de sus costillas.

-Parece que fue un corte serio -comentó con sonrisa indiferente-. ¿Regalo de un marido celoso?

-Un fanático con un cuchillo -la respuesta fue tan indiferente como la pregunta, carente de emoción.
Vane experimentó un dolor agudo e inesperado. Le atenazó la garganta, ya que casi pudo ver cómo el cuchillo le cortaba la carne.

-He dicho una estupidez. Lo siento -volvió a observar la cicatriz, disgustada por sus palabras gratuitas-. No debió de ser grave.

Zac pensó en las dos semanas que tuvo que pasar sedado en el hospital y se encogió de hombros.

-Fue hace mucho tiempo.

-¿Qué sucedió? -no pudo evitar preguntar, quizá porque una parte íntima de ella compartía el dolor sin conocer la causa.

El la estudió unos momentos. Ya no pensaba en el incidente. Quizá lo había recordado momentáneamente una vez en los últimos quince años.

Vane trató de sonreír-. Mi padre diría que un hombre no es un hombre hasta los treinta, o quizá los cuarenta años. No siempre es consistente en la edad.
«Como si no lo supiera», pensó Zac. Tuvo la tentación de contarle allí mismo su relación con Greg, pero decidió ceñirse a su plan original. Zac Efron sí era consistente.

-Te lo he contado porque si aceptas mi oferta, probablemente oirás fragmentos de la historia. Y prefería que la supieras de mí de una sola vez -vio que había despertado su curiosidad, lo cual era mejor que su atención.

-¿Qué clase de oferta? -inquirió con cautela.

-Un trabajo.

-¿Un trabajo? -repitió, y luego rió-. ¿Qué quieres hacer, establecer una especie de local flotante de blackjack conmigo de croupier?.

-Tenía pensado algo menos itinerante -murmuró mientras bajaba la vista-. ¿Son sólidas esas tiras finas?

-Bastante -apenas pudo contener la tentación de tirar de ellas-. ¿Por qué no me dices exactamente qué tenías en mente, Zac? Con claridad.

-De acuerdo -de repente el humor abandonó sus ojos-. Te he visto trabajar. Eres muy buena. No solo con las cartas, sino con la gente. Eres una juez rápida de los jugadores, y tu mesa casi siempre está llena. Además de eso, sabes cómo manejar a un jugador cuando se irrita con las cartas o se ha excedido con la bebida. En resumen -añadió con el mismo tono impersonal-, tienes mucho estilo.
Sin saber muy bien adonde quería llegar, y no queriendo sentirse demasiado complacida por sus palabras, se encogió de hombros.

-¿Y?

-Podría utilizar a alguien con tu talento -la observó impasible.
Vane alzó las gafas hasta acomodarlas sobre la cabeza y lo miró fijamente.

-¿De qué manera? -preguntó con frialdad.

-Para dirigir mi casino de Atlantic City -respondió con la satisfacción de ver la incredulidad en el rostro de ella.

-¿Eres propietario de un casino en Atlantic City?

-Sí -sin dar la impresión de moverse, apoyó las manos en las rodillas.
Vane lo estudió con el ceño fruncido. Divertido, él pensó que su confianza en esa ocasión no surgía con tanta facilidad. Despacio, Vane soltó el aire.

-Comanche -murmuró-. También hay uno en Las Vegas, y en Tahoe, creo -se reclinó y cerró los ojos. De modo que el jugador itinerante se había convertido en un hombre de negocios con mucho dinero y éxito-. Tendría que haberlo imaginado.
Zac se relajó. La primera vez que había pensado en ofrecerle un trabajo, había sido durante la mañana que recorrieron Nassau. Entonces había sido una mezcla de capricho y negocios. Al estudiar su rostro fuerte y elegante, supo que ya era algo más, más incluso de lo que debería ser. Pero se ocuparía de eso en cuanto aclararan las cosas.

-Despedí a mi director antes de marcharme -continuó, sin esperar que ella abriera los ojos-. Algunos problemas con los ingresos.

-¿Te engañaba? -preguntó, mirándolo.

-Lo intentó -la corrigió con suavidad-. Nadie me engaña.

-No -convino ella-. Estoy segura de que no -alzó las rodillas para que no siguieran tocándose, luego pasó los brazos alrededor de ellas-. ¿Por qué quieres que trabaje para ti?
Zac experimentó la incómoda sensación de que ella sabía que había más razones de las expuestas, incluso cuando ni siquiera él estaba seguro de todas. Solo sabía que la quería en su mundo, donde podría verla... y tocarla.

-Ya te lo he dicho -respondió con cuidado de no volver a rozarla.

-Si tienes tres hoteles prósperos...

-Cinco -corrigió.

-Cinco -asintió-. Entonces no puedo imaginarte como un hombre que dirige sus negocios por impulsos -«ni ninguna otra cosa», añadió mentalmente-. Debes saber que dirigir un casino como los tuyos dista mucho de repartir cartas en un crucero. Lo más probable es que dispongas del doble de mesas que nosotros, y de unos ingresos que convertirían nuestros pequeños beneficios en dinero de bolsillo.
Zac se permitió sonreír. Era bastante cierto. -Desde luego, si no te crees capacitada para llevarlo...

-No he dicho eso -replicó, luego frunció el ceño-. Eres muy listo, ¿verdad?

-Piénsalo -sugirió, enganchando un dedo en torno a uno de ella-. Tú misma dijiste que no tenías planes concretos después del crucero.
«Solo una vaga idea de abrir mi propio casino», pensó. Todavía lo quería, aunque reconocía que sería lógico dirigir el de otra persona hasta que aprendiera más.

-Lo pensaré -repuso, casi sin darse cuenta de que el dedo de Zac había empezado a acariciar el suyo.

-Bien -alzó la mano libre para sacarle uno de los pasadores que le sujetaba el pelo-. Podemos cenar en San Juan y discutir los detalles -dejó que el primero de ellos cayera antes de centrarse en otro.

-Quieres dejarlo -irritada, le sujetó la muñeca-. Cada vez que te veo, me tiras los pasadores. Al final del viaje no me quedará ninguno.

-Me gusta tu pelo suelto -con la mano se lo extendió-. Me gusta verlo caer.
Apartándolo, ella se incorporó. Cuando empleaba ese tono, una mujer inteligente mantenía la distancia.

-No pienso cenar contigo en San Juan ni en ninguna otra y creo que ya he meditado bastante tu propuesta.

-¿Tienes miedo? -se levantó con un movimiento fluido y felino.

-No -lo miró con calma, para que entendiera que decía la verdad.

-Bien -complacido con su expresión fuerte y obstinada, cerró las manos en torno a su nuca. El miedo era demasiado corriente y se vencía con mucha facilidad-. Pero tómate unos días para pensártelo. La propuesta de trabajo es solo eso. No tiene nada que ver con que lleguemos a ser amantes.

-No lo seremos -espetó.

-Sí lo seremos -se acercó al tiempo que la inmovilizaba con una mano-, Y pronto. Los dos somos personas que tomamos lo que queremos. Vane. Y nos deseamos el uno al otro. -Será mejor que bajes tu vanidad de las nubes un rato, Zac. Te debe pesar -cuando él deslizo la mano por su espalda para aproximarla, se quedó rígida, reacia a luchar y reacia a ceder.

-Los jugadores creen en el destino -aunque la espalda estaba tiesa, sintió la suavidad de los pechos de ella contra su torso. Solo una tira estrecha de tela separaba sus pieles-. Eres tan jugadora como yo. Vanessa Hudgens -bajó la cabeza y le besó la mandíbula-. Tenemos que jugar con la mano que se nos ha dado.

No sabía cuánto tiempo podría resistir su tono almibarado y su boca inteligente. Ya podía sentir el martilleo del corazón y la debilidad en las extremidades. Si se resistía, iba a perder. Tal vez... El cerebro comenzó a nublársele y con frenesí obligó que los tentáculos brumosos se desvanecieran. Tal vez en esa ocasión pudiera jugar a su manera y lograr un empate. Luchando contra su propia necesidad de rendirse, dio un paso peligroso.
Despacio, con suavidad, le acarició la espalda desnuda, pasando las uñas con levedad por la piel. Cuando él pegó la boca a su garganta, estuvo a punto de que las rodillas se le doblaran, pero se mordió el labio. El dolor la ayudaría a mantener el control. Se frotó de forma sinuosa contra Zac mientras subía los dedos para acariciarle el cuello. Notó que sus corazones palpitaban al mismo ritmo desbocado.
La boca de él se volvió hambrienta, pero Vane giró para que los labios cayeran en cualquier parte menos en sus labios. Si la besaba, si la paralizaba con uno de esos profundos e irreflexivos festines boca a boca, estaría perdida. Sintió el aliento entrecortado de él en el oído y no pudo contener un gemido. Cerró los ojos con fuerza, tratando de no sentir las cosas que con tanta facilidad le provocaba Zac. Le besó el cuello, diciéndose que no era para probarlo, sino que se trataba únicamente del siguiente paso en el juego. No se permitiría experimentar debilidad por su oscuro sabor masculino, por la sensación de los músculos al tensarse bajo sus manos. Se prometió que en esa ocasión... que en esa ocasión lo postraría de rodillas.
Lo oyó gemir, notó el ligero temblor que lo recorrió al aplastarla contra él. Demasiado asombrada para disfrutar del poder que acababa de descubrir que poseía, simplemente se agarró a Zac. El le susurró algo en una lengua primitiva que no entendió, antes de enterrar la cara en su cabello.
El corazón la instaba a quedarse donde estaba, piel caliente contra piel caliente. ¿Podría ser tan perfecto si no se pertenecieran? Si su cuerpo no había sido creado para el de Zac, ¿podrían encajar tan bien? Si su boca no fuera para él, ¿podría encenderse con el mero pensamiento de un beso?
No. Vane se contuvo antes de que la debilidad se extendiera demasiado. No iba a dejar que la gobernara la necesidad... ni ningún hombre.
Se apartó con firmeza, sabiendo que estaba libre solo porque había conseguido sorprenderlo. Despacio, al tiempo que rezaba para que las piernas la sostuvieran, eso le brindó un momento para prepararse antes de mirarlo.
En sus ojos vio un deseo que le desgarró el corazón. Y también percibió la cautela. La fortaleció saber que él no había estado más pertrechado que ella para ese ataque a los sentidos. Gracias a ello, tenía ventaja.

-Si alguna vez decido hacer el amor contigo, te lo comunicaré -indicó con calma, luego dio media vuelta y se alejó sin mirar atrás. Le temblaban las rodillas.

Zac la observó. «Podría traerla de vuelta», pensó mientras cerraba los puños. Podría arrastrarla a su camarote y tenerla en cuestión de minutos. Podría mandar al infierno el plan y saciar el creciente apetito que parecía carcomerlo por dentro. Si por una vez consiguiera estar a solas con ella... Con cuidado abrió las manos. «Jamás da frutos dejar que las emociones controlen tus movimientos». Era algo que había aprendido hacía muchos años como para olvidarlo en ese momento.
Se agachó y recogió el bote de loción protectora que Vane había dejado junto a la tumbona. Sabía que la había intrigado con la propuesta. Y así como a ella quizá le apeteciera descartarla, ya había logrado plantar la idea. Después de un año de seguir órdenes, le gustaría la posibilidad de darlas. Después de la victoria con la que acababa de marcharse, se consideraría capacitada para manejarlo en un plano personal. Contaba con que tuviera suficientes rasgos Hudgens para que el desafío le resultara irresistible.
Esbozó una sonrisa. El era igual de susceptible a un desafío que Vane. Ya había hecho su apuesta. Por el momento, la mantendría.
El camarote de Vane estaba completamente a oscuras cuando el teléfono comenzó a sonar junto a la litera. A ciegas, alargó la mano en busca de la tecla del despertador. Cuando con eso no consiguió parar el sonido, lo empujó irritada y tiró el auricular. La golpeó en la sien.

-¡Ay, maldita sea!

-Buenos días, pequeña.
Aturdida por el sueño y frotándose la cabeza, acercó el auricular al oído.

-¿Papá?

-¿Cómo va la vida en alta mar? -le preguntó con una voz alegre y atronadora, que provocó una mueca en su hija.

-Yo... mmm... -se pasó la lengua por los dientes y luchó por incorporarse.

-Vamos, pequeña, habla.

-Papá, son las... -giró el despertador hasta que pudo leer la pantalla-. Apenas son las seis de la mañana.

-Un buen marinero se levanta al amanecer.

-Mmm. Buenas noches, papá.

-Tu madre quiere saber cuándo vendrás a casa. Incluso medio dormida, Vane sonrió. Gina Hudgens jamás había sido una madre sobreprotectora, pero Greg...

-Llegaremos a Miami el sábado por la tarde. Imagino que estaré en casa el domingo. ¿Vas a contratar a una orquesta?

-¡Ja!

-¿A un gaitero de las tierras altas?

-Tu siempre fuiste la impertinente, Vane -intentó aparentar severidad y terminó por parecer orgulloso-. Tu madre quiere saber si te alimentas bien.

-Nos dan una barra de pan de centeno a la semana y cerdo curado los domingos -trató de contener una risita-. ¿Cómo está mamá?

-Bien. Ya ha ido al hospital a abrir a alguien.

-¿Y Alan y Caine?

-¿Quién los ve? -bufó Greg-. A tu madre le rompe el corazón ver que sus hijos han olvidado a sus padres. No hay ni un solo nieto al que mimar.

-Qué desconsiderados somos -convino con ironía.

-Ahora bien, si Alan se hubiera casado con la bonita hija de los Judson...

-Caminaba como un pato -le recordó Vane sin rodeos-. Alan elegirá a su mujer cuando esté preparado.

-¡Ja! -repitió-. Tiene la nariz enterrada en Washington, D.C., Caine aún sigue sembrando la avena con la que ya tendría que haber terminado y tú andas flotando por ahí en un bote.

-Barco.

-Tu pobre madre no vivirá para tener a su primer nieto en brazos -con un suspiro atribulado encendió uno de los gruesos cigarros que Gina no había conseguido confiscarle.

-¿Me has despertado a las seis de la mañana para darme una charla sobre procreación?

-No es algo de lo que debas burlarte, pequeña. El clan...

-No me burlo -aseguró, queriendo evitar una diatriba prolongada y encendida-. Y pienso quedarme en casa una temporada, así que después del domingo ya podrás maltratarme todo lo que quieras.

-¿Tú crees que esa es manera de hablar? -exigió, ofendido-. Jamás te he levantado la 
mano.

-Eres el mejor padre que he tenido -lo aplacó-. Te compraré una caja de whisky en St. Thomas. -Bueno, bueno -complacido con la idea, se suavizó, pero recordó la promesa de otra caja de whisky y el motivo principal de su llamada tan tempranera-. ¿Has conocido a alguien interesante en el crucero, Vane?

-Mmm, podría escribir un libro. Voy a echar de menos al resto de la tripulación.

-¿Y qué me dices de los pasajeros? -insistió. Dio una calada al cigarro-. ¿Algún jugador de verdad?

-De vez en cuando -pensó en Zac.

-Imagino que has tenido las manos llenas con los hombres -ella gruñó y se puso boca arriba-. Desde luego, no hay nada de malo en un poco de romance de manera esporádica -añadió Greg con tono jovial-. Siempre que el hombre tenga buena sangre. Un jugador de verdad ha de tener un cerebro agudo.

-¿Te sentirías mejor si te dijera que planeaba fugarme con uno?

-¿Quién? -soltó él con los ojos entrecerrados.

-Nadie -repuso Vane-. Me vuelvo a dormir. No te olvides de ocultar la ceniza del cigarro antes de que mamá vuelva. Os veré el domingo. Y a propósito, te quiero, pirata.

-Desayuna bien -ordenó Greg antes de colgar. Pensativo, se reclinó en el enorme sillón. Pensó que Vane siempre había sido dura de sonsacar. En cuanto a Zac, como no se hubiera encargado de arreglar pasar una o dos veladas tropicales en compañía de su hija, entonces no era el hombre que Greg creía. Jugó con el cigarro en el cenicero y se recordó deshacerse de las pruebas antes de que Gina regresara a casa.
Era imposible que se equivocara con Zac Efron. Greg reconocía el material de un hombre. Se entregó al placer momentáneo de especular con un nieto de pelo negro y ojos marrones. Decidió que primero sería un varón. Aunque no llevaría el apellido Hudgens, lo cual era una pena, sí tendría la sangre de los Hudgens. Lo bautizarían en honor de su abuelo.
De buen humor, Greg alzó el teléfono, decidiendo que bien podía hostigar un poco a sus otros hijos.

1 comentario:

  1. tengo sueño XD
    pero keria leer almenos este cap
    mañana leo el otro
    a estado interesante
    y diver XD
    es el primer cap en el ke no se morrean
    aunke an estado a punto XD
    bueno, gracias por comntarme otra vez y seguir mi consejo
    ah y otro consejo
    en las narraciones, pon un espacio en los puntos y aparte
    porke se ve un parrafo muy largo y se hace pesado
    bye!
    kisses!

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